“Ven y verás”

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Acabo de regresar de la décima peregrinación a Medjugorje y cuando me preguntan cuál es la razón de tantas peregrinaciones, qué es lo que encuentro allí, qué ocurre allí, mi respuesta no es otra que la de los primeros discípulos que encontraron a Jesus, “ven y verás”.

Es muy difícil explicar acertadamente la experiencia de cada persona tocada por la gracia divina a través de la Madre del Señor. Como sacerdote he sido testigo del profundo cambio que se opera en el corazón del peregrino. Parece como si María lo hubiera planeado todo para ponerlo en brazos de su Hijo querido, y allí la sorpresa y la alegría de un encuentro personal, que cambia y sana el corazón herido por el pecado abriéndolo a una vida nueva.

En Medjugorje ocurren cosas extraordinarias, circunstancias inexplicables, “casualidades” inesperadas, que ponen de manifiesto la actuación de Dios por mediación de su Madre y madre nuestra.

En la sociedad de hoy con sus sombras y oscuridades, con la negación de Satanás y el imperio del cientifismo y de la pura razón, es asombroso e inexplicable lo que ocurre en Medjugorje, la presencia de María, que peregrina del cielo a la tierra para traernos tanto bien, tanto consuelo y esperanza, para mostrarnos el camino de la paz y la reconciliación entre los hombres.

Y prodigiosa es la forma, maternal y solícita, tierna y cercana de presentarnos el Evangelio, “hijos míos”, “hijitos míos”, “apóstoles míos”… que conmueve el alma. Como madre buena nos repite el Mensaje de su Hijo de una manera viva, cálida, transformadora y gozosa.

De Medjugorje nadie vuelve de vacío. Nadie vuelve sin haber experimentado la presencia del Buen Dios que sale a nuestro encuentro para hacernos vivir “de corazón” la fe de cada día, la Eucaristía, la Adoración al Santísimo, la reconciliación sacramental, el rezo del Santo Rosario.

Es el regalo que nos hace la Virgen de Medjugorje, la Madre buena empeñada en derramar sobre este lugar la Infinita misericordia de Dios. El cielo de este pequeño pueblo permanece abierto para que ya nadie se sienta solo. La Madre del Señor, la Gospa (la Señora) nos acompaña siempre.

Padre Juan A. Martín

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