25 de febrero de 2005

La Virgen María nos invita también hoy. Nos invita a que seamos sus manos extendidas en este mundo. Ella nos ha tendido y tiende sus manos y su corazón. Desea que la tomemos de la mano, que le abramos el corazón y escuchemos su voz. Por eso nuestra mirada del corazón puesta en Ella, nos ayuda a perseverar en el camino que debemos recorrer, el camino que Dios ha destinado para nosotros. La Madre María desea, a través de nuestra vida y de nuestro accionar, estar presente en nuestras familias, en nuestras relaciones interpersonales, en nuestras conversaciones. Ella no espera de nosotros que hagamos obras magníficas. Ni Ella misma hizo grandes cosas. Su actividad se manifestaba en el cumplimiento de tareas domésticas simples y comunes. Realizaba esas pequeñas e insignificantes tareas con amor extraordinario. La grandeza no está en hacer algo extraordinario, sino en hacer lo cotidiano con un amor extraordinario.

María ofrecía con amor las pequeñas obras diarias al Señor. Ella solamente quería agradar al Señor en su intimidad. Su voluntad no flaqueó. Dios estaba en el primer lugar para ella. Y por eso tenía una vida plena. Por eso Ella es madre y maestra para nosotros. Como madre desea despertarnos y enseñarnos que no es importante lo que hacemos sino cómo lo hacemos.

Y con este mensaje nos infunde valor a fin de que pongamos a Dios en el primer lugar en nuestra vida. Cuando Dios está en primer lugar, entonces todo lo demás está en su lugar. El mal más grande consiste en que el hombre ha olvidado a Dios, y lo demás que sucede en la vida son sólo consecuencias. Es extraño que el hombre no perciba al Creador y al autor de su vida. Es más extraño aún que el hombre pueda alejarse de Dios y, de esa forma, destruirse a sí mismo y a los que lo rodean.

Si el hombre pone a Dios en el primer lugar, entonces seguramente podrá encontrar tiempo para la oración, para el encuentro con Dios. Si el hombre busca sinceramente a Dios y no sabe dónde encontrarlo, es necesario que comience a orar, y que se esfuerce en orar diariamente. No será siempre fácil pero será salvífico. Siempre tenemos tiempo para lo que más nos gusta en la vida. Si el hombre se quiere a sí mismo, entonces luchará y procurará encontrar tiempo para la oración, para el encuentro con Dios que sana, salva y da fuerza para vivir y testimoniarlo a El, que es paz y amor. Sin Dios, en todo somos débiles e impotentes. Impotentes de perdonar, amar y testimoniar a Dios que está vivo y que nos anhela, a nosotros, sus hijos. Creerle a Dios significa entregarse a El. Atreverse a lanzarse a los brazos de Dios, y de ese modo poder experimentar que El nos lleva y nos sostiene en todo momento de nuestra vida.

María nos conduce a Dios y promete su intercesión. Nos da el amor de su corazón que es tierno, suave y salvífico. Oremos a María y con María para que Ella no sea para nosotros un ser desconocido y lejano, sino una Madre presente que no rechaza a quienes acuden a su intercesión y buscan su ayuda. Escuchémosla para gustar y experimentar ya aquí el sabor anticipado del Cielo en nuestra vida y en nuestras familias.

Fr. Ljubo Kurtovic
Medjugorje, 26.02.2205

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