30 de abril de 2011

Mientras se acerca el Trigésimo Aniversario de las apariciones de la Madre en Medjugorje, una vez más invita a sus hijos al testimonio de vida. ¡Apréciese que en los últimos mensajes esta exhortación ha sido recurrente! El mensaje de este mes comienza diciendo: “¡Queridos hijos! Así como la naturaleza muestra los colores más hermosos del año, también yo los invito a que con su vida testimonien y ayuden a los demás a acercarse a Mi Corazón Inmaculado, para que la llama del amor hacia el Omnipotente brote en los corazones de ellos.” En esta primera parte del mensaje, la Madre establece una analogía entre los colores que la naturaleza muestra cada año en primavera con el testimonio de vida que los cristianos ofrecen al mundo. Anualmente, la naturaleza muestra un colorido espectacular cuando pasa el invierno, sin embargo, no siempre los cristianos muestran en el mundo “sus propios colores” con su comportamiento. Por consiguiente, la naturaleza puede aventajar con su colorido el mal testimonio de muchos cristianos.

Todo ser humano pertenece a una sola creación. Todos provenimos del mismo Dios. La naturaleza que rodea al ser humano —y la humanidad entera—, pertenecen a un mismo proyecto de creación del Único Dios vivo y verdadero. Y dentro de ese proyecto de amor de la creación, Dios Padre previó que la naturaleza mostrara anualmente su esplendor en los colores, olores y frutos. La naturaleza no tendría razón de esta transformación si con ella no embelleciera, ni sirviera de alimento a los animales y al mismo ser humano. Y en la vida del hombre ocurre algo parecido: también el ser humano tiene sus propios colores, flores, olores y frutos. Y este conjunto sirve a la creación más que los colores de la misma naturaleza. Sin embargo, muchos cristianos no son conscientes de su responsabilidad en el mundo y por lo tanto, la Madre lo recuerda. Se esclarece entonces, que como los colores embellecen la naturaleza, la vivencia de las virtudes de los cristianos embellecen al mundo.

¿Que representa el testimonio?

La palabra testimonio proviene del latín testimonium que significa: una declaración que alguno puede presentar para demostrar o asegurar un hecho. O bien, una prueba que servirá de confirmación de una verdad o de existencia de una cosa. También se puede pensar en la aseveración o reafirmación que asegura algo. Si se aplica estas connotaciones a la vida espiritual del discípulo de Cristo, el testimonio significaría: “declarar”, “confirmar”, “aseverar”, “probar” la realidad de la santidad por medio del ejercicio de las virtudes en la vida cotidiana. Jesús pensó en esto cuando dijo: “ustedes son la luz del mundo”, “ustedes son la sal de la tierra”, “no se oculta una ciudad edificada en la cima de un monte”. También dijo: “en esto conocerán todos que ustedes son mis discípulos: si se aman unos a otros”, “que así brille vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas acciones y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.(cf. Mt 6: 17) Jesús sabía que la lámpara se enciende es con la función de iluminar a quienes están alrededor de ella y no para ocultarla encendida. La Madre ha pensado en todo esto cuando especifica en el mensaje de este mes: “¡Queridos hijos! Así como la naturaleza muestra los colores más hermosos del año, también yo los invito a que con su vida testimonien y ayuden a los demás a acercarse a Mi Corazón Inmaculado, para que la llama del amor hacia el Omnipotente brote en los corazones de ellos.”

¿Cómo tomar la santidad con seriedad?

