• Mariofanías del S. XX: Las Apariciones de la Virgen Dolorosa en Ezquioga (Guipúzcoa, 1931) a los hermanos Antonia y Andrés Bereciartúa

 

Entre las Apariciones de la Santísima Virgen María a lo largo de la historia, ninguna tan controvertida, impugnada y silenciada como las Mariofanías de Ezquioga (1931-1934). Estas se producen cincuenta años antes de las de Medjugorje, casi en las mismas fechas (finales de junio).

En aquel tiempo, Ezquioga es un pequeño pueblo de montaña ubicado en el centro de la provincia de Guipúzcoa (Vascongadas) del partido judicial de Azpeitia, diócesis de Vitoria, situado en la carretera general de Francia, en la falda del monte Isasmendi. En 1965 se fusionó con el municipio de Ichaso, hasta que, recientemente, en diciembre de 2016, se desanexionaron, por lo que Ezquioga volvió a ser municipio independiente bajo la denominación oficial de Ezkio.

Las Apariciones comenzaron, como veremos, el 30 de junio de 1931 cuando los hermanos Antonia y Andrés Bereciartúa vieron por primera vez a la Virgen. La noticia corrió como la pólvora (la “aparición” conmocionó a la opinión pública haciéndose enormemente popular en pocas semanas a través de los medios de comunicación) y millares de personas comenzaron a acudir en peregrinación. A finales de 1931, un millón de personas había ido al lugar de las Apariciones: la campa de Anduaga, en dicha localidad, con un pico de más de 70.000 peregrinos el 16 de octubre.

Médicos, escritores y periodistas de toda España acudían a ver aquellos extraños sucesos. Numerosas personalidades de Europa, especialmente de Francia, Bélgica e Irlanda se presentaron también en Ezquioga. Entre ellos sobresale el escritor católico y académico de la lengua francesa, Gaëtan de Bernoville.

En 1932 Pío Baroja escribió la novela “Los Visionarios” sobre las Apariciones de Ezquioga, la cual fue llevada al cine en 2001 por Manuel Gutiérrez Aragón.

El ilustre médico D. Gregorio Marañón fue comisionado por la República para investigar las Apariciones, pero, tras conocerlas, declaró a los medios de la época la falta de “competencias” para sacar conclusiones: “He estado examinando desapasionadamente lo que ocurre aquí y puedo afirmar que los médicos nada tenemos que hacer aquí, porque los fenómenos habidos en los videntes, no pertenecen a la ciencia patológica. Pertenecen a otros estudios que a mí no me competen. Que vengan los competentes y vean si los alcanzan”.

Muy pronto, el número de estos “videntes” o “visionarios” (falsos videntes) fue creciendo imparablemente hasta llegar a sobrepasar el increíble número de 200 (de los que no más del diez por ciento podrían ser “supuestamente” auténticos).  Y es que, como ocurre en todas las Apariciones, Ezquioga fue un campo de batalla donde actuó tanto la Virgen como el maligno. Las desviaciones comenzaron muy pronto. Fenómenos aparentemente preternaturales se multiplicaban: éxtasis, xenoglosia (algunos hablaban en lenguas como el arameo), estigmas, levitaciones, comuniones místicas, secretos, profecías y mensajes apocalípticos, … fruto, la mayoría, de alucinaciones y de histeria mística (cuando no de auténtico fraude) en un ambiente de enorme fervor religioso.

