La Virgen María

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Para un peregrino de Medjugorje su rosario es como la llave que abre el corazón de la Gospa. No es extraño observar en Medjugorje a los peregrinos rezar delante de la Virgen con su rosario fuertemente asido, como si fuera el salvoconducto para que sus oraciones lleguen al Corazón de María y Ésta las presente ante el Padre, que, por el hecho de venir de la mano de su Madre, serán mucho más tiernamente acogidas.

La Virgen María es la nueva Eva, la Fuente de la Salvación, el Arca de la nueva Alianza de Dios con el hombre que completa sus planes salvíficos para la humanidad.

La Virgen María es el primer Sagrario que porta en su interior a Jesús. Durante los nueve meses de embarazo el seno virginal de María fue el tabernáculo del Niño Jesús. Por voluntad divina su vientre formó al Señor, su sangre lo alimentó confundiéndose con la sangre del Redentor y en el Portal de Belén nos lo entregó para que pudiéramos tener vida eterna. Y quiso Dios que su imagen inmaculada apareciera en estas tierras como Puerta del Cielo de los medjugorianos, como Estrella de la Mañana de los peregrinos para consolar su aflicción, y para admiración del mundo entero. Y por gracia de Dios, como Rosa escogida que es, sigue siendo Sagrario para quienes la visitan, sigue portando al Niño Jesús como Morada de la Sabiduría y Casa de Oro.

La Parroquia de Santiago resulta ser un manantial de Agua Viva que fluye en busca de todo el mundo para saciar para siempre la sed de sus hijos. Y sus hijos agradecidos, todos los años, vienen a rendirle pleitesía a su pueblo, atraídos por el inmenso Amor a su Madre, la Reina de la Paz. Y Jesús, junto a su Madre, vuelve a andar sobre el mar de Fe que forman sus hijos que acuden solícitos a su presencia.

La Reina de la Paz (utilizando palabras del Santo) es la excelente obra maestra del Altísimo, es la Madre admirable del Hijo, es la fuente sellada en que sólo puede entrar el Espíritu Santo. La Gospa es el Santuario y descanso de la Santísima Trinidad, donde Dios mora más magnífica y divinamente que en ningún otro lugar. La divina María es la magnificencia del Altísimo, donde ocultó, como en su propio seno, a su Unigénito, y, con Él, todo cuanto hay de más excelente y precioso.

Pero hemos de recordar que nada ni nadie, por grande que sea, incluso Ella, sin Él no es nada. ¡Qué cosas tan grandes y tan ocultas ha hecho este Dios todopoderoso en esta criatura admirable, como ella misma se ve obligada a confesar, a pesar de su profunda humildad: Hizo en mi favor, grandes cosas el todopoderoso! Y nos la regaló como Madre al pie de la Cruz. Y tanto ama Dios al hombre que cada vez que el hombre le vuelve la espalda, le hace un nuevo regalo a la humanidad, permitiendo a María que el Cielo se abra y descienda entre nosotros para recordarnos de quién somos, por qué somos y a dónde vamos. Y en nuestro caso tenemos el ejemplo perfecto, la Reina de la Paz, la Madre de Dios, que nos espera en su Santuario Mariano, mostrándonos la senda hacia la santidad.

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