24 de marzo de 2015

MENSAJE DE LA VIRGEN MARÍA REINA DE LA PAZ DEL 25 DE MARZO DE 2014 EN MEDJUGORJE Y REFLEXIÓN DEL P. FRANCISCO ÁNGEL VERAR HERNÁNDEZ

“Queridos hijos, los invito de nuevo: comiencen la lucha contra el pecado como en los primeros días, vayan a la confesión y decídanse por la santidad. El amor de Dios fluirá al mundo a través de ustedes, la paz reinará en vuestros corazones y la bendición de Dios los llenará. Yo estoy con ustedes y ante mi Hijo Jesús intercedo por todos ustedes. ¡Gracias por haber respondido a mi llamado!”

No se olvide que el mensaje más importante que la Madre trae es siempre su presencia diaria, toda vez que al presente, tres videntes continúan con la aparición cotidiana. Y se recuerda, que la Virgen no se les aparece a los videntes porque tengan más cualidades o mayores signos de santidad que otros humanos, sino porque quiere llevar un gran mensaje a la humanidad. No se olvide. Por tanto, aunque tengamos el mensaje el 25 de cada mes y el 2, la Madre aparece todos los días para todos, y si bien no la vemos, ni tenemos un mensaje cotidiano hablado. La aparición en sí, es ya un mensaje para el mundo y para la Iglesia.

1. Volver a comenzar es decidirse por el amor.

Este mes —como ocurre con frecuencia en los mensajes de la Madre—, sus palabras se adaptan al tiempo litúrgico que vivimos en preparación a la Pascua 2014. Obsérvese que ha dicho: “Queridos hijos, los invito de nuevo: comiencen la lucha contra el pecado como en los primeros días: vayan a la confesión y decídanse por la santidad.” Comenzar la lucha contra el pecado es tomar conciencia de la importancia que tiene la santidad, porque quien se interesa por “iniciar” combate de veras el pecado, es el mismo que ha tomado la santidad en serio; sentirá que siempre está “iniciando”, no ha perdido su vocación cristiana. Como ocurre de hecho, en un matrimonio que lleva muchos años de convivencia y nunca se han dejado de amar: sentirán muchas veces que están “iniciando” su relación. Es lo que hace el amor. O en los sacerdotes o religiosas que tienen años de haberse consagrado al Señor y no han dejado de vivir a plenitud su vocación: sentirán, seguramente, que están comenzando, porque lo único que no envejece en el ser humano es el amor. ¡Es imposible que envejezca! Porque la facultad que todos tenemos de amar es ilimitada, y de eso depende la vocación al matrimonio, a la vida consagrada y toda vocación cristiana. El problema se da cuando se deja de amar, cuando las almas dejan de sentir que están “iniciando”, es entonces cuando se cae en la antítesis del amor —de ese “inicio”—, que es la rutina. Entonces la Madre —si aparece todos los días— debe hablar y corregir a sus hijos, debe decir: “no dejen de amar”, “comiencen siempre”. Préstese atención a sus palabras: “Queridos hijos, los invito de nuevo: comiencen la lucha contra el pecado como en los primeros días” Es como si dijera: “no envejezcan espiritualmente”, “no se desanimen”, “no dejen de amar”, “no caigan en la rutina”. Entonces, en el mensaje de este mes la Madre pide una verdadera renovación espiritual para quienes siguen sus mensajes. Es una llamada a volver al primer amor. En realidad, no debió hablar así si todos viven sus mensajes. Sin embrago, la Madre sabe que algunos fallan, se desaniman, dejan de amar… Entonces, vuelve sobre el tema de la conversión: “Queridos hijos, los invito de nuevo: comiencen la lucha contra el pecado como en los primeros días”. Recuérdese que nos quiere santos y sin la decisión por la lucha contra el pecado no hay santidad. Entonces, volver a comenzar es decidirse por el amor, porque quien no es capaz de amar no es capaz de volver a iniciar. Los casados lo saben y los consagrados también. Y lo mismo ocurre para poner en práctica lo que pide la Virgen: hay que amarla porque si no se le ama no se le puede obedecer.

