5 de abril de 2010

De todos es sabido que uno de los días más importantes para los católicos es el día de la Anunciación porque además se celebra la Encarnación de Nuestro Señor Jesucristo. La Madre fiel a su cita, ha dado nuevamente un hermoso mensaje coincidiendo con este día tan significativo. Los videntes afirman que en los días solemnes la Virgen aparece con “vestidos” de gala de color entre plata y dorado. Y así ocurrió también este 25 de marzo. El mensaje comienza como casi todos los mensajes de la Reina de la Paz con la expresión “queridos hijos”. Es una forma cariñosa, tierna, amistosa… de la Madre que se relaciona con sus hijos en la cual refleja sus sentimientos especiales de amor para con todos. Se recuerda que el mensaje no va dirigido a los videntes, pues ellos la ven todos los días, sino a todos los hombres de buena voluntad y en primer lugar a los católicos que acogen sus llamadas.

La Madre dice en el mensaje: “También hoy deseo llamarlos a todos a que sean fuertes en la oración y en los momentos en que las tentaciones los asalten.” En esta primera parte del mensaje la Virgen hace la invitación a descubrir y valorar dos aspectos importantes de la oración cristiana. El primero va dirigido a desarrollar la virtud de la fortaleza y el segundo a perseverar en ella, particularmente cuando vienen las tentaciones.

En relación a lo primero habría que especificar, que ser “ser fuerte” en la oración sugiere: la firmeza o manifestación de energía de carácter —por medio de las facultades del alma de la memoria, entendimiento y voluntad— encausada a “enfrentar” y “resistir” los estados de ánimo que obstaculizan el diálogo con Dios. Se trata entonces de vencer todo espíritu de desidia, cansancio, aridez, pereza, negligencia… que impida perseverar en la oración. En otras palabras: la Virgen quiere que sus hijos venzan cualquier estado negativo de ánimo que impida orar y que, por consiguiente, se dialogue con Dios. Y se sabe que los momentos privilegiados para la oración cada día son las mañanas y las noches; además de llenar los espacios pequeños de la jornada con jaculatorias, como la Madre ha sugerido, porque de todos es sabido, que a lo largo de estos veintinueve años que tiene de estarse apareciendo, ha repetido un sinnúmero de veces: “oren, oren, oren”. Entonces, si hoy menciona: “También hoy deseo llamarlos a todos a que sean fuertes en la oración y en los momentos en que las tentaciones los asalten” es porque está diciendo de otra manera: “oren, oren, oren”. Se recuerda que la Virgen ha dicho varias veces que “Medjugorje es una llamada a la oración” y precisamente por eso insiste tanto en este tema. También la presencia de la Virgen en Medjugorje se entiende con la oración. Un día dijo: “Si ustedes quieren entender porqué estoy tanto tiempo con ustedes oren, con la oración entenderán la verdadera razón de mi venida.” De seguro será muy significativo para todos los devotos de Medjugorje el día que la Iglesia reconozca la presencia extraordinaria de María en este lugar santo. Sin embargo, se debe acentuar, que el tal reconocimiento no garantizará que la gente ore. Porque fijémonos bien: el mismo Jesús enseñó que hay que orar siempre sin desfallecer, en todo momento. Sin embargo, la gente no ora como debe. ¡Y Jesús está reconocido por la Iglesia desde hace dos mil años! O más bien, ha sido Jesús quien ha reconocido la Iglesia desde hace dos mil años. Como la Virgen. Es decir, la Virgen ha reconocido la Iglesia siempre: ha orado por ella, la ha amado, le ha servido, le ha hablado… Sin embargo, muchos de sus hijos aun no la reconocen, no le oran, no le sirven, no la escuchan. Y lo mismo puede ocurrir con Jesús, que muchos no lo reconocen, no le oran, no le sirven… y es la oración la que hace posible el encuentro con Él y con Su Madre.

La segunda parte de la llamada a la oración de este veinticinco de mes, recae en un aspecto muy concreto de ella: hacerla cuando saltan las tentaciones. Todo cristiano sabe que cada día al empezar la jornada, debe orar. La Virgen ha dicho que debe ser un mínimo de treinta minutos en la mañana y treinta al finalizar la jornada; fuera de la Eucaristía. Además es recomendable acompañar el día con oraciones pequeñas y la meditación de la Palabra de Dios. Sin embargo, la oración nunca debe verse como una “obligación” o un “deber”. Ninguno debe sentirse “obligado” a orar ni tampoco en el “deber” de orar, aunque de hecho lo sea. Porque nadie se enamora por “obligación” ni por “deber”, porque el amor es un sentimiento espontaneo que brota del corazón. Y lo mismo pasa con la oración. Se ora porque se ama a Dios y no por obligación o por deber. San Agustín decía que “Dios tiene sed que de que el hombre tenga sed de Él.” En realidad ningún cristiano debiera tener problema con la oración si amara a Dios como se debe. Se juzga entonces, que el problema no está en la oración en sí, sino en la capacidad de amar a Dios, y la Virgen quiere que Dios ocupe siempre el primer lugar en el corazón. Por eso siempre nos invita a la oración. Y para lograrlo recuerda que no sólo hay que orar en los momentos fijos del día, sino también cuando saltan las tentaciones. Porque si se ora en la mañana y en la noche y se descuida la oración en los momentos en que el “enemigo” ataca, una sola tentación puede convertirse en pecado con el poder potencialmente, de destruir cuanta virtud se halla conquistado en varios  días, semanas y hasta meses. De donde se entiende perfectamente que es muy importante orar cuando asaltan las tentaciones. ¿Y cómo orar en ese momento?

