“Permítanle que los cambie y los transforme…”

San Juan 14, 15-18

“Si me amáis, guardaréis mis mandamientos; y yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito, para que esté con vosotros para siempre, el Espíritu de la verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no le ve ni le conoce. Pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros. No os dejaré huérfanos: volveré a vosotros.”

El Espíritu Santo no fue enviado inmediatamente después de la resurrección.

El Señor quiere, que con los impulsos de su Misericordioso Corazón y el testimonio de su Pasión, Muerte y Resurrección,  las almas de los apóstoles y las nuestras, sean enardecidas por un deseo más vehemente de estar y permanecer con Él,  y de ascender al cielo, durante la peregrinación en esta vida, por el ejercicio de las virtudes de la Fe abrazando vivamente la predicación del Señor, de la Esperanza abandonándose confiadamente a la voluntad divina, y de la caridad   amando al Señor según el amor de su Sagrado Corazón que ama a la humanidad hasta el extremo de la Cruz.

Pero como las fuerzas humanas no alcanzan, con humildad y modestia, responden a la invitación de orar y perseverar en los brazos maternales de María Santísima, la Madre del Señor y Madre de la Iglesia (Hechos 1,12-14).

Dice la Reina de la Paz:

“¡Queridos hijos! Hoy los invito para que se preparen a la venida del Espíritu Santo, a través de la oración y el sacrificio. Hijitos, este es un tiempo de gracia y por eso, los invito nuevamente para que se decidan por Dios Creador. Permítanle que los cambie y los transforme. Que vuestro corazón esté preparado a escuchar y vivir todo lo que el Espíritu Santo tiene en su plan para cada uno de vosotros. Hijitos, permitan al Espíritu Santo conducirlos por el camino de la verdad y la salvación a la vida eterna. Gracias por haber respondido a mi llamado!”   (Mensaje, 25 de mayo de 1998)

Esta presencia de María en la espera de Pentecostés, era de suma importancia en los designios del Señor. Aunque el apóstol Pedro sea cabeza de los Once, María ha sido puesta por Cristo en la Cruz, como el corazón del grupo- San Juan 19, 27- , transformándose en el núcleo aglutinador de todos los que se han reunido para orar y prepararse para la venida del Paráclito. Así lo afirma San Juan Pablo II: “la dimensión mariana de la Iglesia antecede a su dimensión petrina, aunque ambas sean complementarias” (Alocución 22-12-1987). La Virgen María garantiza la humanidad verdadera del Hijo de Dios, que por obra del Espíritu Santo ha tomado carne de su carne. San Juan Pablo II afirma que : “En la Iglesia que nace, Ella entrega a los discípulos, como tesoro inestimable, sus recuerdos sobre la Encarnación, sobre la infancia, sobre la vida oculta y sobre la misión de su Hijo divino, contribuyendo a darlo a conocer y a fortalecer la fe de los creyentes” (Audiencia 28-5-97), y de un modo necesario, de los apóstoles, que deben abajarse, humillarse, inclinar el orgullo y la suficiencia de la soberbia, para que como niños en brazos de la madre, sean dóciles a las mociones de Dios.

María ya conoce y comprende, en su corazón, la acción del Espíritu Santo, puesto que a su poder debe Ella su maternidad virginal. Entonces “era oportuno que la primera efusión del Espíritu sobre Ella, que tuvo lugar con miras a su maternidad divina, fuera renovada y reforzada. En efecto, al pie de la cruz, María fue revestida con una nueva maternidad, con respecto a los discípulos de Jesús. Precisamente esta misión exigía un renovado don del Espíritu. Por consiguiente, la Virgen lo deseaba con vistas a la fecundidad de su maternidad espiritual” (San Juan Pablo II).

Medjugorje es por eso un Pentecostés. Actuando el Espíritu Santo con sus dones en las virtudes, va impulsando las almas de los peregrinos a un Cenáculo donde en los brazos de María, oran y esperan la venida del Paráclito, que vive y actúa en la Iglesia, para permitirle actuar en el alma y la vida de cada uno.

La primera labor del Espíritu Santo consiste pues en convertir a los hombres, arrancar las almas del pecado, purificarlos de sus faltas, curarle sus heridas, librarles de sus malas inclinaciones, a fin de afirmarles en el bien y afirmarles el auténtico amor de Dios.

La Confesión, el Ayuno y la Santa Misa los libera de las cadenas de muerte e iniquidad, pero también, en el convivir con el Corazón Materno de María, les inunda de la sed de vida eterna, moviendo sus corazones en la búsqueda del Señor y ha nutrirse de la caridad de Cristo, en la Adoración, en el Santo Rosario, en la meditación del Evangelio y en el anuncio y la misión del Reino del Señor.

Comprometiéndose con los anhelos del Inmaculado Corazón de María, van más rápidamente hacia el Señor, a paso de amor, porque tienen la mirada puesta ya en el Evangelio, reconociendo su misión en la Iglesia, atraídos completamente por el amor del Divino Redentor, para buscarlo e imitarlo, dando la vida en cada segundo, como la llena de gracia, la Reina de la Paz también lo hizo inundada del amor del Señor.

Explica el Padre Slavko Barbaric: “Una vez más, María menciona la oración. Por tanto, la oración con la cual debemos abrirnos y prepararnos a la Venida del Espíritu Santo, es una oración por la que primeramente debemos decidirnos, después tomarnos el tiempo y luego ser fieles a ella. Estar delante de Dios en oración significa exponerse a Él y darle la oportunidad de llenar nuestro corazón con los dones del Espíritu Santo, tal como el sol da vida a la flor. Se trata de una preparación similar a la que recibe la flor para dar nuevas semillas, pero además, María nos invita también a hacer sacrificios.” (Mayo 28 de 1998)

“No hay Iglesia sin Pentecostés y no hay Pentecostés sin la Virgen María” ha señalado Benedicto XVI (Regina Coeli 23-5-2010). Ella, la Esclava del Señor, se ha convertido en Esposa del Espíritu Santo. Y con su intensidad de Fe, Esperanza y Caridad, ha sido constituida en Arca y modelo de la Iglesia. En sus apariciones y mensajes la vemos tan llena de amor por el Reino de Cristo y por la voluntad del Padre, que no cabe duda que el Espíritu Santo se complace en inundar continuamente su alma y escuchar sus ruegos por la Iglesia.

Pero esta afirmaba Benedicto XVI, que “en cualquier lugar donde los cristianos se reúnen en oración con María, el Señor dona su Espíritu”.  Pidamos a la Reina de la Paz con el Papa Francisco: “María Madre de la Iglesia ayúdanos a encomendarnos plenamente en Jesús, a creer en su amor, sobre todo en tiempos de tribulación y de cruz, cuando nuestra fe está llamada a madurar” (10 de junio de 2019).

Por Padre Patricio Romero

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