29 de octubre de 2012

MENSAJE DE LA VIRGEN MARÍA REINA DE LA PAZ DEL 25 DE OCTUBRE DE 2012 Y REFLEXIÓN DEL P. FRANCISCO Á. VERAR HERNÁNDEZ

“Queridos hijos, hoy los invito a orar por mis intenciones. Renueven el ayuno y la oración, porque satanás es astuto y atrae muchos corazones al pecado y a la perdición. Yo los invito, hijitos, a la santidad y a vivir en la gracia. Adoren a mi Hijo para que Él los colme con Su paz y Su amor que ustedes anhelan. ¡Gracias por haber respondido a mi llamado!”

Nos estamos acercando al final del año litúrgico y por tanto, pronto comenzaremos el sagrado tiempo de Adviento, pero también hay que considerar que hemos iniciamos en la Iglesia el Año de la Fe. De seguro que la Madre considera estos sucesos para volvernos a invitar a orar por sus intenciones. El mensaje de este mes entonces, se puede reflexionar en clave de conversión en vista al Año de la Fe y el próximo Adviento. Se observan en el mensaje 4 partes:

1. Orar por las intenciones de María Reina de la Paz.

Sustancialmente, la Madre quiere que no se descuide la vida de oración por aquellas intenciones que Ella ha presentado, a lo largo de estos 31 años y 4 meses que tiene de estar apareciendo. ¿Cuáles son esas intenciones? Primeramente, la paz, luego, la conversión de las almas, con énfasis en “quienes no experimentan al amor de Dios en sus corazones”, luego, las autoridades de la Iglesia, la familia y los jóvenes, que “están en una situación muy, muy difícil”. También ha pedido que se ore por las vocaciones a la vida consagrada, los enfermos y las almas del purgatorio, sin embargo, también hay otra intención que la Virgen tiene y que jamás ha presentado en sus mensajes, ni ha manifestado a los videntes: se trata de un plan que Dios tiene para el mundo por medio suyo y que necesita de oraciones para la realización del mismo; han asegurado los videntes. Entonces, para responder a esta primera parte del mensaje, bastaría decir, cada vez que se rece el rosario, durante las preces de la Liturgia de las Horas, en la Adoración al Santísimo, y en las intenciones de la celebración de la Eucaristía: “Te pedimos señor por las intenciones de la Virgen María Reina de la Paz”. Téngase en cuenta, que la Madre no especifica el porqué necesita que en estos momentos se ore por sus intenciones, sino sólo pide que se ore por ello. Entonces, es suficiente obedecer y responder a la llamada.

2. Renovar el ayuno y la oración.

También en el mensaje ha pedido que se renueve la práctica del ayuno y de la oración, sin duda, porque muchos dejan de hacerlo. Ayunar no es difícil ni imposible, en caso tal, lo que más costaría sería obedecer a María y ser generoso con lo que pide. Recuérdese que Ella ha pedido, desde 1984, dos días de ayuno a pan y agua a la semana. Para algunos esto puede escucharse exagerado pero para la Madre no. Téngase en cuenta que no puede ser exagerado una práctica que ayude al alma a vivir la conversión a Dios y que sirva para construir la paz. Piénsese, que muchas veces lo que para el mundo de hoy puede ser exagerado para Dios tiene un gran valor y lo que para el mundo puede ser normal para Dios es desatinado. Como por ejemplo: invertir demasiado dinero en la vanidad personal, restaurantes, bebidas alcohólicas, diversiones, placeres…, cuando millones padecen hambre. Entonces, el ayuno serviría para disponer al ser humano a abrirse a la solidaridad y a vivir en carne propia lo que padecen millones de almas, por carecer de lo necesario para la subsistencia. Pero, el ayuno también debe ir acompañado siempre de la oración, porque de lo contrario, podría acentuar elementos negativos de la personalidad y engañar la conciencia al pensar, que por haber ayunado, todo lo demás marcha bien. Precisamente, por eso Jesús, al inicio de su ministerio público, no permitió que sus discípulos ayunaran, porque podría ocurrir lo inverso a lo que el ayuno persigue: enorgullecer el alma: “Nadie echa un remiendo de paño nuevo en un vestido viejo, porque lo añadido tira del vestido, y se produce un desgarrón peor. Ni tampoco se echa vino nuevo en vasijas viejas; pues de otro modo las vasijas revientan y el vino se derrama, y las vasijas se echan a perder; sino que el vino nuevo se echa en vasijas nuevas, y así ambos se conservan” Mt 9:16-17. Por lo tanto, al ayunar hay que tener primero el deseo de cambiar de vida, de lo contrario tanto el vino nuevo (el ayuno) como la vasija (el corazón del hombre) se echan a perder.

3. Vivir la santidad y vivir en la gracia.

La tercera parte del mensaje es muy interesante, toda vez que contrapone a la acción de satanás —que conduce las almas al pecado y a la perdición— la belleza de vivir en la santidad y en la gracia de Dios. Así se concluye, que lo que la Madre desea —con las apariciones más larga de la historia—, sin lugar a dudas, es conducir al mayor número de hijos suyos a la perfección cristiana, uno de los enunciados más notables del Concilio Vaticano II, —y que este año de la fe se conmemora con el 50° aniversario de su apertura.

Para la Virgen, la santidad no es una virtud inalcanzable sino accesible a todo cristiano y a todo hombre de buena voluntad, porque particularmente se trata de una decisión. Pero no de cualquiera decisión sino de aquella que conduce al ejercicio de la plenitud de la caridad evangélica, la suma de las demás virtudes. Por último, hay que advertir que la Madre también subraya otra cosa: que la santidad hay que vivirla con el estado de gracia permanente. ¿Y por qué esta afirmación? ¿Acaso quien vive la santidad no vive además en la gracia de Dios?

De hecho, estos dos conceptos pueden ser utilizados como sinónimos, pero en la vida teologal del bautizado, representan realidades distintas, a tal punto que alguno podría pensar que es santo sin estar viviendo en la gracia de Dios y otro podría asumir que vive la plenitud de la caridad, porque vive siempre en la gracia de Dios. Ambos enunciados son falsos. Quizá por este particular, la Madre especifica que se deben vivir las 2 cosas inseparablemente: la santidad (que es la plenitud de la caridad) y el estado de gracia permanente (que se otorga por medio de la confesión sacramental bien hecha).

4. Adorar a Jesús.

En la última parte del mensaje la Madre pide que se adore a Su Hijo. Curiosamente, no es común escuchar una exhortación similar en los mensajes de la Virgen, ya que cuando menciona la adoración a Jesús lo hace con referencia a la Eucaristía. Por ejemplo, dijo en una ocasión: “enamórense de Jesús sacramentado, yo estoy siempre presente cuando los fieles están adoración, en ese momento se reciben gracias especiales”. Sin embargo, esta vez, sólo menciona: “Adoren a mi Hijo”, pero todo católico sabe, que el único lugar donde se puede adorar a Jesús en la tierra es en la Eucaristía. Por lo tanto, la Madre, a través de este mensaje, invita nuevamente a sus hijos a la adoración eucarística y por medio de esta, adorar a Jesús espiritualmente en su condición gloriosa del Paraíso.

El fiel que adora frecuentemente a Jesús sacramentado, encarnará por ende, Su paz y de Su amor, como Jesús colmó de estas mismas gracias a Su Madre santísima en la tierra y ha colmado igualmente a los santos que dieron su vida por Él. Entonces, la Madre en este mensaje de mes, no sólo invita a la santidad y a vivir en gracia, sino además nos muestra el camino para obtener la santidad y la gracia permanente. Así nos presenta un recurso seguro, perfecto y fácil para alcanzar la plenitud de la caridad, frente al llamado que la Iglesia nos ha hecho de vivir el nuevo año dedicado a la Fe, y en las vísperas de la solemnidad de Todos los Santos. Es una nueva llamada a redescubrir la presencia amorosa de Jesús en el altar, a dejarse cautivar y fascinar de Su amor y de Su paz.

Oremos:

Jesús hoy doblo mis rodillas ente Ti, sé realmente que estás presente en cuerpo, alma y divinidad en la Hostia Santa. Tu Madre me invita hoy a reconocer Tu presencial real y verdadera. Te adoro Jesús con toda la fuerza de mi corazón. Te adoro unido al coro celestial de los ángeles y santos del Paraíso, que no cesan de hacerlo delante de Tu Trono de gloria.

Te adoro Jesús por quienes no lo hacen y por aquellos que no saben que están realmente presente en el Sacramento adorado de la eucaristía.

P. Francisco Á. Verar

 

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