Tihaljina

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No deja de ser curioso el hecho de que la imagen más conocida de la Virgen de Medjugorje, no sea una imagen propiamente de Medjugorje sino de un pequeña localización que se encuentra a sus aledaños, en Tihaljina, a unos 30 kilómetros de Medjugorje.

Este lugar comprende un cinturón de parajes naturales que acogen sin embargo un pequeño espacio asfaltado donde se levanta la Iglesia de la Inmaculada Concepción. En su interior puede verse unas de las estatuas más hermosa de la Virgen María que uno haya podido contemplar jamás. No podemos pasar delante de ella sin detenernos lo suficiente como para homenajearla con una sentida jaculatoria salida de lo más profundo del corazón. La delicadeza que desprenden los suaves perfiles que la componen podrían prolongar los instantes de la contemplación más subida. Son sentimientos que la fe enardece desde el propio interior.

Me recuerda aquella anécdota de aquel lejano día del siglo XVI cuando le preguntaron a Miguel Angel Buonarotti por la sorprendente calidad de una de sus esculturas cinceladas en el blanco mármol de Carrara. Miguel Angel dejó estupefactos a quienes, contenidos, escucharon su respuesta: “La escultura ya estaba dentro de la piedra. Yo solo he quitado el mármol que sobraba”. Resulta curioso lo bien que esta idea se relaciona con la santidad a la que estamos llamados. Porque quitar lo que sobra es en el fondo la tarea cotidiana que cada uno de nosotros tiene que emprender consigo mismo. Entendiendo que lo que sobra no es más que todo eso que en nosotros deforma el rostro de Nuestro Señor Jesucristo, es decir, los tintes de nuestro orgullo, las asperezas de nuestros caprichos, los cotidianos placeres a los que rendimos idolatría; el pecado, en definitiva, que trata por todos los medios de echarnos a perder.

No sé, la verdad, quién fue el escultor que hizo la estatua de la Reina de la Paz de Tihaljina, y si, como Miguel Ángel, sintió también que la escultura estaba dentro o utilizó más bien la técnica del molde; pero sea quien sea, lo que sí estoy seguro es que jamás se hubiera imaginado la impresionante repercusión mundial que su escultura ha tenido; con más mérito si tenemos en cuenta el hecho de que, ni siquiera, se encuentra instalada en el mismo Medjugorje. La providencia unida a su belleza escultórica ha desplazado a un segundo plano a todas aquellas otras estatuas candidatas a representar la experiencia de Medjugorje en el mundo. Su amplia difusión se proyecta sobre todos esos artículos religiosos que se venden en las tiendas de Medjugorje y llevan su imagen impresa como una marca propia del lugar. Por todos los lados vemos reproducciones de la misma, réplicas en todos los tamaños, estampas, posters, por todos los lados vemos logos inspirados en su imagen, portadas de libros, cuadernos y murales, llaveros, lapiceros, pegatinas… Nos basta ver su imagen para reconocerla: “¡Esta es la de Medjugorje!”.

Me pregunto cuántas peticiones, cuántos rosarios, cuántas jaculatorias, cuántas dulces miradas amorosas se dejaron a los pies de esta estatua para la verdadera Reina de la Paz; ¿cuántas lágrimas de amor se hicieron un torrente ante sus pies, cuántas purificaron todo lo que sobraba de sus vidas, cuántas veces y en cuántos peregrinos rompió los grandes bloques de piedra que llevamos por dentro?. La estatua es un cincel en manos de María. No se ha visto jamás en la historia del arte que una escultura esculpa el interior de un hombre.

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