“Todas las fiestas de la Iglesia son hermosas…

 pero la Navidad posee una ternura, una dulzura infantil que me atrapa todo el corazón”.

San Padre Pío de Pietrelcina

El período de Adviento, Navidad y fin de año es un tiempo muy especial. No solo la noche del 24 y el día 25 de diciembre, sino el tiempo previo y las semanas sucesivas, hasta la fiesta de la Epifanía o reyes magos, e incluso hasta la celebración del Bautismo de Nuestro Señor.

La Reina de la Paz afirma que la “Navidad será inolvidable para ustedes, si acogen los mensajes que Yo les doy” (6 de diciembre de 1984). Y esto es así porque todos los mensajes que Nuestra Madre nos ha comunicado a lo largo del año se encuentran contenidos en el gran Mensaje de amor y de humildad que sin palabras, pero con su testimonio nos enseña la Sagrada Familia en Belén.

Durante ese tiempo, se genera un clima que nos invita a la reflexión, a analizar cómo ha ido nuestro año, en que estado se encuentra nuestra alma, y sobre todo hay una invitación Divina, que nos impulsa a revisar los vínculos con quienes están cerca nuestro, especialmente los miembros de nuestras familias, vecinos y hermanos de comunidad.

Durante el tiempo de la novena de Navidad, y en la fiesta en la que celebramos el Nacimiento del Hijo de Dios, el Cielo derrama gracias particulares: corazones duros se ablandan, se hace más fácil comprender los errores propios y ajenos, algo nos impulsa a pedir perdón y a perdonar a los demás, surgen propósitos de cambio que son inspirados por el amor de Dios.  Éstas, y otras gracias, son lo que algunos llaman “los milagros de la Navidad”.

Sin embargo, con frecuencia se nota que en tiempos cercanos a las fiestas de Navidad, parecería que en algunas regiones del planeta se entreabren las puertas del infierno, y la furia de Satanás se desata, pues se suscita más violencia personal o social que en otras épocas del año.  La gente parece estar más irritable; en algunas familias se discute por nimiedades, el clima social parece tensarse hasta el máximo, se percibe un clima de inestabilidad y zozobra como pocas veces en el año…

Cierto que uno podría atribuir toda esta tensión, al cansancio que se ha ido acumulando a lo largo del año, al término del ciclo lectivo de los hijos, a la necesidad de responder a un sinfín de exigencias laborales, económicas, familiares y sociales.  Pero, ¿será solo esto?

Yo me pregunto, si las situaciones de tensión que en ocasiones atraviesan muchas familias, y sectores de la sociedad no se debe también a un accionar espiritual maligno, similar al que se dio en la época de Jesus, que llevó por un lado a que muchos le cerraran las puertas a la Sagrada Familia, hasta tal punto que el Hijo de Dios tiene que nacer en una cueva, pero sobre todo a la furia del rey Herodes, que parece estar poseído por un espíritu diabólico que lo lleva a destruir la vida de un gran número de pequeños niños.

El diablo, se llena de furia, ante uno de los mayores gestos de la humildad de Dios, que lo llevó a hacerse hombre, igual a nosotros en todo, menos en el pecado; y no pudiendo destruir al Hijo de Dios, intenta herirlo lastimando a quienes Dios más ama, que somos cada uno de nosotros, nuestras familias, y la gran familia humana.

Por eso, yo creo que en este tiempo cercano a la Navidad, todos los cristianos deberíamos unirnos (cada uno desde su hogar o desde su comunidad o movimiento eclesial), en una poderosa oración de liberación y de protección, para que los ángeles de Dios levanten una barrera de protección sobre las personas individuales, pero también sobre las familias, las instituciones, los pastores, los laicos verdaderamente comprometidos, y sobre los miembros más frágiles de nuestra sociedad.

Satanás cree -y sobre todo sabe-, que en Navidad el poder de Dios para bendecir es tan grande, que se acrecienta su temor y su furia, y entonces intenta confundirnos con el materialismo que lleva a distraernos de lo esencial, haciendo que pensemos más en las comidas, los regalos, las fiestas, que en lo que realmente estamos conmemorando.

Satanás cree y sabe, que durante el tiempo de Adviento, Navidad y fin de año, se nos ofrecen gracias especiales para la conversión de quienes hasta ese momento no habían tenido la experiencia del amor de Dios y que estaban lejos de la casa del Señor, por lo que entonces intenta distraernos con preocupaciones y generando angustias.

Satanás cree y sabe, que durante el tiempo de Adviento, Navidad y fin de año, el Espíritu Santo ofrece una especial disposición, que ayuda a que los miembros de las familias que estaban distanciados o enojados entre sí, para que se perdonen, se reconcilien, y reencuentren la paz.

