Queridos hermanos, muy buenos días:

 

En el mensaje de este 25 de mayo, la Reina de la Paz nos invita a confiar en Dios cada día más. Y, la capacidad de poder crecer en la fe y la confianza en Dios, es una gracia que debemos pedir cada día. Pero también es un deseo que debe estar continuamente en nuestro pensamiento y en nuestro corazón; pues como dijo San Agustín: “la oración de deseo es la petición permanente y continua que llega hasta la presencia de Dios”.

 

Parecería ser que para algunos cristianos, la confianza en Dios es más fácil que para otros. Tal vez esto se debe a la historia personal de cada hombre y mujer, y en los modelos de confianza en Dios heredados y también aprendidos en el contexto familiar en particular y social en general.

 

Yo he podido observar que aquellos hombres y mujeres que durante la niñez han atravesado situaciones difíciles y traumáticas, y a quienes no se les enseñó a orar con el corazón, y a abandonarse de manera activa en las manos de nuestro buen Dios, van a encontrar -durante la vida adulta- mayor dificultad para confiar en Dios, como Aquel a quien debemos escuchar, discernir su voz, y llevar adelante el cumplimiento de su voluntad.

 

De manera similar, quienes han crecido con una imagen paterna incompleta o incluso negativa en algunos aspectos, encontrarán resistencias interiores para confiar en Dios como Padre.

 

En mis libros: “Caminos de sanación. Lazos paternos” (Editorial Bonum. Argentina) y en “Querido papá” (Editorial San Pablo. Colombia), he podido ahondar en cómo, la relación que hayas tenido en el pasado con tu papá, puede seguir ejerciendo en la actualidad y a lo largo de toda tu vida una influencia positiva o negativa; incluso mucho más de lo que llegas a darte cuenta.

 

El impacto que ejerció tu padre sobre tu vida, se reflejará en muchos de los pensamientos y sentimientos que tú tengas acerca de ti mismo/a.  Y de manera similar repercutirá en la valoración que tengas de los otros hombres, en el modo de relacionarte con ellos; y hasta en la clase de espiritualidad que hayas cimentado en relación con Dios, como Padre.

 

Un padre ausente, abandónico, violento, o hipercrítico, no podrá proveer a sus hijos de los profundos cimientos sobre los cuales construir una fe firme y una fortaleza suficiente, para enfrentar y superar las circunstancias adversas de la vida.

 

Pero para estas personas en particular, Dios en su Providencia y a través de la Virgen María, Reina de la Paz, tiene un plan providente, ya que María -como Madre- los acompaña en su camino de sanación interior y de crecimiento espiritual.

 

Efectivamente, lo que en algunos casos no han podido proveer emocionalmente a los niños los padres biológicos, si lo han brindado sus madres; por eso a muchas personas que se acercan a Medjugorje y a otros santuarios marianos, les resulta más fácil comenzar abriendo las puertas de su corazón a María. Ella con su pedagogía de Madre y Maestra, los guiará gradualmente al encuentro con Dios Padre, enseñándoles a confiar en él, ayudándoles a sanar las heridas del alma, y fortaleciendo no sólo la fe en Dios, sino también sanando las heridas de desconfianza hacia las personas que les rodean, y que les impide relacionarse sanamente y con mayor profundidad.

 

A continuación quiero compartirte un hermoso testimonio escrito por Carla, una mujer de mi comunidad, que recibió la gracia de la sanación paterna, y que nos muestra cómo Nuestra Madre nos acompaña en cada instante con su amor materno, intercediendo por cada uno de nosotros, de manera especial en los tropiezos de la vida.

 

 

“Era un jueves de septiembre, día libre. Llegaba por fin un día de descanso, y de tareas  que venía postergando por falta de tiempo y de permiso personal. Por mi apostolado tenía un encuentro de servicio al cual no sentía deseos de ir. Necesitaba un día de descanso y restauración. Gracias  a Dios, la otra persona no pudo asistir y suspendió. Era tal la alegría que sentí culpa. Registré el “agotamiento” que tenía, venía de una extenuación laboral importante. Necesitaba ir a descansar…

¡El día estaba espléndido! Amo salir a caminar en primavera, cuando las calles de mi barrio se impregnan de la fragancia de los azahares. Además faltaba el paseo diario de mi perra. Salí a pasearla, registré el cansancio, pero seguí… Aproveché  el celular y varias tareas pendientes por resolver.

Al cruzar una esquina,  no vi que el cordón de la vereda estaba roto; apoyé mi pie justo allí, y caí hacia la mitad de la calle. No me podía levantar.  Enseguida paró un auto con un joven que no sabía cómo ayudarme. Mi perra quería protegerme y estaba muy asustada. Esto a él lo asustó más y quedó paralizado. Se acercó un hombre, como de 70 años, con mucha ternura y seguridad. Agarró a mi perra, me ayudó a levantar y del brazo me fue llevando. Yo no podía ni apoyar el pie. Saltando en un pie y muy sostenida de su brazo llegamos a casa. Dolía mucho. Llamé a mi traumatólogo, me dio reposo y hielo. Obedecí. Me acosté y empecé a orar: “El Señor dispone todo para el bien de los que lo aman”. Sentí fuerte esa Palabra y la creo fervientemente, pero venían a mi mente la cantidad de tareas del hogar, servicio  y trabajo que tenia para los días siguientes.

Yo pensaba 48 hs y ya está… pero había de todo para esos próximos días.

El señor que había venido en mi ayuda, a levantarme y cuidarme, fue muy oportuno, prudente, delicadamente sostenedor y protector. Cada una de sus palabras y gestos eran muy sanadores; algo estaba ocurriendo.

