Cada vez me asombro más al comprobar cuán distintas y distantes son entre sí la mentalidad del mundo y la mentalidad de Jesucristo reveladas en el Evangelio.  Como decía San Pablo, entre lo puro y lo impuro no hay entendimiento.  Sin embargo, los creyentes por lo general solemos confundir las cosas, no discernimos a tiempo y nos enredamos en modos de vida que tienen la etiqueta de cristiano y católico pero en los hechos concretos del día a día nuestros criterios y paradigmas nada o casi nada tienen que ver con el Evangelio.

Principalmente sucede esto con relación al tema del éxito.  Generalmente los padres de familia matriculan a sus hijos en colegios en donde les preparen a ser “personas de éxito en la vida”.  Y tanto papá como mamá, o los demás familiares, miran al muchacho o a la joven con la “esperanza” de que sea “mejor” que nosotros, entendiendo ese “mejor” como: que tenga más plata, que tenga más cosas, que tenga una mejor casa, que pueda lograr lo que nosotros no logramos, etc.  A eso solemos llamarle éxito.  Claro, todo medido desde el punto de vista material.  Ah, claro, también pueden ser personas de éxito que tengan una cierta vida espiritual, por ejemplo, puede que hagan “Yoga” varios días a la semana, puede que hagan meditación Zen de cuando en cuando, puede que practiquen una cierta espiritualidad difusa, que les ayude a mantener su éxito o acrecentarlo.

Pero Jesucristo no la piensa así.  Él vivió pobre, murió y resucitó pobreSus discípulos fueron pobres, los santos mártires, las vírgenes que a Él se consagraron, los confesores de la fe, los santos de toda la historia de la fe vivieron y murieron pobres.  En el Evangelio Jesús llama necio a aquel hombre rico que estaba pensando en construir graneros más grandes para guardar su cosecha y jamás se le cruzó por la mente que se podía morir y tenía también que haber pensado en cómo lograr la vida eterna.

Desear “éxito” a una persona generalmente equivale a “que tengas prosperidad” (ver el artículo anterior de este blog).  ¿Y de qué sirve el éxito?  Para muchos eso es la gloria: dinero en abundancia, placeres, viajes, comidas, ropas y trapos, vehículos, aparatos electrónicos, amores comprados, pagados, alimentados, mantenidos, etc.  Pues desear “éxito” a alguien es una cosa muy mundana. Es algo “de tejas para abajo”.  Es muy poco. Es una lisura frente a la eternidad. Es una huachafería eterna. Los cristianos no deseamos éxitos a nadie, eso es poca cosa, los cristianos deseamos bendición, deseamos plenitud de Dios en el corazón: Paz.

Paz es lo que vino a traer Jesucristo. Paz es lo que está pidiendo María Santísima en Medjugorje. Paz es lo que se consigue con un real compromiso de oración y ayuno.  Paz es lo que obtiene una persona cuando da pasos sinceros de conversión.  La vida de Jesucristo no fue la de una persona “de éxito”, porque eso jamás le interesó a Él.  El éxito jamás salva ni ha salvado a nadie, al contrario: el éxito ha perdido a muchos y muchas.  Y hablo no sólo de perdición moral en esta vida, hablo no sólo de bancarrota al final de esta vida, estoy hablando de perdición eterna: condena, fuego, infierno eterno.

Los creyentes en Jesús no buscan éxito, no les interesa el éxito sino la fidelidad a La Verdad y al Bien: Jesucristo.  Si a Él le resulta necesario que tú humanamente fracases y con eso Él podrá salvarte a ti y a muchas almas, pues bien, bienvenido sea.  El “éxito” según Jesucristo se mide por otros parámetros y se ubica en otras coordenadas.  Habrá que meditar mucho más el Evangelio para saber en qué consiste el éxito según Dios.

Hace cuatro años yo decidí embarcarme en una obra que le pertenece al Señor y desde ese entonces vengo aprendiendo que antes estuve muy equivocado en lo que pensaba acerca del éxito en esta vida.  Aun siendo religioso y sacerdote se puede ser mundano.  Felizmente ahora veo las cosas de otro modo.  Le he entregado mi vida al Señor para que Él me enseñe el camino del verdadero éxito, que seguramente no tendrá la fachada atractiva de mundo, que seguramente no se medirá en cifras o en fotografías alucinantes, que seguramente no tendrá nada que ver con el poder, la grandeza y el tener en términos mundanos.  He decidido tener éxito según Jesucristo, aunque eso parezca a ojos del mundo un auténtico fracaso.  Pues entonces, prefiero fracasar con Jesucristo que tener éxito con el mundo.

Cuando uno de verdad se pone a meditar en la vida eterna; cuando de verdad se pone a pensar en el cielo y se toma en serio la gran noticia de que esta vida es muy pasajera y que es nada y menos que nada en comparación a la gloria que Dios nos tiene preparada; cuando de verdad se medita en que esta vida es sólo de paso y que toda la belleza es sólo de un día y que todo el placer de este mundo es una nada, es paja que se quema, es un papel sucio que se bota; cuando de verdad se hacen estas meditaciones seriamente, entonces allí se aprende lo que es éxito y lo que es el fracaso en esta vida.  Como dijo a Roberto de Molesme su padre antes de morir: “Hijo, sólo existe un fracaso en esta vida: no haber sido santo”.

Quien no medita en el cielo y en la gloria eterna ya puede seguir emborrachándose y embarrándose en el lodo de este mundo, en este charco llamado mundo… creyendo que sólo para eso ha nacido.

¿Qué es el éxito en esta vida?  Medita en la vida de Jesucristo y en la eternidad y te darás cuenta.

 

Fr. Israel del Niño Jesús, R.P.S.

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