“El Reino de Dios se parece a la inmensa sorpresa y asombro que uno siente cuando se recupera de un profundo letargo.  Es semejante a la sorpresa que uno experimenta luego de haberse dado cuenta de la existencia de numerosos y delgados hilos a los que estaba atado, al igual que una marioneta que es manejada por alguien misterioso”.

***************

Hace mucho tiempo, alguien dijo que el comienzo de la filosofía es el asombro, el asombro ante las cosas que ocurren en la naturaleza y dentro del mismo ser humano.  El asombro viene de la observación, de la contemplación de la Verdad.

Cuando uno se encuentra con el amor de Jesucristo, lo primero que le sucede es que se llena de inmenso asombro al darse cuenta de dónde ha sido rescatado y de cuán ciego tuvo que haber estado para no darse cuenta de cosas que ahora le son tan evidentes.  Es algo parecido al asombro de alguien que acaba de recuperar la vista luego de haber estado mucho tiempo ciego… es el asombro al observar los colores y las formas de la naturaleza, la belleza de lo creado.   Es algo maravilloso haberse despertado del letargo de la mundanidad, es como haberse liberado de las drogas y volver a probar la vida sin esas ataduras.

El asombro del recién convertido a Jesucristo de hecho abre paso a una más profunda contemplación de las cosas humanas y divinas.  Este asombro es el que finalmente nos salva de una vida mediocre (la mediocridad no consiste en no tener dinero o en carecer de títulos profesionales, sino en carecer de un alma profunda y en el no tener nobleza de corazón).  El asombro nos salva de una vida superficial y vana, y nos conduce a Aquel que lo ha hecho todo con amor y que ha hecho todo bien y para nuestro bien.

Quien se encuentra con Jesucristo no puede menos que asombrarse por cuán ciego fue y se asombra todavía más por haber vivido sin vivir de verdad.  Es también el asombro al descubrir tanta ceguera y tanta necedad cuando no se supo reconocer al Autor de todo.  Es también el asombro de quien ahora ve claro cómo le tenían engañado las cosas creadas y cómo estuvo embriagado y enviciado por lo sensible y pasajero.

Este mundo actual seduce y atrae fuertemente a todos los hombres, sobre todo a los pequeños: adolescentes y jóvenes que recién se abren a la vida y que creen estar descubriendo la pólvora en el siglo XXI.  Por eso nos resulta muy necesaria la Gracia de Dios: porque sólo con el poder de la Gracia de Jesucristo podemos superar la ceguera y el cautiverio al que nos han llevado las cosas materiales y vanas.

El mundo diariamente tiende sus redes sutilmente y son muchos los que caen en ellas.  El principio fundamental de la mundanidad es creer o pensar que esta vida presente es lo único que existe y que la fe no sirve para ser feliz.  Muchas personas se dejan envolver en estas invisibles redes, personas que hacen parte de las enormes masas de gente que no tiene ningún discernimiento espiritual ni moral, esa masa que es “educada” desde temprana edad para no pensar sino para dejarse llevar por sus sentidos, gustos e inclinaciones naturales.  Esa masa que desde temprana edad ha sufrido la mutilación de su vida intelectual: cuando se les educa para no leer, para no preguntar, para no cuestionarse ni investigar la verdad de las cosas, para vivir sólo de la “cultura” engañosa que a cada hora esparce la televisión por medio de sus vulgares programas de “entretenimiento”.

El letargo al que aludimos se caracteriza por encerrar a una persona en sus propios intereses, por eso una persona aletargada es una persona que sólo piensa en sí misma (nunca piensa en el bien de los demás, sino en el suyo propio); es una persona sin mayor cultura que la que le regalan cada día sus programas banales: programas de chismes y espectáculos, de vanidades y modas; es una persona que solo vive del celular, que interactúa más con el Smartphone que con los seres vivientes; una persona aletargada es alguien que vive para consumir y comprar, por eso sus templos son los malls, su liturgia imprescindible es el shopping, su adoración es el cine, su alimento son las alegrías que duran apenas unos minutos. Una persona aletargada es la que se ha convencido que la felicidad no existe o a lo sumo, es algo que dura bien poco, lo que le obliga a coleccionar ‘felicidades’ diariamente, a eso le llama tener ‘nuevas experiencias’, coleccionar ‘sensaciones’.

Una persona aletargada por el mundo vive por lo general de espaldas a su propia alma, por eso no reza ni busca a Jesucristo.  Algo en el fondo de su corazón (quizá el poquito de conciencia que aún le queda), le va susurrando que anda muy equivocada en su modo de vivir, pero el miedo a cambiar de rumbo le domina (pues el aletargado es alguien que vive y obra como lo hace la mayoría).  Si esa persona aletargada se despierta de una buena vez y deja de tener miedo a vivir y pensar distinto del mundo, se salva.

El mundo sabe perfectamente que cuando hay una masa de gente que ha renunciado a pensar por sí misma será más fácilmente manipulable y vivirá como adormecida, enajenada, alienada, aletargada: sin pensamiento crítico, sin esperanza de poder salir de “la caja” o sin fuerzas para oponerse al pensamiento dominante.  Solo Jesucristo nos hace capaces de superar el fatal letargo que viene del mundo.  Nuestra fe es la que vence al mundo, la que vence el letargo.

 

Algunas preguntas para la reflexión:

  • ¿Sientes asombro por el hecho de estar vivo o vives generalmente aburrido y cansado?
  • ¿Cómo te consideras: una persona despierta o alguien aletargado por la mente del mundo?
  • ¿Qué tendrías que hacer para despertar del letargo del mundo? ¿Deseas en verdad despertar?
  • ¿Por qué crees tú que algunas o muchas personas tienen miedo a vivir y pensar distinto al mundo?
  • ¿Conoces a alguien que está realmente despierto y que ha superado el letargo del mundo? ¿Qué características tiene?

 

Algunos textos bíblicos para meditar:

Carta de San Pablo a los Romanos, capítulo 13, versículo 11:

“Ya es hora que despierten del sueño, pues la salvación está ahora más cerca que cuando abrazamos la fe.  La noche va pasando, el día está encima; desnudémonos pues, de las obras de las tinieblas y vistámonos de las armas de la luz”.

1ra Carta de San Juan, capítulo 5, versículo 4:

“Porque todo el que ha nacido de Dios vence al mundo.  Esta es la victoria que vence al mundo: nuestra fe”.

1ra carta de San Juan, capítulo 2, versículo 15:

“No amen al mundo ni nada de lo que hay en el mundo.  Si alguien ama al mundo, el amor del Padre no está en él”.

1ra carta de San Pedro, capítulo 1, versículo 3 al 5:

“Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que al resucitarle de entre los muertos, nos dio nueva vida y una esperanza viva.  Él reserva para ustedes la herencia celestial, ese tesoro que no perece ni se echa a perder y que no se deshace con el tiempo.  Y los protege con el poder de Dios, por medio de la fe, con miras a la salvación que nos tiene preparada para los últimos tiempos”.

1ra carta de San Pedro, capítulo 1, versículo 13 al 15:

“Así pues, tengan pronto su espíritu y estén alertas, poniendo toda su esperanza en esta gracia que será para ustedes la venida gloriosa de Jesucristo.  Si han aceptado la fe, no se dejen arrastrar ya por sus pasiones como lo hacían antes, cuando no sabían.  Si es santo el que los llamó, también ustedes han de ser santos en toda su conducta”.

 

Compartir: