Por intercesión de la Bienaventurada Virgen María, Reina de la Paz, he vivido, en Medjugorje, experiencias increíbles y recibido muchos dones. Quisiera dar testimonio de tres que todo peregrino puede también alcanzar con tal que abra el corazón y desee verificarlos: 1) el camino al corazón (a la comunión afectiva); 2) el abandono en Sus Manos (el maravilloso intercambio); 3) el reflejo en Sus Ojos (la entrada en el Paraíso).

1.- EL CAMINO AL CORAZÓN (A LA COMUNIÓN AFECTIVA). En Medjugorje, hay tres lugares principales de peregrinación sugeridos en todas las guías: la Parroquia de Santiago apóstol (con el programa parroquial cotidiano) y los dos caminos que la mayoría de peregrinos suben con devoción: la colina del Podbrdo o monte de las Apariciones y la montaña del Krizevac o de la Cruz. Pero hay otro camino menor, casi diminuto, que, especialmente en Medjugorje, todos estamos invitados a recorrer: el más corto y breve de la vida, y a la vez, el más urgente y fundamental que cada creyente ha de cruzar: el que desciende de la cabeza al corazón. El que cambia nuestra vida para siempre.

Hemos de reconocer que somos exageradamente racionalistas. Perdemos el tiempo en reflexionar demasiado, y así el mucho razonar nos suele alejar de la fe… Nuestra fe es reducidamente intelectual: un concepto, una idea fría y distante, sin apenas influjo en nuestra vida. Reducida, así, a una verdad dogmática suele terminar corrompiéndose en peligrosa ideología. Solo cuando desciende al corazón (del que tanto nos habla la Gospa) se hace experiencia íntima, encuentro personal, presencia transfigurante… se convierte, entonces, en fe viva y vivificante. De intelectual se torna cordial: se hace vida en nosotros y el corazón se llena de paz y alegría. Sana de sus heridas y esclerosis, de sus miedos y obsesiones, de sus angustias e inquietudes…, y se hace realidad la profecía: deja de ser una piedra y se convierte en carne palpitante, en el hogar donde Dios mismo y Su Madre Santísima desean morar. Porque el cielo no está arriba, más allá de las estrellas, sino adentro, en nuestro centro: en el corazón poseído por la fe que salva, por el Dios vivo que hace de él su cielo.

2.- EL ABANDONO EN SUS MANOS (EL MARAVILLOSO INTERCAMBIO).
En 2013, en la fiesta del apóstol Santiago, santo patrono de los peregrinos y titular de la Parroquia de Medjugorje, participando del programa de oración vespertino me sentí invitado, en el momento de la Aparición, a responder a dos llamados de la Gospa en los que descubrí una íntima conexión: su invitación a entregarle mis intenciones (a poner en Sus Manos todas mis preocupaciones, mis deseos, mi familia, mi futuro) y a hacerme cargo de las Suyas (a orar por Sus intenciones). Entendí que si así lo hacía, no debía ya preocuparme ni orar nunca más por mí ni por los míos. Y me abandoné a Su amor materno entregándole, fíado y confiado, lo que hasta entonces tanto me ocupaba y preocupaba.

Ella misma nos invita a todos a confiar en su intercesión ante Su Hijo, en dejar que se ocupe de lo nuestro y de los nuestros, en confiarle nuestra vida y nuestro futuro… en abandonarnos a Dios a través de este abandono en Sus Manos, en Su Inmaculado Corazón. Así lo hice, movido por el Espíritu Santo, prometiendo que, desde este momento, todas mis oraciones (la primera intención de las Misas, los Rosarios, los ayunos, los sacrificios…) las ofrecería por Sus intenciones. Una especie de intercambio prodigioso que serenó instantáneamente mi corazón angustiado, librándolo de sus miedos e inquietudes, y vació mi mente de mentiras y obsesiones. Un abandono, un compromiso que, como la consagración a Su Inmaculado Corazón, renuevo todos los días y me pacifica (hace que Su Paz reine en mi corazón).

3.- EL REFLEJO EN SUS OJOS (LA ENTRADA EN EL PARAÍSO). He tenido el privilegio de asistir a varias Apariciones en la Cruz Azul (a Mirjana) y en las capillas privadas de Marija e Ivan. De estar con la Gospa, que aparece “viva y real”, y el cielo que la acompaña siempre. De presentir y gustar Su paz y la ternura de Su amor.
El Espíritu, iluminando mi mente y encendiendo mi corazón, me dio a entender que estaba allí no para ver a la Gospa, sino para dejarme mirar por Ella. Eso era lo que verdaderamente importaba. La Virgen María, mi Madre, iba a verme, posaría su mirada en mí. Recordé que saber mirar es saber amar y que nadie, salvo Dios mismo, me sabía amar y me amaba más que Ella. Comprendí que Su mirada, si me dejaba contemplar, me acariciaría, me abrazaría, me besaría… Y que esto bastaba. Y entendí, también, que así como en la tilma de san Juan Diego quedó reflejada en Sus ojos la escena que María de Guadalupe contemplaba antes de “entrar” en el ayate, así también, cuando Ella,
aquella tarde, “entrara” en el cielo, regresando junto a Su Hijo, cabe al Padre y al Espíritu, de algún modo misterioso pero real, lo haría yo mismo (mi imagen reflejada en Sus retinas), y que la Santísima Trinidad al mirarla amorosamente, al posar su mirada en Sus ojos gloriosos, me vería también a mí reflejado en Ellos. Este pensamiento colmó mi corazón de paz y consuelo, de un profundo gozo y agradecimiento.

Tres dones no exclusivos que la Gospa desea seguir regalando a todo corazón que se abra confiado a su amor maternal.

Compartir: