Queridos feligreses, celebramos el nacimiento del Hijo de Dios, nuestro Redentor.

Jesús nació en un pueblo pequeño, en malas condiciones, lejos del ojo público. Él podía ser visto por aquellos que eran humildes de corazón y por aquellos que respondían a la inspiración de Dios. Dios les dio la gracia inefable de ver a su Hijo con sus propios ojos. Jesús viene a nosotros hoy también en la sencillez. Está buscando un corazón pequeño y humilde en el cual poder establecerse. Por lo tanto, preparemos un hogar para el Señor en nuestros corazones. Rechacemos todo lo que es indigno de Dios, y llamémoslo a venir a nosotros con una vida justa, como María y José. ¡Unámonos al canto de los ángeles y cantemos gloria a Dios en las alturas y llevemos paz entre los hombres!

Con su nacimiento, Jesús unió misteriosamente el cielo y la tierra. Así, tuvo lugar un maravilloso intercambio de lo celestial y lo terrenal. Él tomó nuestro cuerpo mortal para darnos la incorruptibilidad celestial a través de Él. Esta es exactamente la fuente de nuestra alegría navideña. Mientras nos damos regalos unos a otros en esta Navidad, que nuestros corazones reflexionen sobre ese maravilloso intercambio, sobre ese gran Regalo, sobre el Hijo de Dios, quien se convirtió en Emmanuel para nosotros: Dios con nosotros.

A todos los feligreses, peregrinos y personas de buena voluntad, les deseo que la Navidad les traiga abundancia de alegría y de la gracia de Dios, ¡que la celebréis en paz y con vuestros seres queridos!

¡Feliz Navidad y santo nacimiento de Jesús!

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