Mi historia, realmente no es mía. Tiene muchos personajes, muchos caminos, muchas anécdotas. Pero es al final una historia de amor entre Madre e hija. Entre Creador omnipotente y un vil y ruin servidor. En las palabras de Juan Manuel Cotelo, “Dios no es francotirador, trabaja en equipo.” Y un equipo de ensueño me tomó y me sigue llevando de las manos.

Empecemos por el amor. Soy la tercera hija, de dos seres excepcionales. Por  ser  la afortunada de haber llegado 10 años después que mis hermanos, fui realmente siempre una gran consentida. En especial de mi papá. Siempre fui “una hija de papi”. Mi papá ejerció el papel de padre amoroso, proveedor de seguridad, compinche de aventuras y acicate formidable. En el buceo, el término para designar al compañero que vela por la seguridad y que acompaña en el viaje se le denomina “buddy” y mi papá no solo fue mi buddy en el buceo sino en este caminar por la vida. Mi papá fue un católico creyente, educado en colegio católico Jesuita. Tenía una fe inquebrantable en Dios, en Nuestra Madre la Virgen y en la vida futura. A los 32 años perdió a su mamá (su primer gran amor) y creo que eso solo cimentó mucha de su fe. Hablábamos con cierta frecuencia, usualmente en son de broma del juicio final, de la entrada al cielo, de las colas del purgatorio y del paraíso. Para todo, era un tipo segurísimo de sí mismo, tenaz y hasta algo vanidoso. Todo excepto una cosa, su situación ante Dios. Allí era rápido para reconocer su nada ante este gran Amor. Creo que sin duda que fue eso, lo que lo hacía  el tipo tan extraordinario que fue. Nuestra historia no era la normal de papá e hija… la mejor forma de definirlo es que su amor me tatuó el corazón y por siempre aspiraré a ser mejor persona por él.

Medjugorje. Qué linda invitación. Ésta empezó a trazarse en el camino de mi familia hace unos 20 años. Una vecina visitó el lugar y como la gran mayoría se convirtió y cambió su vida. Su misión fue la de abrir Capillas de Adoración Perpetua. Así que como parte de su trabajo, llamó un día a mis papas y le dijo directamente a mi papá “La Virgen me dijo que tú me ayudarías patrocinando una misionera”. Mi papá un poco en son de broma dijo que él no sabía si la Virgen se refería a él particularmente pero solo por si acaso, por supuesto que ayudaría. Ese día además inició nuestro largo camino a Medjugorje. Comentamos en familia de lo extraordinario del lugar, y dijimos “algún día, iremos”.

En octubre 2014, vino a carteleras a Guatemala la película de Juan Manuel Cotelo “Tierra de María”. Sin saber mayor cosa, sentí un llamado personal de irla a ver. Tanto así que fui un sábado, sola. ¡Quedé fascinada! ¡Qué maravilla de trabajo!, tanto así que regresé el domingo con mi mamá a verla. Invité a mi papá, pero no se vino porque tengo certeza él ya estaba en otro camino.

Al salir, mi mamá me dijo con convicción que preparara yo el viaje, ya que ella nos invitaba a las mujeres de la familia. Por cómo Dios trabaja y lo que llamamos nosotros coincidencia, llegamos a Ana Lucía quién desde hace muy poco llevaba peregrinaciones. Me reuní con ella, me explicó algo del viaje y me dijo las palabras más importantes “a Medjugorje solo se debe ir con el corazón abierto”. Se me hizo un consejo tan extraño que le pedí me explicara cómo se hacía eso, y para empezar me recomendó un par de libros. El viaje se organizó para ir con mis 4 tías maternas, mis 2 hermanos, mi cuñada, mi sobrina, mi mamá, mi hija de 2 años y yo. Mi papá, aunque  sumamente mariano nos repitió tranquilo: “vayan ustedes, recen por mí, yo me quedo”. El viaje quedó con fecha de salida 18 de junio.

Devoré los libros de Sor Emmanuel, Jesús García y el resto de trabajo publicado por Juan Manuel Cotelo. Empecé a sentir una sed insaciable por saber más, leer más, investigar más de lo que era Medjugorje, de los videntes, de las historias de conversión. Finalmente llegué en Youtube al testimonio de María Vallejo-Nájera. Con ella enloquecí, y es que lo vi TAN extraordinario, TAN milagroso. Les pasé el video a todos los que pude, tanto así que obligué a mi papá que lo viera. Hablamos de él, hablamos por él de otro montón de cosas.

Había una cosa que yo no entendía y probablemente no quería entender acerca de todo lo que leía. Y era el bendito sufrimiento. Es que me saltaba por donde pasaba, trataba de ignorarlo y a la vuelta de la esquina me volvía a saltar. El sufrimiento y su fuerza  redentora,  la  necesidad  de  entregarlo  a Jesús y de unirnos a su cruz. Tanto así, que el 2 de junio me reuní con el Padre Gabriel, quien nos acompañaría, para hablar del tema. Mi corazón sabía que Nuestra Madre me estaba preparando para algo.

El 3 de junio asesinaron a mi papá. Como un balde de agua fría nuestra vida se vio arrancada de esta luz arrasadora en nuestras vidas. Como lo comenté a alguien que llegó a la escena del crimen, sentí como si me apagaran el sol.

En medio de la escena infernal e inentendible nunca nos sentimos solos. Mi mamá y mi hermano llegaron primero y mi mamá asegura que vio con el corazón cómo Nuestra Madre lo tomó de los brazos y se lo llevó. Lily, la misionera de las capillas de adoración que trabajaba con mi papá, llegó también a la escena y sin conocer a nadie más que a él, se presentó y rezó con nosotros.

El viaje planeado para 2  semanas  después no fue cancelado. Por el contrario se unió el resto del núcleo familiar. Fuimos TODOS. El viaje fue excepcional. Yo no vi, no olí, no sentí nada sobrenatural con mis  5  sentidos. Sin embargo, mi Madre del Cielo me tomó más fuerte las manos y me susurró al oído que todo estaría bien. En Medjugorje se siente la presencia de Mamá. Se siente el amor maternal, la invitación para ir a su Hijo, de entregarle todas nuestras cosas. Sentí por primera vez que la vida espiritual no es una dimensión paralela a nuestra realidad ni que Jesús de Galilea pasó por esta tierra hace 2000 años. Sentí su presencia REAL, HOY. Estoy segura que en Medjugorje todos los que somos invitados a ir recibimos algo y sospecho que como la excelente Madre que María es, sabe qué es ese algo para cada uno de sus hijos.

A veces, me impresiono a mi misma lo que todos como familia hemos podido sobrellevar este tiempo. El hecho que todos sigamos funcionales, avanzando y que incluso por momentos tengamos momentos de felicidad es para mí un testamento  de  lo  que hace la Misericordia de Dios. Estamos tristes claro, lo extrañamos y lo pensamos todos los días, pero tenemos los ojos fijos al cielo donde estamos seguros que él está y que nosotros ojalá lleguemos. Nuestra Madre nos ha enseñado el camino para poder llegar, entregar cuentas y gozar juntos por la ETERNINDAD. ¡Qué lindo!

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