“El que ama y sigue a Jesús de Nazaret, al Mesías, Rey de reyes, aunque no tenga hambre ni sed, tiene cruz…”

Este es un resumen de mi caminito de conversión, al que todos estamos llamados; al que antes o después, todos transitamos. En el que iremos acrecentando nuestra Fe, entregándonos a diario a Él y, que terminará el día, en que Dios nos llame a compartir su mesa…

Mis comienzos fueron como el de todo católico: bautismo, catequesis a la temprana edad de siete años y, Primera Comunión, aquel 12 de octubre de 1970. Luego continué haciendo visitas a Jesús, pero no con mucha frecuencia, tenía fe, pero no muy arraigada. Después, vinieron años duros, en los que Dios se fue llevando de a poco, a mis seres queridos, para lo cual, no encontraba respuesta alguna. Siempre estaba preguntándome “¿por qué?” y, al no tener a mi lado a nadie que me ayudara, fue que lo dejé a Dios allí, en ese rincón donde quedan las cosas sin valor: lo borré de mi vida…

Así transcurrieron muchos años, creo que desde los 16 hasta alrededor de los 45 años: muchos, ¿verdad?. Pero siempre Dios, en su inmensa Misericordia, quiere tenernos a su lado, y utiliza personas con alguna influencia en nuestras vidas, para acercarnos a Él. Recuerdo que en el año 2006, un sábado por la tarde, se acercó a casa un vecino, dejándome un vídeo caset de la Virgen “María Reina de la Paz”, diciéndome “míralo si querés, cuando ten- gas tiempo…”. En ese momento no supe qué decirle; me invadió un sentimiento de ira, que no podía soportar, pero creo que la Virgen ya estaba actuando en mí; supe controlarme, guardar silencio y responderle simplemente: “gracias”.

Ahora reconozco, que esa fue la primera manifestación de María en mi vida, porque a los dos días, comenzó a intrigarme ese video caset: ¿qué será?, ¿qué dirá?, ¿qué veré en él ?… Una siesta de verano, lo instalé y comencé a verlo, y ante mi sorpresa, “me atrapó” de tal forma, que volví a verlo varias veces. Había algo que me tocaba muy, muy fuerte en mi corazón, no podía aún entender: ¿por qué?… A los pocos días, mi corazón comenzaba a ablandarse; se lo devolví y, a cambio, me dio la segunda parte. Quedé sin palabras, mi vida hizo un cambio que hasta el día de hoy, no puedo comprender; desde ese momento, comencé a transitar este camino de Jesús y María, y a sentir su AMOR hacia mí.

Desde mi adolescencia, que no confesaba ni comulgaba; pero a los pocos días, hablé con un sacerdote, a quien expliqué todo lo ocurrido y ¡tuve mi primera confesión!!! Volví a casa, con muchísima paz y felicidad

¡Tenía a Jesús y a María en mi corazón!.

Con el tiempo, ingresé a un “Grupo de Oración de María Reina de la Paz” y con el transcurso de los meses, fui experimentando una fe en constante crecimiento. Cambió por completo mi estado de ánimo, la alegría se exteriorizaba y se hacía perceptible para todos los que me rodeaban.

En el mes de enero del año 2012, concurrí a una consulta médica, para un examen de rutina; sin esperar para nada lo que se presentaría. Lo primero, fue la sospecha, que debía ser confirmada mediante un estudio patológico. Después de los análisis, me hicieron una biopsia y después de eso surgió el diagnóstico. Estaba en la sala de espera, cuando una sensación indescriptible se apoderó de mí…, era como si una voz interior me dijera: “Sí, tenés cáncer”. Inmediatamente tomé el rosario y comencé a rezar. No había llegado a terminar  el primer misterio, cuando ya me había tranquilizado. Luego, me llamó el doctor, quien mirando los resultados de la biopsia me dijo: “Sí, flaquita, tenés un tumor y, es maligno”…. ¡Por Dios!…, pensé en ese momento. En un segundo, el mundo se me vino abajo, pero encontré la fortaleza necesaria para afrontar una situación, que recién se iniciaba. Sin dudas, María estaba acompañándome, sosteniéndome en ese momento tan duro de mi vida y, dándome la fuerza necesaria como para decir al Doctor: “Bueno… y, ¡¿cómo sigue esto ahora, como se cura?!”.

Fueron necesarios, varios estudios previos y, luego una serie de dieciséis sesiones de quimioterapia, una cirugía y, luego, treinta sesiones de rayos. Después de la primera quimioterapia, perdí todo el cabello. No obstante ello, mi fe y confianza en la intercesión de María, iban en constante aumento. Fue Ella, quien jamás quitó la sonrisa de mi cara, a pesar de los dolores, de las descomposturas. Cada vez que acudía a mi tratamiento, lo hacía con una gran sonrisa, que causaba admiración en el resto de los pacientes, que se preguntaban: “¿Cómo puede venir aquí y estar tan feliz?”. Viendo tantas caras de preocupación, yo les hablaba de María y les decía que debían confiar en Ella, que intercedía por todos nosotros, ante su Hijo Jesús.

Tengo que decir, que estaba segura,  de  que las cosas iban a salir muy bien. Cuando uno acepta la cruz y la ofrece, hay una fuerza “extra” para superar lo que sea, para soportar todo. Muchos familiares, amigos y conocidos oraban por mí; se hacían “Cadenas de Oración a María Reina de la Paz” por mi salud y eso, significó una ayuda inmensa.

Pude entrar al quirófano, con un rosario de madera en mi mano, el que me acompañó en la cirugía y, que tuve en la mano al despertar. Obviamente, la extracción del tumor maligno ¡fue exitosa!. Cuando el Doctor me dio el alta del Centro Asistencial, le agradecí por los avances en la medicina, pero le hice notar también la ayuda “extra”, señalándole  la  imagen  de  María y mi rosario. Su respuesta fue categórica: “Sin dudas, sin tu fe, no hubiéramos podido hacer mucho”.

A los seis meses, concurrí a su consultorio y luego de exámenes pormenorizados, los resultados fueron satisfactorios. Esa enfermedad, había sido  vencida,  gracias al Amor, cuidados e intercesión de María, Reina de la Paz.

Actualmente, María sigue caminando a mi lado y junto a mi familia. Mi hija de 21 años, con la cual teníamos muchas diferencias, dado que “mi cambio espiritual”, mi elección comprometida del Evangelio de Jesús, hacía muy difícil la convivencia. Trataba de no hacer más tensa nuestra relación, por eso es que, a veces, la dejaba que hablase o actuase a “su manera”. Sólo oraba por ella, trataba de ser una velita, que alumbrara su vida. Aprendí que los tiempos de Dios y de María, no son los mismos que los nuestros… Mi oración diaria fue constante, y hoy…veo sus resultados. Tenemos una relación más de hermanas, que de mamá e hija, un diálogo permanente, donde intercambiamos ideas, charlas, risas, abrazos, hasta juegos… y, también, un  poco  desafinadas  cantamos juntas…

¡Cuántas maravillas!.

Últimamente, a fines de octubre de 2013, pude regresar, por segunda vez a Medjugorje. No estaba en los planes, pero no tengo dudas, que cuando María quiere que vayamos a su casa, no es necesario mucho tiempo de antelación para preparar el viaje. Creo que fui, simplemente para agradecer. Una enorme emoción me invadió a diario, y pude decirle, desde el corazón:

¡GRACIAS  MARÍA!

Argentina 2006

 

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