El investigador que, en la actualidad, mejor conoce estas Mariofanías es el sacerdote pasionista Doctor Don Antonio María Artola, quien ha escrito, recientemente, varios libros sobre el tema (“¿Qué pasó en Ezkioga? Pequeña historia de las apariciones” y “El proceso eclesiástico sobre las apariciones de Ezkioga [1934-1936] publicados en Lima en 2016 y 2017, respectivamente). El Padre Artola distingue tres etapas en las Apariciones. La primera se cierra el 8 de julio de 1931, con aroma sobrenatural, en la que sólo hay dos videntes: Antonia y Andrés. Entonces, empieza una segunda, que llama “carismática” en la que se da una cierta “inducción” mística por la que se suscita o despierta en varios peregrinos un nuevo fenómeno de visiones extáticas y mensajes proféticos (segundo grupo de videntes): esta termina el 31 de agosto de 1931. Es, entonces, cuando empieza una tercera (de unos tres años de duración) en la que, ante el ambiente saturado de espiritualidad, se multiplican los “visionarios”, llegando a sobrepasar los 200, con abundante fenomenología paranormal y locuciones extáticas y en la que no faltaban (como apuntamos) la histeria mística, las simulaciones y los hechos fraudulentos. Sea como fuere, en los primeros meses casi todos los sacerdotes, seminaristas y personas religiosas de Guipúzcoa y Vizcaya peregrinaron a Ezquioga. Más tarde, empezaron a llegar gente de toda España y del extranjero y a proliferar kioscos de venta de objetos religiosos, como estampas, rosarios, etc. Es, entonces, cuando las “apariciones” empiezan a tomar un cariz político.

Las autoridades de la diócesis, con el Vicario General al frente (el Obispo Mateo Múgica estaba desterrado en Francia por desafecto al régimen republicano), fueron posicionándose progresivamente en contra de las Apariciones llegando a perseguirlas activamente y reclamando incluso la intervención del Estado para ello.

Sea como fuere, en la historia de las Apariciones marianas, Ezquioga aparece en la cabeza de todas las Apariciones del siglo XX condenadas por la Iglesia, con la peculiaridad de sufrir dos condenas: la primera condenación oficial fue diocesana, mediante una carta pastoral del 7 de septiembre de 1933, y, la segunda, romana, del Santo Oficio, por Decreto de 13 de junio de 1934. El 18 de junio se publicó en L’Osservatore Romano. Las peregrinaciones fueron decreciendo notablemente sin llegar a desaparecer del todo, aún en nuestros días.

A nosotros nos interesa conocer, principalmente, esa “primera época” de las Apariciones y a los dos videntes originales: los hermanos Bereciartúa. Todo lo que vino después de la primera semana no se puede considerar como “sobrenatural” o verdadero, sino más bien (y como mucho) “preternatural” (no venido, pues, del cielo sino del mundo o, más bien, del “príncipe” de este mundo: satanás). Precisamente los procesos eclesiásticos que descalificaron las Apariciones como falsas, estudiaron toda la fenomenología posterior (la que comenzó en la “segunda época”), cuando (muy pronto, a partir del 7 de julio de 1931) empezaron las desviaciones: los hechos imaginarios (sin sobrenaturalidad) de los visionarios extáticos (“iluminados” o falsos videntes) que iban creciendo sin parar (hasta llegar a 250).

A este respecto, es bueno recordar cómo algunas de las Apariciones Marianas aprobadas por la Iglesia, fueron primero perseguidas y declaradas falsas, como las de Nuestra Señora de todos los pueblos de Ámsterdam. Y que el proceso eclesiástico de las Apariciones de Ezquioga no investigó ni los hechos ocurridos esa primera semana, ni a los videntes originales.

De otra suerte, cuando la aldea pasó a ser parte de la diócesis de San Sebastián (creada el 2 de diciembre de 1949), desvinculándose de la de Vitoria, el Obispo de la nueva diócesis, monseñor Jaime Font y Andreu, levantó (en 1952) las prohibiciones impuestas por el Obispo Múgica. De ahí que sea necesaria una revisión histórica y teológica, sobre todo, de las Apariciones de la primera semana a los hermanos Antonia y Andrés.

Tanto la Iglesia como las autoridades republicanas estaban interesadas en cortar el movimiento y Ezquioga se convirtió a partir de 1934 en un lugar muy poco frecuentado y casi proscrito. La Iglesia fue posicionándose en contra de las apariciones principalmente por temor a verse enredada en algún tipo de conspiración política contra la República y por el rechazo que causaba entre los sectores nacionalistas vascos del clero la orientación política de sesgo españolista que entendían estaba tomando el movimiento de Ezquioga. Sea como fuere, la acusación de conspiración religiosa en contra del gobierno republicano era creciente: se veían relaciones similares entre Ezquioga y la República Española como las que había entre Fátima y Rusia.