Habría que considerar primero que “la santidad en el adorno de la casa del Señor”( Sal 92.5) y la casa del Señor también lo es el mundo en que vivimos. La santidad es la vivencia de las virtudes en grado heroico y la llamada a vivir tal heroicidad es para todo cristiano, no para unos cuantos escogidos. Sin embargo, la decisión de vivir las virtudes en grado heroico siempre es una decisión personal. Y cuando la Virgen habla de dar testimonio en el mundo lo que está pidiendo es que cada hijo suyo se decida de una vez por todas a vivir la santidad. Y tal decisión es una muestra de amor a Dios y al prójimo. Entonces, para vivir la perfección evangélica no es necesario esforzarse mucho en saber comportarse delante de los demás sino más bien decidirse por el amor. Cuando el amor domina el corazón no es difícil, ni imposible, comportarse debidamente delante del prójimo porque el amor vivido espontáneamente en el corazón será el indicador de dirección; marcará en cada momento lo que se debe hacer. Luego, lo fundamental es amar profundamente al estilo Jesús, al estilo María y los santos. A Jesús no le costó vivir la santidad porque Él amaba. Y otro tanto ocurrió en los santos. La llamada que la Virgen hace de testimoniar delante de los demás, que pueda encender la llama del amor hacia el Omnipotente, es una llamada al amor. Sin el amor es imposible dar testimonio. El mejor ejemplo es Jesús, su Madre, sus Apóstoles y los santos. Para dar testimonio, entonces, hay que amar hay que amar. El Cenáculo para los Apóstoles, mientras esperaban al Espíritu Santo, era una escuela de amor; como también lo había sido permanecer tres años con Jesús. Lo mismo fue el Calvario, la lección más grande del amor del Señor. Cuando se ama se entiende el evangelio. Sin amor cuanto hizo Jesús es letra muerta. Era el amor y sólo el amor, lo que impulsaba a Jesús en todo. Lo mismo ocurría en la vida de los santos. De ahí que para cumplir con este mensaje hay que decidirse por amar evangélicamente. La Madre lo que desea es que el mundo de hoy arda en amor por medio del fiel testimonio de los cristianos.

Profundicemos aun el planteamiento con el ejemplo de Santa Teresa de Lisieux. La gran maestra del amor se preguntó muchas veces cómo vivir la virtud y llegar a embellecer la Iglesia —con las mismas virtudes que habían desarrollado los grandes santos— cuando se posee un alma tan pequeña y frágil incapaz de realizar las hazañas de los grandes mártires. Y la vida de comunión con Dios por medio de la oración y el discernimiento espiritual se lo reveló. La doctrina del famoso “caminito” para alcanzar la santidad que expone en “Historia de una Florecilla Primaveral” lo resume de la siguiente forma: “Entendí que la Iglesia tiene un cuerpo resultante de la unión de varios miembros, pero que en este cuerpo no falta el más necesario y noble de ellos: entendí que la Iglesia tiene un corazón y que este corazón está ardiendo en amor. Entendí que sólo el amor es el que impulsa a obrar a los miembros de la Iglesia y que, si faltase este amor, ni los apóstoles anunciarían ya el Evangelio, ni los mártires derramarían su sangre. Reconocí claramente y me convencí de que el amor encierra en sí todas las vocaciones, que el amor lo es todo, que abarca todos los tiempos y lugares, en una palabra, que el amor es eterno. Entonces, llena de una alegría desbordante, exclamé: “Oh Jesús, amor mío, por fin he encontrado mi vocación: mi vocación es el amor. Sí, he hallado mi propio lugar en la Iglesia, y este lugar es el que tú me has señalado, Dios mío. En el corazón de la Iglesia, que es mi madre, yo seré el amor; de este modo lo seré todo, y mi deseo se verá colmado””.

El amor pues lo es todo, el amor es el testimonio que la Madre espera de sus hijos.

