Medjugorje, volver a la raíz del Amor

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La Santísima Virgen María, durante los 40 años de su presencia en Medjugorje, no ha venido a crear una escuela espiritual independiente del Evangelio o el Magisterio de la Iglesia. Su mensaje es, y ha sido siempre, un eco del corazón del Evangelio, el mensaje del inmenso amor de Dios que sana, perdona, y restaura el corazón del hombre. Medjugorje es el mismo llamado de los antiguos profetas al Pueblo de Israel de rectificar el camino y volver a la Alianza con su Dios misericordioso, la invitación constante a volver a la raíz del primer amor, amando a Dios sobre todas las cosas y dejándose transformar por El, recuperando así el sentido de la vida y la paz del corazón.

Por naturaleza, el ser humano busca a Dios y lo trascendente, pues es un deseo que lleva impreso en lo más profundo de su ser y que lo orienta hacia lo divino, aunque a veces la persona no se dé cuenta de ello. Este corazón humano, inquieto y con hambre de trascendencia, lo podemos comparar con una planta, cuya raíz está asentada en Dios mismo, de quien recibe la vida y la gracia necesaria para santificarse y alcanzar su plena realización en el amor. Sin embargo, tal como sucede con cualquier planta, si la raíz se daña, entonces  toda la planta sufre, se desnutre, se debilita, y por consiguiente, muere. La actual debilitación espiritual que impera en el mundo se debe a un obstinado rechazo a la voluntad de Dios, causado por el enfermizo deseo de autosuficiencia y realización personal, el cual antepone los deseos personales a la voluntad de Dios. El alejamiento de Dios, quien es el amor mismo, a través del pecado (el rechazo a Dios) causa dolor y sufrimiento en el corazón humano, dejándolo vacío y deambulando por la vida sin sentido alguno. El necio rechazo a la voluntad de Dios, la cual será siempre la paz y la alegría en el amor, hace que el corazón intente llenar sus vacíos a través de los medios superficiales del mundo, haciendo aún más profundas sus heridas al sentirse insatisfecho y fracasado por la falta de amor. Solo el amor es capaz de volver a transformar el corazón, sanando cada herida interna causada por la desilusión, y devolviéndole el sentido de la vida, que es amar y ser amado. En su libro Escuela del Amor, el fallecido Padre Slavko Barbaric lo explica de la siguiente manera:

Ser amado y ser capaz de amar significa encontrar el significado y la alegría de la vida, independientemente de todas las demás condiciones de la vida. Quien es amado posee una vida llena de significado, y quien ama, se realiza completamente en su vida. Cuanto más grande sea el amor, más entregado, más fidedigno, más cercano a su contenido pleno, tanto más hermosa y fácil será nuestra vida.[1]

El culmen y máxima expresión del amor nos ha sido dada en Jesucristo, pues como dice la primera carta de San Juan, “en esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó a nosotros y envió a Su Hijo como propiciación por nuestros pecados” (1 Jn, 10). Esta sublime manifestación del amor de Dios para el hombre, llevada a su totalidad en la entrega de Jesús en la cruz por nuestra redención, requiere una respuesta por parte de la persona, quien en su libre voluntad puede abrazar este amor y dejarse transformar por él, o rechazarlo a través del pecado y la indiferencia. Aunque el corazón humano busque por naturaleza a Dios, muchos lo rechazan, ya sea por ignorancia o soberbia, dejando a lado el camino de la salvación revelado en Jesucristo, queriendo realizar sus propias propuestas de felicidad, que a la larga, solo producen ruina y sufrimiento. Por tal motivo, la Virgen indica una y otra vez en sus mensajes al mismo Jesucristo, quien es raíz que da toda vida. Medjugorje significa volver a lo esencial, la raíz de todo, a esa fe recibida en el Bautismo, pero que está desnutrida u olvidada, y que para dar fruto, necesita renovarse y sanar. La renovación de la raíz no requiere formulas nuevas o fertilizantes extraños para devolverla a la vida, sino únicamente un riego de agua pura, sol, y tierra fértil, las cuales encontramos en Cristo y la Iglesia. La Reina de la Paz llama constantemente a volver a las raíces de nuestra fe, que son los cimientos fuertes para cualquiera que desee recorrer el camino de la vida espiritual. Los sacramentos, la oración, el ayuno, la Sagrada Escritura, y la penitencia, nos devuelven la gracia divina, esa savia necesaria para que nuestra planta pueda producir el fruto anhelado de la caridad, el amor total e incondicional que construye la paz.

La raíz de la verdadera caridad está en el amor a Dios, principio y fin de todo, pues solo de la experiencia del amor de Dios se desprende el amor autentico para con los demás. No podemos amar si no nos sabemos amados, no podemos perdonar si nos sabemos perdonados, no podemos dar amor sin haberlo recibido primero. Medjugorje es la escuela del amor, el llamado constante a volver al amor, al Evangelio mismo, cuyo sentido y efecto salvífico solo se encuentra en el amor total de Dios, que se entregó a si mismo enteramente por amor, abriéndonos la puerta de la salvación eterna. La solución, entonces, para el corazón desorientado y sin esperanza es volver al amor incondicional de Dios. Para ayudarnos a lograrlo, Dios envía en este tiempo a la Virgen María como Reina de la Paz, pues ella “fue la primera en beber de la fuente del amor divino y por eso es Madre del amor.”[2] Con su pedagogía materna expresada en cada uno de sus mensajes, ella “quiere conducir a todos sus hijos a esa misma fuente de amor, porque esa fuente es el fundamento de nuestra existencia.”[3] Al volver a la vivencia seria y comprometida del Evangelio, como lo propone la Virgen, volvemos al amor, que es lo único capaz de dar sentido a la vida a través de la entrega propia, aun en medio de las pruebas y dolores que la vida nos presenta.

Solo Dios, siendo el amor mismo, es quien nos da la capacidad de amar. La santidad no es otra cosa más que madurar en el amor. Mientras más amamos, más nos santificamos y nos parecemos más a Dios, siendo nuestro corazón un verdadero reflejo del Corazón de Jesús. La unión con Dios, a la que toda persona aspira, es una unión de amor y por amor que nos transforma en amor. Por tal razón, la Reina de la Paz insiste en la conversión, en el volver a Dios que es amor. Convertirse y volver a Dios quiere decir no caminar en la vida sin Él, respondiendo con amor a su amor apasionado para cada uno de nosotros. Medjugorje es una respuesta al amor de Dios, volver a la raíz de ese amor total e incondicional que no desea más que nuestra autentica felicidad. En idioma croata, Medjugorje significa “entre los montes,” pero en el lenguaje de la espiritualidad cristiana, Medjugorje significa vivir el Evangelio, de la mano de María, con el corazón, amando a Dios por sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo. Ahí está el camino de la paz.

[1] P. Slavko Barbaric, Escuela del Amor (Medjugorje, Bosnia: Centro de Información MIR Medjugorje, 2018), 14.

[2] Barbaric, 12.

[3] Barbaric, 12.

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