2. Luchar contra el pecado es decidirse por la confesión bien hecha.

En el mensaje la Virgen pide que se acuda a la confesión para luchar contra el pecado. Obsérvese que mucha gente no se confiesa con el sacerdote porque asegura que lo hacen directamente con Dios; lo que no es suficiente, toda vez que la Madre quiere que también se acuda al sacramento, porque confesándonos directamente con Dios no se recibe la gracia del sacramento instituido por Cristo. Es como quien no aceptaría comulgar porque come pan es su casa, y la diferencia entre el pan que se come en casa con el Cuerpo de Cristo que se recibe en el comunión, es grande: uno es sacramento y el otro no. Lo mismo ocurre con la Confesión auricular con el sacerdote y pedir perdón directamente a Dios: uno es sacramento y el otro no. La gente al no confesarse se hace daño y no lo sabe. Como se hace daño quien no comulga o quien comulga sin haberse confesado. El no confesarse es una especie de suicidio espiritual, es acabar con la vida, porque la Escritura dice claramente: “que la paga del pecado es la muerte” y la manera que Dios tiene para perdonarnos los pecados, es por medio de la confesión. Quien no se confiesa no recibe esta gracia: vive en pecado; aunque de suyo su conciencia no se lo advierta.

A un ateo o agnóstico, difícilmente su conciencia le advertirá que vaya a confesarse, porque, sencillamente, no cree en Dios. Y como no cree en Él, no creerá que Dios le pueda perdonar sus pecados. Pero quien cree que Dios le puede perdonar sus pecados debe acudir al sacerdote quien Dios lo puso para perdonar los pecados, y no debe comportarse como un ateo. Por eso la Madre dice: “comiencen la lucha contra el pecado como en los primeros días: vayan a la confesión y decídanse por la santidad” Entonces, ir a la confesión es decidirse por cambiar y vencer el pecado. Pero también ir a la confesión es dejarse enamorar por Dios, porque nunca una persona se siente más amada como cuando se siente perdonada por aquel a quien le falló. Es lo que ocurre en la relación de Dios y nosotros: cuando sentimos que más nos ama es cuando nos manifiesta Su perdón. Adviértase que es por medio de la reconciliación como el amor crece entre dos personas: quienes más se aman no son quienes menos se han ofendido sino quienes más han experimentado el perdón (reconciliación) después de haberse herido. Sólo que en nuestra relación con Dios los únicos que fallamos somos nosotros porque Él jamás lo hace. Por lo tanto, confesarse bien es acercarse al amor de Dios. Y cuando más el alma se abre con el sacerdote con quien se confiesa —y es más sincera con Él—, más fuertemente experimentará el amor de Dios en su corazón. Por eso quien va al confesionario debe ir sin máscaras, es decir: sin ningún tipo de reserva y decir toda la verdad; para experimentar intensamente el amor de Dios. Es eso: Dios es amor y en Su perdón su amor se encuentra con el nuestro. Por eso hay que proceder sin miedo; y el amor expulsa el temor. Entonces, la Madre quiere que se prepare la Pascua de Su Hijo con una buena confesión; que le demos ese regalo. No hay mejor manera de demostrar nuestro a amor a Dios que contándole tola la verdad al sacerdote que él eligió para perdonarnos nuestros pecados. Los santos no eran los que no pecaban sino quienes sabían levantarse después de haber ofendido a Dios. Recuérdese que hasta el Papa ha invitado a toda la Iglesia a celebrar la confesión, instituyendo en esta cuaresma, 24 horas de reconciliación donde él mismo ofrecerá el sacramento del Perdón. El papa Francisco indicó, que podríamos llamarla "la fiesta del perdón" porque "el perdón que nos da el Señor hay que festejarlo, como lo hizo el padre de la parábola del hijo pródigo, que cuando el hijo volvió al hogar el padre hizo fiesta, olvidándose de todos sus pecados. Será la fiesta del perdón”. La idea del Papa es que, a partir de las 17 horas del 28 de marzo, durante 24 horas, al menos una iglesia en cada diócesis permanezca abierta para permitir a todos los que quieran, acercarse a la confesión y a la adoración eucarística. ¡Qué bendición! María y el Papa dicen lo mismo; nos queda más que responder.
 

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