La segunda parte del mensaje también es muy significativa. Dice la Virgen: “Yo estoy con ustedes y sin cesar oro por ustedes para que su vida sea reflejo del Paraíso aquí en la tierra.” Como en otros mensajes, la Madre asegura que está con todos. María ve siempre el corazón de cada uno de sus hijos, es en definitiva la mejor Madre. ¿¡Y si una madre común jamás se separa de sus hijos, cuanto más se puede esperar de la Madre del Cielo!? Esta afirmación de fe la misma Virgen la recuerda frecuentemente en sus mensajes, es para que sus hijos caminen con confianza, con la certeza que Ella está al lado de todos, y que por lo mismo, no hay que temer frente a las adversidades, dificultades, enfermedades… La Madre desde el cielo observa y acompaña cada corazón por la fuerza de Su amor. Todos los cristianos, y todo ser humano en general, son hijos predilectos de María. Por otro lado, también el mensaje recuerda que un componente fundamental de la misión que el Altísimo le ha concedido a la Virgen desde Su gloriosa Asunción a los Cielos es interceder de continuo con sus oraciones por la humanidad. Lo que hace pensar en la importancia que tiene para Dios la oración de la Iglesia triunfante y en especial la de la Madre de Dios. Y a partir de ese ejemplo la Madre inspira a sus hijos a que imiten dicho ejemplo. Es como si dijera: “en vista de que yo como Madre oro sin cesar por todos ustedes, oren también conmigo. Sigan mi ejemplo. Dense cuenta cuan importante es la oración. Les doy un ejemplo para que hagan lo mismo.”

El final del mensaje está en estrecha relación con el testimonio que la Virgen pide. Para María, dar testimonio es reflejar con la propia existencia la vida del Paraíso en la tierra, lo que lleva a pensar en un mensaje que en cierta ocasión dijo. Efectivamente mencionó hablando del Paraíso, “que desde la tierra, quien se lo proponga, puede comenzar a vivir la vida del Paraíso, a tal puno que su muerte puede ser una continuación de lo que ya se estuvo viendo en la tierra”. Se refiere entonces, a cierto estado de paz, de amor y de alegría permanente en el corazón que la santidad puede adquirir. Si el hombre se lo propone lo alanza y todo cristiano sabe que la vía que lo hace posible es la oración. Sin que en esta ocasión lo mencione es obvio que sólo viviendo en unión profunda con Dios se puede reflejar el Paraíso en la tierra.

Oremos.
Señor, Tu me das a Tu Madre como intercesora para que yo alcance la santidad. La Virgen quiere y espera que todos seamos santos. No se cansa de extenderme la invitación. Señor, ¡quiero colaborar con Ella! Ante todo, abandonándome en tus brazos y en los suyos. ¡Dame Señor hoy mismo el don de la santidad para adornar el mundo con testimonio heroico de las virtudes! Señor, Tu tienes el poder de hacerme santo. Hoy Te lo pido desde lo más profundo de mi corazón: ¡quítame el miedo de vivir las virtudes en grado heroico!, ¡enséñame a confiar más en tu gracia que en mis propias fuerzas! Jesús, Tú y Tu Padre han llevado a los santos, por medio del Espíritu Santo, por el camino de la pequeñez, del amor, de la humildad, de la sencillez. Jesús, quiero recorrer ese mismo camino. Por eso hoy mismo Te entrego mi corazón: ¡Hazlo similar al Tuyo! Jesús, enciende de Tu amor en mi corazón para que yo a mi vez ayude a transformar en amor el corazón de los demás.
Jesús, hoy renuncio a cuanto me pueda separar de Tu amor y del amor hacia mis hermanos. Renuncio para siempre al pecado y a toda forma de egoísmo que me impida amar.

¡Ven Espíritu Santo, Te necesito. ¡Ven ahora mismo a mi corazón y lléneme de Tus dones, de tu Gracia y Tu poder sanador. Con un corazón herido, reconozco que jamás podrá amar y ser un reflejo del Paraíso. Por eso te pido también que me sanes, que me unjas con tu divina unción. Te necesito Espíritu Santo.

Oh María, Madre del Amor Hermoso: gracias por tus oraciones ante Tu Divino Hijo. También hoy oro unido a Ti por mi santidad: quiero dar testimonio de Tu Divino Hijo en el junto, gracias por estar conmigo y por tus plegarias. Dios te salve María…

P. Francisco A. Verar
 

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