El hecho interesó seriamente a los políticos, y el caso de Ezquioga fue presentado a las Cortes de Madrid como un peligro nacional. Tomaron parte en la discusión hombres de la talla de Romanones, Unamuno y Baroja. Manuel Azaña, presidente de la Segunda República, que pronunció en las Cortes la famosa frase “España ha dejado de ser católica”, dijo también: “hay que destruir a Ezquioga”.

La persecución que sufrieron los visionarios y las mismas Apariciones fue brutal, sin tregua, tanto por parte de las autoridades eclesiásticas como civiles: los que no pudieron escapar (emigrar) lejos, fueron encarcelados; otros, recluidos de por vida, contra de su voluntad, en el Hospital o Sanatorio Psiquiátrico de Mondragón (conocido entonces como “Manicomio”). El descampado fue cercado y se prohibió el acceso al lugar. El Padre Burguera y Serrano, O.F.M, investigador y defensor de las Apariciones, fue también encarcelado y su libro “Los Hechos de Ezquioga ante la razón y la fe” quemado públicamente. Por su parte, el Venerable Antonio Amundaráin, párroco de Zumárraga y fundador del Instituto Secular “Alianza en Jesús por María”, cuya causa de beatificación está en curso, consideró las Apariciones como verdaderas (incluso llegó a dirigir en varias ocasiones el rezo del Rosario en la campa), sufriendo vejaciones por su apoyo a los videntes.

 

¿Qué pasó realmente en Ezquioga durante la primera etapa (semana) de las Apariciones?

Todo comenzó el 30 de junio de 1931, domingo siguiente de las elecciones constituyentes que dieron apoyo nacional a la Segunda República Española, séptimo día de la Novena de la Antigua, cuyo santuario se encuentra cerca del lugar.

A la hora del tercer Ángelus (hacía la caída de la tarde) la niña de 11 años Antonia Bereciartúa bajaba del caserío Igarzábal-Erdi hacia su casa (situada junto al campo llamado Anduaga en Ezquioga), llevando una vasija llena de leche. Al llegar al lugar en que su sendero cruza con el que va del caserío Basterreche hacia la vecina fuente, se encuentra con su hermano de 7 años Andresito. En este momento, Antonia se para y, de pronto, en unos robles cercanos ve a la Virgen. Volviendo la cara inmediatamente hacia su hermanito le dice en vascuence (no saben hablar en castellano): “¡Mira la Virgen!”. Entones Andrés vuelve la cabeza y la ve también. Ambos se arrodillan inmediatamente. La Señora, bellísima, lleva un vestido blanco y un manto negro con una corona luminosa (un cúmulo de estrellas brillando en sus cabellos). En el brazo izquierdo sostiene al Niño Jesús, vestido de blanco, y en la mano derecha algo que parece un pañuelo. La Virgen no pronuncia ninguna palabra sensible. Sólo sonríe. Pero produce en los niños un atractivo espiritual irresistible a rezar, y, de rodillas, rezan juntos el “Ave María” (han tomado la primera comunión este mismo año). Terminada la oración, desaparece. En cuanto llegaron a casa contaron los niños su experiencia. Nadie, ni su hermana mayor, ni sus padres ni la gente, les creyó. No obstante, las habladurías se extendieron hasta la vecina Zumárraga, cuyos párroco y coadjutor se interesaron por la historia de los hermanos Bereciartúa.

