Pierangelo Sequeri, un sacerdote italiano que también fue miembro de la Comisión Ruini para Medjugorje, en su columna en el diario católico italiano Avvenire , se refirió a la Nota “Reina de la Paz” del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, y su texto se reproduce íntegramente:
El texto publicado por el Dicasterio para la Doctrina de la Fe “sobre la experiencia espiritual relacionada con Medjugorje” se define modestamente como “Nota”. Pero aclara desde el principio que se presenta como una “conclusión”. El comienzo es incluso algo solemne: “Ha llegado el momento de concluir la larga y compleja historia que rodea los fenómenos espirituales de Medjugorje” (Nota, 1). El texto es claro al recordar que esta historia es también un acontecimiento en el que hay un conflicto de interpretaciones (“opiniones”, dice el texto). Al mismo tiempo, las conclusiones que el documento quiere resaltar no deben referirse a ninguna de las opciones que entraron en juego en esta historia: los criterios para la evaluación del evento son los desarrollados por las Normas para abordar el discernimiento de los presuntos fenómenos sobrenaturales, publicado por el Dicasterio el 17 de mayo. Esto significa -precisa el texto- que “la perspectiva de este análisis es significativamente diferente de la utilizada en estudios anteriores”.
Ni siquiera me referiré a opiniones anteriores sobre esta compleja historia. Me parece más útil intentar valorar la novedad del horizonte que abre el texto para considerar las aportaciones a la fe que surgen de acontecimientos de este tipo, ya que en ellos se busca sobre todo la fuerza desde la experiencia espiritual que crea en “terceros”, y no la “física” sobrenatural de los fenómenos, ni la exaltación “mística” de los sujetos.
La primera conclusión interesante que surge de este énfasis en el destinatario de la gracia, me parece, es el maravilloso acuerdo que representa con la doctrina de los carismas presentada por Pablo, donde el apóstol establece el criterio supremo para el beneficio común (1 Cor 12: 7). Antes y más allá de cualquier efecto extraordinario, antes y más allá de cualquier privilegio personal, los dones de gracia -incluso los más sorprendentes- son siempre para los demás, en el espíritu del ágape. Y con ese espíritu deben ser examinados. Los portadores de la gracia no son necesariamente personas de virtud sublime o de santidad heroica. También están potencialmente llenos de limitaciones: conocimiento, experiencia, claridad. También son deudores de clichés y expresiones confusas de fe, que la piedad popular y los automatismos culturales del lenguaje de que disponen pueden conducir a malentendidos.
El cambio de énfasis más impresionante en el documento del Dicasterio es precisamente este: la vida de los supuestos videntes, así como los acontecimientos de las llamadas apariciones, pasan decisivamente a un segundo plano. El carácter de experiencia espiritual -incluso muy fuerte, pero carente de fanatismo- que la apelación a Medjugorje como lugar especial de devoción mariana produjo y produce en quienes no fueron los protagonistas, surge como la parte más emocionante y menos controvertida del evento.
Este documento subraya esta dimensión, la de los “frutos” de la gracia para los “otros”: indicando también el camino para el futuro.
El “lugar” pasa a primer plano: no tanto como lugar de aparición, sino como lugar de devoción. Su manera de acoger y contener el sentimiento de fe ha demostrado a lo largo de los años su capacidad de crear incluso una profunda conversión de vida, una auténtica llamada a la entrega, una inesperada vitalidad de vida según el Espíritu. En este contexto, la propia parroquia de Medjugorje se renovó como criatura de gracia: hay que admitir que su ministerio pastoral de piedad e intercesión mariana es más que digno de respeto. Este cambio de énfasis, del lugar de las apariciones al lugar de adoración a Dios en espíritu y verdad, con el poder especial del amor y la gracia marianos que llegaron a Medjugorje, acerca la comunidad especial que se creó en y con Medjugorje a la comunidad cristiana de cada uno de nosotros. Y eso hace que sea más fácil pensar en el regalo que aporta a la comunidad eclesial, y no sólo a la piedad personal.
Otro elemento importante -y novedoso, respecto a otras declaraciones del pasado- es la especial atención que el documento del Dicasterio presta a la visión temática y al discernimiento hermenéutico de los “mensajes”. El eje de interpretación cambia significativamente con respecto a la tendencia anterior: se puede decir que la visión general de los mensajes ocupa casi todo el documento. La atención se centra en valorar fuertemente el hilo rojo que los atraviesa: ellos, junto con acentos predecibles de piedad tradicional, aportan elementos de sensibilidad excepcional para la iglesia actual y el clima mundial. Elementos expresados principalmente en el lenguaje del catecismo popular y el sentido común: y por lo tanto sujetos a inexactitudes y malentendidos, si se examinan como declaraciones teológicas formales. Sin embargo, elementos que se pueden señalar como anticipación del espíritu que hoy se busca cultivar. Por ejemplo, el tema de la paz entre grupos étnicos y naciones o el tema de la hermandad, que debe unir profundamente a miembros de diferentes culturas y religiones.
Si tenemos en cuenta que el contexto geopolítico y georeligioso de la pequeña Medjugorje está destinado a inaugurar una nueva fase -hoy muy aguda- de retorno de los conflictos étnicos y religiosos, podremos descubrir también que la luz que arroja este documento cuando se informa sobre los acontecimientos marianos en esta pequeña ciudad, se practica todo menos el ejercicio de la negociación. La “Reina de la Paz” sabía qué tipo de conversión -cualquier cosa menos una solución rápida al problema- necesitaríamos pronto.