Queridos hijos: en este tiempo de gracia, los invito a la oración con el corazón. Que sus corazones, hijitos, se eleven en oración hacia el cielo, para que su corazón pueda sentir al Dios del amor que los sana y los ama con un amor inmenso. Por eso estoy con ustedes, para guiarlos por el camino de la conversión del corazón. ¡Gracias por haber respondido a mi llamado!”

¡Queridos amigos reciban hoy y siempre La Paz y la alegría de Jesús y de María

No sé si a ti te ha sucedido, pero a mí me ha llamado la atención que en el mensaje que Nuestra Madre nos regala este mes para formarnos, Ella menciona el corazón en cuatro ocasiones.

Por lo cual intentaremos reflexionar sobre lo que quiere enseñarnos, teniendo en cuenta el contexto en el cual en cada ocasión lo menciona.

 

  1. “Queridos hijos: en este tiempo de gracia, los invito a la oración con el corazón.

En diversas ocasiones la Reina de la Paz nos anima a orar con el corazón. Y las Sagradas Escrituras también mencionan frecuentemente el corazón. La mayoría de las veces no se refiere al corazón como el órgano biológico, sino al núcleo más íntimo de cada ser humano.

En la biblia el corazón representa el área donde el ser humano siente, piensa, decide. También es la morada del Espíritu Santo.  De aquí el descubrimiento que hizo San Agustín, y que lo expresó a través de las siguientes palabras:

“Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, ¡tarde te amé! Tú estabas dentro de mí, y yo fuera, y por fuera te buscaba, y deforme como era me lanzaba sobre las cosas hermosas por Ti creadas. Tú estabas conmigo, y yo no estaba contigo. Me retenían lejos de Ti todas las cosas, aunque, si no estuviesen en Ti, nada serían”.

Quien ora con el corazón, lo hace bajo la guía del Espíritu Santo; Él nos ayuda a examinar los propios pensamientos y sentimientos, de manera tal de poder discernir si proceden de nosotros mismos, de Dios, o incluso si son tentaciones muy sutiles que provienen del mal espíritu.

También las heridas de la vida dejan huellas en el corazón. Por lo cual es necesario orar y pedir la gracia de Dios, quien sana los recuerdos dolorosos y traumáticos de alguna etapa de la vida.

 

  1. “Que sus corazones, hijitos, se eleven en oración hacia el cielo”.

¿Alguna vez has contemplado un globo aerostático? Estos se elevan cuando se les introduce aire caliente. De no ser así son muy pesados, no tienen forma agradable y no pueden desplazarse.

En cambio, cuando se les quita el lastre y se le insufla el aire caliente, comienzan a tomar forma, lentamente se va elevando y son llevado suavemente por las corrientes de aire.

Bien sabemos que el Espíritu Santo quiere morar en nosotros cada vez con mayor intensidad, pero es necesario despojarnos de todo el peso innecesario, el cual está representado por nuestros pecados, pero también por esos defectos de carácter con los cuales nos hemos acostumbrado a convivir, al punto que hacemos muy poco por cambiar.

El Beato Carlo Acutis, dijo:

“Nuestra alma es como un globo aerostático… Si existiese un pecado mortal, el alma caería a la tierra y la confesión sería como el fuego… lo volvería a elevar. Es necesario confesarse a menudo”.

Pero el riesgo de los sacerdotes, obispos, consagrados/as y laicos comprometidos, es el conformarnos con no pecar gravemente. Cuando Nuestra Madre y su Hijo Jesús además nos invitan a despojarnos permanentemente de todo el peso innecesario de pensamientos, sentimientos, palabras, acciones y omisiones que son un lastre que impiden que nuestras oraciones diarias se eleven hacia el cielo.

Ya es hora de comenzar a ser sinceros con nosotros mismos y no mentirnos, o querer autoconvencernos que todo está bien. El tiempo pasa velozmente y necesitamos convertirnos en áreas más profundas de nuestro ser. Son esos espacios donde el “yo” -es decir el egocentrismo- no le permite a Dios reinar en nuestras vidas de manera plena.

 

  1. “Que su corazón pueda sentir al Dios del amor que los sana”.

Todos nosotros hemos tenido en algún momento de la vida un caudal de amor inferior al que necesitábamos.

Seguramente nuestros padres, cónyuges y amigos han hecho lo que han podido; nos han dado amor según su capacidad. Pero nosotros al ser creados por Dios infinito, también tenemos hambre y de un amor infinito e imperecedero, que solo Dios puede darnos y saciar plenamente.

De no ser así estaremos exigiendo a los demás mas de lo que pueden ofrecernos, y entonces nunca estaremos satisfechos.

Muchas de las situaciones interrelaciónales conflictivas en las familias, en las comunidades eclesiales y en otros ámbitos, se producen por esa necesidad de amor insatisfecho. Entonces se busca la aceptación de los demás, otros luchan por un lugar de preminencia, nos volvemos susceptibles e hipersensibles, generamos mecanismos de negación o de huida, nos escondemos de la realidad y no desarrollamos la capacidad de diálogo sereno y autentico.

Pero todo eso comienza a cambiar cuando comenzamos a orar con el corazón, pidiendo a “Dios Amor” que nos colme de la ternura y aceptación que nos ha faltado en alguna etapa de la vida.

Entonces podremos internalizar y llevar a la práctica la oración de San Francisco de Asís:

Señor, hazme un instrumento de Tu paz.

Donde haya odio, déjame sembrar amor;

donde haya injuria, perdón;

donde haya duda, fe;

donde haya desesperación, esperanza;

donde haya oscuridad, luz;

donde haya tristeza, gozo.

O Divino Maestro, concédeme que no busque ser

consolado sino consolar; ser entendido sino entender; ser amado sino amar. Porque es en el dar que recibimos, es en perdonar que somos perdonados y es muriendo que nacemos a la vida eterna. Amén.

 

  1. “Estoy con ustedes, para guiarlos por el camino de la conversión del corazón”.

Como un ciego que se deja tomar de la mano y se deja conducir confiadamente por la persona que le guía, también Nuestra Madre nos extiende la mano para guiarnos en la oración del corazón.

A partir de allí se da todo ese proceso de ser colmados del amor Divino, sanados de las heridas de nuestra historia, y guiados por caminos de bendición.

No nos contentemos en rezar solo con los labios, con organizar grupos de oración; que no sea suficiente guiar peregrinaciones u organizar congresos y retiros. Animémonos a remar mar adentro, en las aguas profundas e inexploradas de nuestro corazón, y hagámoslo a través de la oración sincera; sin tener miedo a los cambios que Dios pueda pedirnos, porque al igual que a los apóstoles en el mar de Galilea, allí nos aguarda la pesca milagrosa.

Le pido a Dios que te bendiga, Él que es Padre, Hijo, y Espíritu Santo. Amén.

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