Satanás cree y sabe, que durante el tiempo de Adviento, Navidad y fin de año -si es que los cristianos oran con el corazón por quienes partieron de esta vida-, es uno de los tiempos en que mayor cantidad de almas del purgatorio se purifican y avanzan hacia el feliz encuentro con Dios en el cielo, y que a partir de allí se acrecienta la intercesión de ellas por nuestras familias.

Satanás cree y sabe, que durante el tiempo de Adviento, Navidad y fin de año,  hay mayor facilidad para recuperar la esperanza y producir cambios que a la larga eleven la calidad de la vida familiar, al igual que en las parroquias y comunidades cristianas, a fin de que se afiancen en el amor y en el fervor misionero; y que en los países, surjan propuestas superadoras desde los gobiernos y otros actores sociales, que puedan llegar a mejorar la calidad de vida de la gente de los pueblos, de las grandes ciudades y de las barriadas más carenciadas.

Por eso Satanás hace como el tero,[1] que grita o canta en un lado, y en otro lado hace nido y pone los huevos; y esto lo hace para desorientar.  De manera similar, Satanás hace mucho ruido a nuestro alrededor, para alejarnos del pesebre, y de un tiempo que debería ser de profunda adoración de Dios, intercesión, evaluación y purificación del año que finaliza, y de planificación del próximo año, para abrirnos a disponer un sinnúmero de bendiciones.

Por eso me parecieron muy significativas unas palabras, de San Juan Pablo II, hechas oración:

“Que el fulgor de tu nacimiento ilumine la noche del mundo. Que la fuerza de tu mensaje de amor destruya las asechanzas arrogantes del maligno. Que el don de tu vida nos haga comprender cada vez más cuánto vale la vida de todo ser humano”.[2]

Satanás cree y sabe, del poder espiritual que conlleva el tiempo de Adviento, Navidad y fin de año, por eso intenta una y otra vez distraer, destruir o distorsionar, todo lo bueno y hermoso que la Navidad ha de traer a los corazones, a los hogares y al mundo entero.

Pero nosotros, cristianos: obispos, sacerdotes, religiosas, laicos ¿verdaderamente conocemos y creemos en las gracias que nosotros y el mundo podemos recibir durante el tiempo de Adviento, Navidad y fin de año?

Si nosotros queremos ser partícipes de la invitación de Dios y de la Reina de la Paz de ser instrumentos de paz en todos los ambientes y en el mundo, entonces debemos acoger el llamado de la Gospa, quien nos dice: “¡Queridos hijos! Hoy los invito de manera especial a orar por la paz. Queridos hijos, sin la paz, ustedes no podrán experimentar el nacimiento del Niño Jesús ni en este día [Navidad] ni tampoco en su vida diaria” (Mensaje, 25 de diciembre de 1990).

Vivamos este tiempo de manera tal de trabajar para despojarnos del hombre viejo, pidiendo perdón y liberándonos de las secuelas de los pecados y errores cometidos durante el año. Especialmente haciendo un buen examen de conciencia y acerándonos al sacramento de la Reconciliación o confesión, con un corazón colmado de fe en la gracia sanadora este sacramento.

Es un tiempo, para recibir la bendición de esclarecer y ordenar los pensamientos y las prioridades en la vida.

Es un tiempo sagrado, para sembrar bendiciones a través de la oración y de los hechos concretos, que pueden darse en el ámbito de la familia con lazos parentales, pero también en la familia de la propia comunidad eclesial y del tejido social en el cual vivimos a lo largo del año.

¡Que la Virgen María y San José, nos ayuden cada año a preparar el pesebre de nuestros corazones, de nuestras familias y de la sociedad por medio de la oración intercesora de liberación y protección!

¡Que no se tenga que decir de nosotros, que no había lugar en la posada para Jesús, porque estaba ocupada por las preocupaciones, el mal humor, las tensiones, las discusiones, las compras excesivas, y la planificación -de manera obsesiva- de las fiestas!

¡Que el “ranchito” de nuestro corazón reciba al Salvador, y que sea el espacio de bendición donde los pobres pastores -que representan a todos nuestros hermanos-, encuentren a quien es la luz que todos necesitamos!  Que así sea.

Padre Gustavo E. Jamut, omv

 

“Pequeño Niño de Belén, te pedimos que tu llanto despierte nuestra indiferencia, abra nuestros ojos ante el que sufre. Que tu ternura despierte nuestra sensibilidad y nos mueva a sabernos invitados a reconocerte en todos aquellos que llegan a nuestras ciudades, a nuestras historias, a nuestras vidas. Que tu ternura nos convenza a sentirnos invitados, a hacernos cargo de la esperanza y de la ternura de nuestros pueblos.”

Papa Francisco [3]

[1] En algunos países se lo menciona también como tetéu, terencho, tiluncho. En Chile se lo conoce como Queltrgua.

[2] San Juan Pablo II 24 de diciembre de 2003, Misa de medianoche

[3] Misa de la Noche Buena del 24 de diciembre de 2017.

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