Estamos cerca de la Festividad de Pentecostés.

 

La solemnidad de Pentecostés es una de las más importantes en el calendario de la Iglesia.  El Papa Emérito la definió de la siguiente manera: “Esta solemnidad nos hace recordar y revivir la efusión del Espíritu Santo sobre los Apóstoles y los demás discípulos, reunidos en oración con la Virgen María en el Cenáculo. Jesús, después de resucitar y subir al cielo, envía a la Iglesia su Espíritu para que cada cristiano pueda participar en su misma vida divina y se convierta en su testigo en el mundo. El Espíritu Santo, irrumpiendo en la historia, derrota su aridez, abre los corazones a la esperanza, estimula y favorece en nosotros la maduración interior en la relación con Dios y con el prójimo”.

 

Para muchos de nosotros, Medjugorje ha sido el medio empleado por Dios para recibir la gran efusión del Espíritu Santo, para tener un encuentro definitivo con Dios, al modo de la samaritana con Jesús en el pozo de agua viva.

 

Ocurra lo que ocurra, precisamente como consecuencia de ese encuentro con Dios, nuestra vida se ha transformado, mejor dicho, la ha transformado el Señor, a través de María, la Reina de la Paz. La semilla que Jesús ha puesto en nuestro corazón (como la de mostaza) no para de crecer y, pese a las limitaciones propias de la naturaleza humana, Dios es el centro de nuestra vida y hacia Él siempre se vuelve nuestra mirada, en los buenos momentos y en los malos momentos. La renovación de nuestro corazón ha sido definitiva y somos conscientes de la misma. Sabemos que Dios, a través de María, nos ha entregado un corazón de carne en lugar del corazón de piedra que muchos portábamos anteriormente.

 

Gracias a Dios nuestra misión como apóstoles de María está intacta. Nos sobreponemos pronto y con más fuerza a cualquier sobresalto. Hemos comprendido que nuestra misión es salvar almas para Dios, el mayor número posible de almas. Nos duele y nos estremece que cuando se produce un atentado, una catástrofe natural, un accidente imprevisto, una muerte repentina, los fallecidos no mueran en gracia de Dios. Y no nos cabe la menor duda (por experiencia propia como anteriormente expuse) que uno de los métodos infalibles para acercar al prójimo a Dios (librándolo de las garras del Maligno) es a través de María, y en Medjugorje existe una medicina infalible, por lo que nos desvivimos porque nuestros familiares, amigos, conocidos, y todos los que tenemos alrededor, peregrinen a Medjugorje.

 

Si responden a la realidad las noticias aparecidas en prensa, el hecho de que se consideren como ciertas las primeras Apariciones y se declare a la Parroquia de Medjugorje como Santuario Mariano, levantándose el veto a las parroquias y diócesis para que puedan organizar abiertamente peregrinaciones, reportará un beneficio espiritual incalculable. Poco importa de momento lo demás, tenemos constancia de todas las pruebas a las que se sometieron los videntes en el primer periodo de las Apariciones; y después; y recientemente. También conocemos las presiones y maltratos que padecieron para negar lo que habían visto y renegar de su Fe. Y también somos conscientes de la dificultad que reporta pronunciarse formalmente sobre este fenómeno sin haber cesado aún.

 

Poca importancia tiene la forma o el método utilizado para dar carta de naturaleza a Medjugorje, lo importante es que siempre viene de la mano de la Virgen María (13 de mayo de 2017). Y con la perspectiva del tiempo transcurrido, pasados unos días desde unas declaraciones y otras, somos todos cada vez más conscientes de la importancia de Medjugorje y del papel fundamental que ha desempeñado, desempeña y, sobre todo, desempeñara en la historia de nuestra Iglesia.

 

Y como dice Don Juan Martín,  nuestro sacerdote ursaonense, “VEN Y VERÁS”.

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