Queridos hermanos y hermanas,
En estos tiempos de confusión, ruido y búsqueda, el testimonio de un sacerdote no es simplemente importante: Es esencial. No se trata solo de palabras desde el altar, sino de una vida vivida con coherencia, humildad y entrega.
No necesitamos sacerdotes perfectos, ninguno lo es, sino sacerdotes verdaderos. Que amen. Que perseveren. Que sufran con esperanza. Que sirvan sin ruido. Que sepan que su fidelidad diaria, aunque sea oculta, tiene un eco eterno.
La Virgen María, Reina de la Paz, lo ha recordado muchas veces en Medjugorje: oren, conviértanse, vivan en gracia. Sus mensajes no son un fin en sí mismos; son caminos que llevan al Corazón de su Hijo.
Y en esos mensajes, el lugar del sacerdote es crucial. María nunca lo oculta: Sin sacerdotes, no hay Eucaristía. Sin sacerdotes, no hay reconciliación. Ellos son sus hijos predilectos, a quienes cuida con especial ternura.
Por eso, un sacerdote que da testimonio con su entrega silenciosa, con su pobreza de espíritu, con su amor a María se convierte en tierra fértil para la paz. Paz en los corazones. Paz en las familias. Paz en la Iglesia.
Pidamos hoy, con humildad, que María forme en nosotros, y especialmente en sus sacerdotes, corazones que irradian esa paz que solo viene de Dios.