Hace solo unos meses los albañiles de Medjugorje concluyeron los trabajos de remodelación de la vieja Capilla de 1931, ubicada allí mismo. Y es esta la hora en la que la vieja capilla estrena un nuevo nombre: “Capilla de la Vida”. Un nuevo nombre que nos recuerda aquellos pasajes de las Sagradas Escrituras donde el Señor imponía nuevos nombres a los antiguos patriarcas, Jesús a los apóstoles y los profetas a los lugares, nombres todos ellos espirituales, que, por lo tanto, representan la misión que Dios confiere a una persona o al lugar designado.

Por eso Pedro es la piedra de la Iglesia, y por eso Abraham, recibió también un nombre espiritual que significa padre de muchas naciones. El mismo levantó también un altar en la cima del monte Moriah y lo llamó “el Señor ve”, pues era este el lugar donde el Señor lo sometió a prueba y donde se pudo comprobar la fidelidad de su corazón, cuando se resolvió a sacrificar a su hijo Isaac.

De ahí que la nueva “Capilla de la Vida”, haciendo honor a su nombre, viene a consagrarse a un combate abierto, encarnizado contra los desmanes que el aborto produce prácticamente en todo el mundo. Porque ahora las leyes lo permiten y el aborto se nos presenta como uno de esos grandes becerros de oro ante el que la mayoría de los gobiernos inclinan su cabeza; por no hablar de esa mortífera indiferencia, muy típica de nuestros días, que embarga a demasiados y acaba por volvernos incapaces de salir en defensa de lo que el dictado de nuestra conciencia nos reclama.

Parece ya que al mundo se ha olvidado de aquello que nos enseñaron en las primeras catequesis que recibimos cuando éramos pequeños: eso de que por el bautismo nos convertimos en templos vivos del Espíritu de Santo. Por eso si lo pensamos bien, la primera capilla de la Vida, somos nosotros mismos. Y además lo somos no en relación a una vida cualquiera, sino a una Vida con mayúsculas; porque es Jesucristo, en el fondo, quien nos habita. El aborto es principalmente un atentado contra Jesucristo.

La blanca capilla plantada en Medjugorje, su esbelta y elegante arquitectura, sus vitrales coloridos, o el armonioso espacio que su interior genera, nos habla de esta esencia sagrada que estamos llamados a acoger, nos habla de la gran dignidad de la vida humana. La belleza arquitectónica que aquí se articula es sólo un pálido reflejo de una belleza mayor, la de los bautizados, la de los hijos de Dios, la de los templos vivos. Si. No somos otra cosa, nunca seremos vanos desechos inmundos, ni masas de células inoportunas, ni estorbos desechables que hay que quitarse de en medio cuanto antes.

Abrirse a la vida significa cooperar con Dios en la creación del sexto día, hacernos sus instrumentos, aceptar el regalo. Caminemos, por tanto, hacia la casa del Padre, renunciando a las leyes del aborto, amando a los confusos que acaso lo reclaman como un derecho humano. Estos pobres no saben lo que hacen, no saben lo que dicen, no saben lo que reclaman. Pisemos el aborto como quien pisa pronto la cabeza de una serpiente antigua. Contemplemos la marcha legionaria de los hijos de Dios.

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