Hijos míos: el Padre me envía a vosotros

 

En teología se llaman “misiones divinas” a la irrupción de Dios Uno y Trino en la historia (se trata de una de las operaciones “ad extra” de la Trinidad) para hacer al hombre partícipe de la salvación realizada por Cristo y elevarlo a la vida divina. Siempre es Dios Padre quien envía porque siendo el Padre es principio sin principio y no procede de ninguna Persona: Él envía al Hijo (Su Verbo) y con el Hijo envía al Espíritu Santo.

La misión visible del Hijo realizada en la Encarnación para la Redención del mundo necesitó la colaboración de la Santísima Virgen María: su asentimiento libre al Plan de Dios (cfr. Gal 4,4; Lc 1,26-38). Una colaboración que no terminó evidentemente con aquel primer “sí” de la Anunciación que posibilitó que la Palabra eterna del Padre se encarnara de Ella por obra y gracia del Espíritu Santo y naciera en el tiempo como Emmanuel para salvar al hombre del pecado. Ella siguió, sigue y seguirá siempre formando parte de este Plan y secundándolo como su humilde esclava y servidora.

La historia de la Iglesia está impregnada de un testimonio unánime: esta misión de María no terminó con su Asunción al cielo en cuerpo y alma. Ella, por Su condición glorificada semejante a la de Su Hijo Resucitado, sigue entre nosotros todos los días hasta el fin del mundo. Y, precisamente por eso, porque está en el cielo en cuerpo y alma, puede “aparecerse” como se ha aparecido y se aparece en tantos lugares de la tierra. Estas Apariciones o Mariofanías podemos considerarlas verdaderamente como “misiones marianas”: María irrumpe en la vida y en la historia de la Iglesia acompañándola, en el tiempo, en su caminar hacía la eternidad, preparando la segunda Venida de Su Hijo.

Aunque Su amor de Madre y Su solicitud materna por cada uno de nosotros Sus “queridos hijos” sean tan grandes, Ella no se aparece, gloriosa y viva, por propia iniciativa: es Dios mismo quien la envía. Y viene para realizar el Plan del Padre, para cumplir la misión que la Providencia Divina le ha encomendado siempre: ser Madre, mostrarse Madre. Y mostrarnos al fruto bendito de Su Seno: Jesús, el Cristo, Nuestro Salvador. Para recordarnos Sus Palabras de vida, ayudarnos a vivirlas y conducirnos a Él. Por eso, en Sus Mensajes, no nos dice nada nuevo. No añade nada a la Revelación. Nos recuerda, sencillamente, con Sus delicadas y entrañables palabras maternales, el Evangelio. Lo nuclear de la fe cristiana, divina y católica.

En Sus Apariciones, en Medjugorje, ha dicho explícitamente: “Queridos hijos, mi venida en medio de vosotros es un regalo del Padre Celestial para vosotros” (2-03-2016). Y ha revelado, también, el motivo de Su envío: “Yo soy una gracia enviada por el Padre Celestial para ayudaros a vivir la Palabra de mi Hijo” (2-09-2015). Ella, que vistió de carne humana la Palabra del Eterno Padre, desea ayudarnos a acoger y vivir la Palabra de Su Hijo hasta que se encarne y de fruto en nosotros.

En el último mensaje extraordinario dado por la Virgen a Iván nos decía: “Decidíos por mi Hijo, recibid sus palabras y vividlas” (9-04-2018). ¿No es, acaso, eso mismo lo que lleva repitiéndonos hace dos mil años? Las únicas palabras que conservan los Evangelios de María dirigidas a los hombres son aquellas que pronunció en Caná de Galilea a los sirvientes de la boda: “Haced lo que Jesús os diga” (cfr. Jn 2,5). Este Mensaje encierra (resume y sintetiza) todo los demás Mensajes que, después, a lo largo de la historia de la Iglesia nos ha dado en tantos lugares: La Salette, Lourdes, Fátima, Akita, …

Un sólo mensaje de Dios Padre conservan también los Evangelios. Una sola Palabra suya dirigida a los hombres, cuando en la teofanía del Tabor, hace oír Su Voz: “Este es mi Hijo, el amado, escuchadle” (Mc 9,7).

En escuchar, en obedecer la palabra de Jesús y vivirla consiste nuestra misión en el mundo. En ayudarnos a ser fieles, a “caminar por la senda de Su Hijo”, a creer y confiar en Él, la de María. Para eso  viene precisamente -cada día, todos los días- a Medjugorje: para tomarnos de la mano y conducirnos a Él. Este es Su deseo: “Estoy con vosotros como vuestra Madre, y vosotros estáis conmigo como hijos míos, como apóstoles de mi amor que continuamente reúno en torno a mí (…) Hijos míos… que todos aquellos que no conocen a mi Hijo, lo vean en vosotros y deseen conocerlo” (2-05-2018).

En el último mensaje mensual a Marija nuestra querida Gospa nos animaba recordándonos que formamos parte de este plan de Dios y que somos también protagonistas: “Sentíos orgullosos de ser bautizados y sed agradecidos en vuestro corazón de ser parte del plan de Dios”. Un Plan que se ha de consumar con el triunfo de Su Corazón Inmaculado.

¡Cuántas veces nos repite que nos necesita para que, finalmente, Su Inmaculado Corazón triunfe! Para ello, además de orar por Sus intenciones como con tanta insistencia nos pide: “Yo os imploro a todos vosotros que ofrezcáis oraciones y sacrificios por mis intenciones” (25-09-1991), hemos de tomar la “determinada determinación” de abandonar de una vez y para siempre el pecado y decidirnos por la santidad: “comenzad una vida nueva en la gracia. Decidíos por Dios y Él los guiará a la santidad” (25-03-2018).

Termino esta breve reflexión con unas palabras más de la Reina de la Paz, unas lejanas ya en el tiempo, pero siempre, actuales y vivas; otras, más recientes. Son palabras que consuelan nuestro corazón creyente, colmándolo de paz y alegría y nos dan ánimo y fortaleza para colaborar con Ella para que el Plan de Dios se realice en nosotros y en todos Sus hijos: “Yo soy vuestra Mamá y deseo que siempre estéis cerca del Padre, a fin de que Él os conceda siempre abundantes dones” (31-01-1985); “Yo estoy con vosotros y os protejo, aun cuando Satanás trata de destruir mis planes e impedir los deseos del Padre Celestial que Él quiere realizar aquí” (25-09-1990); “en este tiempo de gracia, Dios me ha permitido que os guíe hacia la santidad” (25-11-2016).

Francisco José Cortes Blasco.

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