Yo no dejaba de preguntarme ¿Por qué Señor? para que esta caída? ¿Por qué el pie? ¿Qué me quieres mostrar?

No se tardó mucho en responderme, y en oración me dio unas palabras del libro de Sor Faustina: “Hija mía, la causa de tus caídas es que te apoyas demasiado en ti misma… tu amor propio te hace caer… Saca Gracias de mi corazón, recibe la fuerza del perdón…. Apóyate en mi brazo…”

Entonces pensé ¿pero qué tengo que perdonar? ¡Encima que me caí y no puedo hacer nada! Me enojé, y ahí me agarré del Rosario… y María con su delicadeza me empezó a guiar.

Sabía que el Señor estaba regalándome una nueva sanación… y empecé a dar gracias, y a alabar, aún enojada… El enojo fue dando lugar a la tristeza. La impotencia por todo lo que necesitaba hacer y no podía. Las 48 horas se transformaron en muchos días de reposo… y empecé a “recordar” a mi papá cuando quedó parapléjico, de golpe, abrupto, un shock para todos. También era el mes de septiembre cuando yo lo iba a cuidar durante muchas horas. Era terriblemente doloroso verlo así. El siempre había sido muy proactivo, un luchador, imparable…  Admirable. Para mí era muy difícil acompañarlo de esa manera. Yo estaba en un momento muy feliz de mi vida, logrando algo que me había costado muchísimo alcanzar, y la enfermedad de mi papa no me permitía disfrutarlo. El cuidarlo me quitaba tiempo para poder dedicarme a full a lo que para mí era un logro tan esperado, postergado, buscado, trabajado y anhelado.

También resigné tiempo a mis hijas que eran pequeñas, al matrimonio, a la casa y a mi gusto personal de salir a caminar por las calles de mi barrio con el perfume de  los azahares de septiembre; y cuando podía hacerlo lo hacía con mucha culpa de pensar que le quitaba tiempo a mi papa y que él ya no podría caminar, con lo activo y deportista que  era…

El esguince era profundo, el reposo se prolongó por muchos días. No podía apoyar ni con la bota. Me di cuenta que el esguince mostraba  que en el alma había algo más profundo por sanar.  Yo tenía todo esto muy comprendido y elaborado psicológicamente, pero ahora el Señor deseaba sanarlo con su suave toque y con la intercesión amorosa de la Virgen María.

El Señor me regaló un nivel más profundo de perdón a mi papa, por no haber podido estar tantas veces como yo necesitaba, por todas las veces que no pudo cuidarme. Me regaló el perdón a mi misma por muchos límites que tendría que haber puesto y no pude. Yo deseaba cuidar y acompañar a mi papá, pero no de esa manera como imponían los demás. Yo acarreaba muchas heridas viejas con mi papá. Para mí, el cuidarlo y postergarme era una más a tantas otras heridas pasadas sin resolver. Acrecentaba el enojo.

Para no discutir y herir la familia, cedí, a costa de muchas  broncas que igualmente  deterioraron los vínculos familiares.  Yo ya me había perdonado y los había perdonado con la voluntad muchas veces, pero ahora Dios me estaba regalando un nivel más profundo de perdón gracias a esta “caída”. El perdón siempre abre la puerta de la sanación.

¿Por qué los pies Señor?, preguntaba… ¿Qué estás haciendo? y entonces apareció una imagen: yo haciéndole masajes a mi papa en los pies. Cuando empezó a recuperar sensibilidad de su paraplejía, el necesitaba masajes constantemente porque se le dormían los pies. Los necesitaba desesperadamente. A mí se me acalambraban los brazos y el siempre pedía más. Temblaba cada vez que los empezaba a pedir porque sabía que se extendería por horas. Y luego vino otro recuerdo: Al año, ya celebrando la recuperación absoluta, mi papá entro en paro cardiorespiratorio. Le encontraron una neumonía y esta vez dijeron los médicos que ya no podría salir. Entré a la sala de guardia, vi sus pies al descubierto de la sábana… Los toqué y estaban espantosamente helados. Sentí que se iba a morir, que ya era el final… Después de una hora en la  que su corazón siguió imparablemente luchando, falleció…

Sentí que era muy delicado lo que la Virgen María y Dios estaban haciendo en mí,  una profunda restauración en el vínculo con mi papá… Empiezo a experimentar una nueva realidad de ser hija muy amada del Padre, y una nueva realidad corporal, como templo del Espíritu Santo. Necesitaba el poder y la ayuda de la Gracia del Sacramento de la Reconciliación, y le pedí al Padre Gustavo si podía regalarme la Confesión.

Muy delicada y amorosamente, pudo mirar como padre y pastor mi necesidad, y me regaló la gracia del Sacramento de la Unción, uno de los tesoros mas preciosos  de sanación que tenemos los cristianos.

Gracias Señor por esta caída, por este pie que no puedo aún apoyar, por este reposo, por este descanso… Gracias por todo lo que estas sanando con mi papá. Gracias por tu perdón porque ese dolor me reveló el enojo y la autosuficiencia. Si no me dejo sostener por ti no puedo sostener a nadie. Necesito parar y descansar en ti. Deseo dejarte ser Dios, deseo ser tu hija muy amada. Llévame de tu brazo, Señor… Todo es Gracia. Solo en Ti  descansa mi alma…

 

Espero que este hermoso testimonio, también te ayude a ti, para comprender como María Santísima, con su amor materno, te acompaña continuamente, a fin de que puedas abandonarte confiadamente, en las manos paternas y providentes de Dios.

 

Padre Gustavo E. Jamut

Oblato de la Virgen María

 

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