Al día siguiente vuelven al robledal, poco después del Ángelus. La ven sola sin el Niño. Se acercan a Ella corriendo. Cuando tocan el roble desaparece la visión. El 2 de julio, fiesta de la Antigua y último día de la novena, doce labradores acompañan a los dos niños y al párroco de Zumárraga, el Venerable D. Antonio Amundaráin, que reza por primera vez el Rosario. Al llegar al cuarto misterio, los niños ven a la Virgen. El día 3 la ven de nuevo en presencia del párroco, un coadjutor y un nutrido grupo de gente. Los niños contagian a la gente el deseo de orar y, algunos de los presentes, piden al párroco de Zumárraga que dirija el rezo del Rosario en voz alta y así se inicia una práctica devocional que se repetirá luego todos los días en un ambiente saturado de espiritualidad y una excitación devota creciente. El Rosario colectivo, en voz alta, recitado en vascuence, comenzaba cada día, puntualmente, a las 6:30 de la tarde, al que seguía la letanía lauretana rezada en latín y con los brazos en cruz. Rosario que se convirtió en la oración que mejor respondía a la voluntad de la Virgen de orar por la situación que venía a remediar. Desde ese día un sacerdote dirigió siempre el Rosario, hasta su prohibición por parte de las autoridades eclesiásticas.

El día 4 hay ya más de 500 personas cerca del roble. El padre de los videntes, enojado, decide acabar con todo aquello “secuestrando” a sus hijos en un caserío lejano. Empero, de nada valió su artimaña. La gente continuó acudiendo en mayor número. Sin los dos hermanitos, los días 5 y 6, empezaron a aparecer nuevos “videntes”. El día 7 se hicieron nuevamente presentes. Este día fue la jornada más importante, el final de la primera semana de Apariciones y el final del protagonismo de los hermanos Bereciartúa. Ese día aparecieron las primeras informaciones de la prensa, y la afluencia fue numerosa: cinco mil personas. Este día sometieron a los niños a una prueba de veracidad. A la niña la dejaron en el robledal. Al niño se lo llevaron a la otra falda del monte. A cada uno de los videntes le acompañaba un sacerdote. La visión empezó a las ocho y cuarto. Duró el tiempo de un Rosario. Terminada la oración, y desaparecida la visión, cada uno de los sacerdotes escuchó de labios de los dos hermanos una narración completamente coincidente.  Confesaron que seguían viendo a la Virgen Dolorosa dando detalles sobre el manto negro, sobre la corona que ceñía su cabeza, y de su aspecto, ora risueño, ora triste. Al final del Rosario volvieron a casa acompañados de la muchedumbre. Esta noche terminó su protagonismo y comenzó el del grupo de los segundos y terceros videntes.

El miércoles 11 de julio, ante más de 7000 personas, comienzan las preguntas a la Virgen. Terminado el Rosario, antes de las Letanías, se oye una voz infantil que pregunta en vasco: “¿qué quieres?”. Era la de una nueva vidente, la niña María Azurmendi, que oye esta contestación: “que reces diariamente el Rosario”. A partir de entonces, como ya dijimos, se multiplicarán los que dicen ver y hablar con la Virgen y comienza un nuevo Ezquioga. De todos ellos sólo una pequeña minoría (no más de quince) se podrían considerar fidedignos (entre los más conocidos se encuentran Benita, Evarista, Francisco y Josefa). Todos los demás fueron fraudulentos: o sufrían trastornos mentales o simulaban.

Sea como fuere, la singularidad de las Apariciones a los dos hermanitos fue siempre esta: ambos veían a la Virgen (como “Dolorosa”) sin éxtasis ni afectaciones. No entraron nunca en trance, aunque quedaban como transfigurados. Incluso en el estruendo propio de un ambiente de agitación de los días posteriores, cuando aparecieron nuevos videntes, y la agitación dominaba en la campa, los niños mantenían el aspecto de recogimiento profundo de sus propias visiones.

La Aparición se acompañaba de una simultánea locución interior que les incitaba a orar. El Mensaje era tan claro como simple: una apremiante llamada a rezar. Y rezar, concretamente, el Rosario. La Virgen venía a pedir oraciones porque la salvación del mundo está en la oración. Todos los problemas del hombre se resuelven con la oración. Ciertamente la Virgen no les habló (no hubo locución externa), ni dijo o explicó el porqué. Pero, la situación social (político-religiosa) de España hablaba con suficiente fuerza para comprender cuál era el motivo por el que venía a pedir oraciones y súplicas.