Es fundamental no esperar reconocer la tentación sino más bien, seguir el consejo del Señor de orar “en todo momento” para no caer en la tentación ya que muchas veces es difícil descubrir el asalto del “enemigo”. El maligno se viste muchas veces de ángel de luz y no siempre se puede reconocer su acción. San Ignacio de Loyola afirma, por ejemplo, que cuando el maligno no puede hacer caer un alma en el pecado debido a su adelantamiento en la virtud, entonces la hará caer por medio de las mismas obras que realiza para Dios, haciéndole pensar que cuanto hace es para Él. Y en estos casos la única manera de desenmascararlo es cuando el alma puede percibir que en el desarrollo de las supuestas obras de Dios, las cosas no salen como debieran. Entonces, es difícil desenmascarar del todo al maligno y por ende, también sus tentaciones y las que vienen del mundo y de la propia concupiscencia.

Recuérdese que toda caída siempre es precedida por la tentación. Hay tentaciones que pueden ser reconocidas de inmediato y aun así pueden hacer caer al discípulo de Cristo. Y esto suele ocurrir sólo por dos razones: porque predomina la fragilidad o bien: porque deliberadamente se quiso ofender a Dios. Pero tómese en consideración que también puede ocurrir otra cosa: que el alma aún estando muy adelantada en la virtud, ignore en el momento, que un determinado impulso interior es realidad una tentación. Y en los tres casos lo que puede detener la caída es siempre la oración. La Virgen cuando nos dice: “oren en los momentos en que las tentaciones los asalten” no especifica si la tentación es reconocida o no, pero da a entender que cuando se es fuerte en la oración es cuando la tentación puede ser vencida.

En la segunda parte del mensaje la Madre dice: “Vivan en la alegría y en la humildad su vocación cristiana y den testimonio a todos”. Sin oración constante esto es imposible. Porque el alma que no ora como debe, fácilmente se dejará conducir por los pensamientos negativos que puedan aflorar en la mente y por ende empañará su imagen frente a los demás. En muchas almas los recuerdos dolorosos se imponen en sus pensamientos inclusive de manera inconsciente. En otros son los problemas, las dificultades y las heridas emocionales del presente, que como consecuencia afectan el humor. La Madre lo sabe y por eso dice: “Vivan en la alegría y en la humildad su vocación cristiana y den testimonio a todos.” Pero recuérdese que primero dijo: “hoy deseo llamarlos a todos a que sean fuertes en la oración y en los momentos en que las tentaciones los asalten”. Por consiguiente: quien no toma la oración con seriedad difícilmente podrá dar testimonio con alegría y en humildad de su vocación cristiana. Cuando el hombre sabe darle a Dios el lugar que le corresponde en su vida por medio de la oración, es cuando entonces surge de manera espontanea el testimonio alegre y  humilde del discípulo de Cristo. Por lo tanto más que examinar los actos de cada día si son alegres o humildes, hay que revisar más bien como se está practicando la oración. Porque también puede ocurrir que muchos oran pero oran mal, sin el debido recogimiento del corazón, sin amor, sin paz o bien, sin haber hecho antes una buena confesión. De donde se puede concluir, a partir del mensaje de la Madre: que ora como debe es quien puede dar testimonio a los demás en alegría y amor.

En la tercera parte del mensaje la Virgen dice: “Yo estoy con ustedes y a todos los llevo ante mi Hijo Jesús, y Él será para ustedes fuerza y apoyo.” En muchos mensajes la Virgen dice “Yo estoy con ustedes” seguramente lo dice porque sabe que muchos de sus hijos frente a tantas incertidumbres, problemas, dificultades pueden pensar que Ella no los escucha, que está lejos. Pero probablemente también dice “yo estoy con ustedes” porque muchos no son lo suficientemente conscientes de la ayuda que Ella brinda, de su amor, de su presencia, de su amistad…  el “Yo estoy con ustedes” es una manera de decir: no se desanimen, confíen en mí, yo no los abandono… Esta última parte del mensaje una vez más irradia la ternura de María para todos sus hijos. Hay invitación implícita a confiar en Ella, a ponerse en sus manos y sobre todo, a abrirle el corazón ya que a todos quiere conducir a Jesús para que sea fuerza y apoyo. ¡Sea alabado Jesucristo!

P. Francisco A. Vérar

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