26 de enero de 2010

En el primer mensaje mensual del nuevo año, la Madre vuelve a invitar a sus hijos a la oración personal. Este llamado no es nuevo, pero tampoco se puede afirmar que haya sido muy frecuente. Es decir, habitualmente María invita a sus hijos devotos a la oración, pero sin llegar a precisar si conviene que se haga personal, litúrgica, grupal o familiar. Tampoco advierte, específicamente, sobre sus expresiones, que pueden variar entre la vocal, la mental o la contemplativa. Tampoco especifica sobre las formas, si la adoración, intercesión, petición, acción de gracias o alabanza. Por lo común, la Madre sólo invita en sus mensajes a que se persevere en la oración. Sin más. Y que ésta se haga con el corazón. Este mes, sin embargo, prevalece un criterio determinado: redescubrir la importancia de la oración personal.

El cristiano común que escucha oír el tema de la oración personal, sabe de qué se trata. La oración individual no excluye la grupal, la familiar o la litúrgica, sino que es el fundamento de todas las demás y las asume. Probablemente, la Virgen al ver desde el cielo a sus hijos —que intentan responder a sus múltiples llamadas de perseverar en la comunión con Dios por medio de la oración—, percibe que muchos no observan el justo equilibrio entre la oración personal, la litúrgica, la familiar o la grupal.

Conviene que se tenga en cuenta —antes de seguir adelante— que las enseñanzas de Jesús en los evangelios sobre la oración, recaen siempre en sus diversas modalidades. Nótese como el Señor enseñó: “Tu, en cambio, cuando vayas a orar, entra en tu habitación y, después de cerrar la puerta, ora a tu Padre, que está allá en lo secreto; y tu Padre que ve en lo secreto, te recompensará” Mt 6:6. Y también dijo: “Les aseguro además que se dos de ustedes se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, sea lo que fuere, lo conseguirán de mi Padre que está en los cielos. Porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” Mt 18:19-20. Por otro lado —no se olvide—, que Jesús acudía asiduamente los sábados a la oración litúrgica sinagogal e instituyó como precepto, la nueva oración litúrgica de la eucaristía. Todo sumado indica, que de las enseñanzas evangélicas la oración cristiana siempre se caracteriza por el triple matiz: personal, litúrgico y grupal. No obstante, como se ha mencionado, la oración personal será el fundamento de las demás y la esencia misma de la vida cristiana. Tal y como fue en la vida de Jesús.

El Señor Jesús, por muchas ocupaciones que tuviera, jamás descuidó su oración personal. Con frecuencia los evangelios lo presentan orando a solas. Se observa que después de su bautismo en el Jordán, se retiró al desierto para permanecer cuarenta días en oración. Lo mismo cuando tuvo que elegir a los Apóstoles y en cada decisión importante. También tenía la bonita costumbre de levantarse temprano para dialogar a solas con su Padre, y al caer la tarde —después de despedir a la gente—, se le encuentra nuevamente retirándose para pasar largos ratos en oración. ¿Y por qué lo hacía? ¿Cuál era su método? Una pregunta parecida, le remitieron a la Virgen en cierta ocasión, los videntes en Medjugorje: —”¿Cómo Jesús podía pasar toda la noche orando sin cansarse, y cuál era su método?” Y la Madre respondió: —”Jesús tenía un gran deseo de Dios y un gran deseo de salvar almas”. Quizá en esta misma respuesta se pueda encontrar también la razón —pero en sentido inverso— del porqué hoy muchas almas, han perdido el gusto por la oración. Se podría afirmar que las almas que no oran, han perdido el deseo de Dios y de la salvación de las almas.

La Virgen pues, una vez más, invita a todos: a no descuidar el trato de amistad con la Santísima Trinidad por medio de la oración individual. ¿Y cómo se debe realizar este trato? Cómo la Iglesia enseña: a través de la oración vocal, la meditación y la contemplación. Y con los recursos conocidos del rosario, la Biblia, la Adoración a Jesús Sacramentado, las oraciones aprobadas por la Iglesia y la Liturgia de la Horas. Sin descuidar, por otro lado, los espacios reservados para el silencio interior. Recuérdese, que la oración personal, particularmente, se caracteriza por ser un diálogo en donde se le debe permitir a Dios hablar directamente al corazón. Y por lo mismo la disposición del corazón es esencial: las puertas abiertas sin ningún tipo de reservas.

En el mensaje del mes la Madre especifica además, que por medio de la oración personal crecerá la semilla de la fe, porque sabe que el mundo contemporáneo con sus luces y sombras —¡y quizá más sombras que luces!—, necesita del testimonio alegre de los seguidores de su Hijo. Ella sabe perfectamente —primero por experiencia propia en la tierra y luego desde su condición magisterial en la patria de los bienaventurados cómo Madre del Buen Consejo— que es por medio de la oración que se reduce el triste abismo que existe en muchas almas, entre lo que se proclama y escucha en la iglesia y la vida que cada fiel desempeña en la calle. La oración personal, entonces, es la vía para que la semilla de la fe crezca y madure.

La tercera parte del mensaje también es importante. La Virgen dice: “Yo estoy con ustedes y deseo exhortarlos a todos: crezcan y alégrense en el Señor que los ha creado”. Se sabe que la presencia prolongada de la Virgen es siempre el más importante mensaje. Una vez más lo recuerda y recuerda también el valor de sus mensajes exhortativos. De los cuales, el de este mes, es una invitación a crecer espiritualmente por medio de la oración personal, y llevar el testimonio —como fruto de ella— con alegría. Nótese que el llamado a la alegría aparece dos veces en el mensaje. Primero como parte integral de la fe que se desarrolla por medio de la oración personal, y luego como virtud que se puede hacer vida, independientemente del llamado a la oración. Porque dice en forma imperativa: “alégrense en el Señor que los ha creado”.

Entonces, para este mes, hay un doble desafío: el de la oración personal que hace crecer —desarrollar— la semilla de la fe en testimonio alegre para los demás y el esfuerzo de vivir cada cual gozosamente la vida. En verdad, ninguna de estas dos realidades deben ser desafíos para el creyente en Jesús, porque sin oración no hay vida cristiana y la vida cristiana es vida de alegría. Pero en la práctica, muchos creyentes, al dejarse llevar del activismo, los problemas, las preocupaciones, las heridas emocionales de la vida… terminan siendo un mal testimonio para los demás. De donde resulta imperativo el llamado que la Madre vuelve hacer por medio de estos dos conceptos esenciales. ¡Sea alabado Jesucristo!

 
P. Francisco A. Vérar
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