El rezo comunitario del santo Rosario fue el que provocó las visiones de conversión y otros fenómenos a modo de una onda expansiva que partía de la persona de los videntes Bereciartúa. La realidad contagiosa de Ezquioga era, pues, este rezo masivo que, por su seriedad y fervor, suscitaba efectos espirituales que atraían a la gente de una manera inexplicable. Los nuevos videntes interrumpían con frecuencia el rezo con espontáneas exclamaciones, que enardecían al devoto público. Así se creó una maravillosa interacción entre el pueblo, los sacerdotes que dirigían el rezo y los videntes que lanzaban al aire sus gritos de oración. El efecto era como el oleaje de un océano místico que arrastraba a la multitud. No hubo en Ezquioga ni misas, ni rezo de salmos o plegarias litúrgicas. Solo el Rosario. Era un inmenso clamor de la muchedumbre enardecida por la piedad y el fervor.

Los nuevos videntes describían a la Virgen como una Mater Dolorosa: algunos la veían con una espada en una mano y el Rosario en la otra, como indicando que el Rosario era la alternativa pacífica a la espada. Otros, apuntando con su espada a los cuatro puntos cardinales. En otras visiones, era san Miguel quien le entregaba una espada ensangrentada y Ella la limpiaba con su pañuelo.

Para finalizar, y sólo a modo de resumen escueto, diremos que entre los mensajes recibidos por estos nuevos videntes destacó la predicción de la guerra civil española de 1936-1939: “Dentro de cinco años justos se iniciará una guerra, entre católicos y no católicos (…) un ángel salvador será el destructor de la República”. También se multiplicaron los mensajes apocalípticos. Citamos sólo -como muestra- los siguientes: “Yo soy la Mater Dolorosa, Yo soy la Madre de los Dolores, Yo lloro por la falta de fe y la dureza del corazón de los hombres (…) La Iglesia será afligida por muchas herejías y malos cristianos. Di que esperen grandes y terribles castigos los malvados (…) Si no hacéis mucha oración y penitencia vendrán castigos terribles y morirá una tercera parte de la humanidad (…) Muchos morirán de una enfermedad contagiosa y habrá que abrirse camino entre los cadáveres (…) Rezad, solamente el Rosario puede salvaros de estos males y salvar al mundo entero (…) Los comunistas se apoderarán de España y sacarán fuera de ella a los buenos, y mientras los buenos estéis fuera castigaré cruelmente a toda España sin temer nada (…) Mas adelante habrá un Gran Monarca que dominará el mundo, y una sola religión, los crucíferos de Jesucristo, y su fundador será el gran reformador de la Iglesia (…) Y es en este tiempo en el que vendrá el reinado del Sagrado Corazón de Jesús, pero este reinado será interior (…) Antes, muchos sacerdotes abandonarán el celibato. Después del reinado del Corazón de Jesús vendrá el Anticristo con más mártires de los que ha habido”.

Desde que en octubre de 1932 se derribó la primera capilla nada más se edificó en el sitio de las Apariciones, hasta que el 30 de junio de 2006 se inauguró un templete (pequeño oratorio). El trazado del Tren de Alta Velocidad obligó a su demolición. Pero fue la misma RENFE la que construyó en su lugar un refugio mariano (inaugurado en 2014) con un Vía Crucis y hermosos accesos peatonales. Allí se trasladaron las imágenes del Templete. Los peregrinos suelen llegar en mayor número los segundos domingos de mes.

Sea como fuere nos queda la invitación de la Santísima Virgen, la Madre Dolorosa, nuestra Corredentora: su llamada urgente a rezar, especialmente el Rosario diario. Y la confianza plena en el poder y la eficacia de la oración para resolver los problemas de cada generación y la mejor (tal vez única) solución a toda la corrupción, calamidades y tribulaciones que amenazan a la humanidad.

Francisco José Cortes Blasco

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