“Reparar las heridas infligidas al Corazón de mi Hijo”
“…Mi corazón se dilata para derramar con abundancia las influencias de su divino amor…”

 

Mensaje, 5 de abril de 1984

“¡Queridos hijos! Esta tarde los invito a honrar de manera especial el Corazón de mi Hijo Jesús. Hagan penitencia para reparar las heridas infligidas al Corazón de mi Hijo. Este Corazón es herido con cada pecado grave. Gracias por haber venido esta tarde! ”

Estimados hermanos:

Nos cuenta el Evangelio de San Juan (13, 20-26) sobre la primera confidencia hecha por el corazón de Jesús al joven discípulo:

«En verdad, en verdad os digo que uno de vosotros me entregará.»
Los discípulos se miraban unos a otros, sin saber de quién hablaba.
Uno de sus discípulos, el que Jesús amaba, estaba a la mesa al lado de Jesús.
Simón Pedro le hace una seña y le dice: «Pregúntale de quién está hablando.»
El, recostándose sobre el pecho de Jesús, le dice: «Señor, ¿quién es?»
Le responde Jesús: «Es aquel a quien dé el bocado que voy a mojar.» Y, mojando el bocado, le toma y se lo da a Judas, hijo de Simón Iscariote.

Las palabras de Jesús a los apóstoles en general y la consecución de la traición, son un momento en que Dios manifiesta en sobreabundancia su compasión y predilección por nosotros. Porque somos nosotros los que le hemos negado, traicionado y abandonado, pero a pesar de todo no ha renunciado a nosotros, no ha dejado de intentar persuadirnos, ha mostrado la inmensidad generosa de su amor, nos ha revelado su anhelo de hacernos amigos y confidentes de su Divino Corazón.

El Señor insistió, en la noche del Jueves Santo, en mostrar el abismo de misericordia y caridad de su Divino Corazón.

También dijo el Corazón de Jesús a su discípula amada, Santa Margarita María:  “He aquí el Corazón que ha amado tanto a los hombres, y que nada ha escatimado hasta agotarse y consumirse para demostrarles su amor y en reconocimiento no recibo de la mayor parte sino ingratitud, ya por sus irreverencias y sus sacrilegios, ya por su frialdad y desprecio con que me tratan en este Sacramento de Amor. Pero lo que me es aún mucho más sensible es que son corazones que me están consagrados los que así me tratan… Mi corazón se dilata para derramar con abundancia las influencias de su divino amor”.

Es que la indiferencia, el olvido, la irreverencia y la ingratitud son formas de negar, traicionar y ofender.
Ante tanto amor, tanta ingratitud. Y si el amor no es amado, solo podemos reparar con amor, pero con el verdadero amor que brota del Corazón traspasado del Señor.
Toda obra humana para que sea capaz de reparar la injusticia cometida contra el Amor del Divino Corazón de Jesús, solo puede hacerlo si se deja inflamar por el fuego del horno ardiente de caridad del Corazón del Señor:

“Reconoce, pues que nada puedes sin Mi; Yo no dejaré nunca de socorrerte, con tal que tengas siempre tu nada y tu debilidad abismadas en mi fortaleza”  -le dijo el Señor a Santa Margarita María.

No es verdadera devoción, como nos enseña San Luis Mª Grignon de Montfort, si nuestra proximidad al Señor, fuera solo para curarnos y no para seguirle y tener vida en Él, y vida en abundancia, vida de gracia y santidad, contrario a lo que ocurrió con los paralíticos por quienes preguntó el Señor, al único enfermo sanado, de entre el grupo, que regresó para agradecerle: “¿y los otros nueve dónde están?” (Lc. 17, 11-19)

Por eso dijo la Reina de la Paz  “Hagan penitencia para reparar las heridas infligidas al Corazón de mi Hijo. Este Corazón es herido con cada pecado grave…” (Mensaje 5 de Abril de 1984)

El Inmaculado Corazón de la Reina de la Paz nos educa en la modestia, en un camino profundo y constante de conversión, fervor y santidad,  impulsado por la gracia abundante y magnánima del Señor, reconociendo  los abismos de bondad, misericordia y amor del Sagrado Corazón de Jesús, como lo hizo con la discípula amada del Corazón de Jesús, Santa Margarita María Alacoque, formándola en una verdadera  infancia espiritual,  llegando a dar sobreabundantes frutos de caridad, fervor y santidad en la Iglesia y en las almas de buena voluntad.

Nuestra Santísima Madre le dijo: «Nada temas, tú serás Mi verdadera hija, y Yo seré siempre tu buena Madre».

Y la misma Santa Religiosa Visitandina lo describe en su autobiografía:

“Como se me ordenó pedir a Nuestro Señor la salud, lo hice; si bien con miedo de ser oída.
Pero se me dijo que por el restablecimiento de mi salud se conocería claramente si lo que en mí pasaba, venía del Espíritu de Dios, y según esto se me permitiría después hacer cuanto Él me había mandado, ya con respecto a la Comunión de los Primeros Viernes de mes, ya en cuanto a la hora de vela en la noche del jueves al viernes, como Él deseaba.
Habiendo representado al Señor todo esto por obediencia, recobré al instante la salud.
Pues me recreó con Su Presencia la Santísima Virgen, mi buena Madre, me hizo grandes caricias, y después de una visita bastante prolongada, me dijo:
«Anímate, Mi querida hija, con la salud, que te doy de parte de Mi Divino Hijo, porque aún te resta que anidar un camino largo y penoso, siempre sobre la Cruz, traspasada por los clavos y las espinas y desgarrada por los azotes; pero no temas, no te abandonaré, te prometo Mi protección.»
Promesa, cuyo cumplimiento he experimentado claramente en las grandes necesidades, que de Ella he tenido después.”

A nosotros también nos dice nuestra Madre María:

“…Es necesaria mucha humildad y pureza de corazón. Confiad en mi Hijo y sabed vosotros que siempre podéis ser mejores. Mi Corazón materno desea que vosotros, apóstoles de mi amor, seáis pequeñas luces del mundo; que iluminen allí donde las tinieblas desean reinar: que con vuestra oración y amor mostréis el camino correcto, y salvéis almas. Yo estoy con vosotros”. (Mensaje 2 de Junio, 2017)

Madre nuestra, Reina de la Paz toma nuestros corazones heridos por nuestros pecados y las espinas de un mundo secularizado e idolátrico, y consérvalos cerca de la llama de amor que en Ti flamea en abundancia, para moldearnos según los impulsos de amor, del Corazón del Señor, como lo hiciste maternalmente con el alma de Santa Margarita María de Alacoque, los Santos Pastorcitos de Fátima y tantos santos, cuyo testimonio es un clamor del cielo en la tierra: “Que venga a nosotros el Reinado de los Sagrados Corazones”…¡Viva la Gospa!.

Atentamente Padre Patricio Romero

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