Corremos el riesgo de pensar Pentecostés como un solo día en el año, y de invocar al Espíritu Santo únicamente en momentos aislados. Sin embargo, Jesús nos recuerda que el Espíritu Santo -amor del Padre y del Hijo- quiere habitar en nosotros de manera continua: “El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él” (Jn. 14:23).

En relación con estas palabras de Jesús, San Agustín nos aconseja: “En realidad Dios no está lejos. Tú eres el que hace que esté lejos. Ámalo y se te acercará; ámalo y habitará en ti. El Señor está cerca. No se inquieten por cosa alguna” (Sermón 21).

Por eso la Reina de la Paz nos invita a buscar la presencia del Espíritu Santo y a abrirle las puertas de nuestra mente y de nuestro corazón, pensando en él cada día, e invocándolo incesantemente. Efectivamente Ella nos dice: “¡Queridos hijos! En estos días [Novena de Pentecostés], los invito en particular a abrir sus corazones al Espíritu Santo”. (Mensaje, 23 de mayo de 1985).

Nuestro vivir cotidiano sería mucho mas sereno y fructuoso si emprendiésemos cada día -desde la mañana- con el Espíritu Santo, pensando en él, pidiendo su ayuda y abriéndole nuestros corazones por medio de la escucha atenta a sus inspiraciones.

Cuando comenzamos a creer que el Espíritu Santo vive en nosotros, entonces le permitimos actuar en todo nuestro ser para ser bendecidos por Él; y no solo nosotros, sino también quienes nos rodean. Por eso la Reina de la Paz dice: “El Espíritu Santo está actuando de manera especial a través de ustedes”. (Mensaje, 23 de mayo de 1985).

Hagamos una comparación para entender mejor lo que el Espíritu Santo puede hacer en nosotros y a nuestro alrededor. Piensa que te pones un perfume que a ti te agrada mucho. Pues cuando te encuentras con otras personas y estás cerca de ellas, estas podrán percibir el aroma de tu perfume y se deleitarán también con él.

Lo mismo sucede cuando el Espíritu Santo nos impregna de su presencia y nos colma de sus frutos y de la santidad de Dios; pues aunque somos débiles e imperfectos, el Señor impregnará lugares y personas a través de nosotros.

Los frutos del Espíritu son doce, pues así los enumera el Apóstol San Pablo: Caridad, gozo, paz, paciencia, longanimidad, bondad, benignidad, mansedumbre, fe, modestia, continencia, y castidad (Gálatas 5); y tenemos una gran necesidad de cada uno de ellos para empaparnos no solo nosotros, sino también para poder impregnar a nuestras familias y todos los ambientes.

Pero cuando el Espíritu Santo no habita en nosotros a causa de los pecados o por nuestro desinterés hacia su Persona, entonces se produce un vacío peligroso que puede ser ocupado por cualquier otro espíritu que no procede de Dios.

Para entender esta idea, utilicemos otro ejemplo relacionado con la memoria olfativa. Pensemos en los pulmones; éstos han sido creados por Dios para llenarse de aire puro, y a través de la respiración se llenan de oxígeno, que luego es llevado por la sangre a todo el cuerpo. Pero si la persona comienza a respirar aire contaminado, y si además fuma, entonces los pulmones se llenan de aire viciado por la nicotina y alquitrán. Esto también afecta el resto de nuestro cuerpo, pues la sangre ya no estarán llevando aire oxigenado y puro, sino un aire tóxico.  A esto se suma que el humo del cigarrillo impregna el aliento, la piel y la ropa. Por lo cual la persona fumadora al encontrarse con otras personas que no tienen este hábito estará exudando ese olor desagradable, e impregnando negativa su entorno.

Esto último lo llevó a San Pablo a reprender a los cristianos de Corinto: ¿No saben que ustedes son templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en ustedes?… Porque el templo de Dios es sagrado, y ustedes son ese templo” (1 Cor. 3:16-17).

Concluyamos recordando que la presencia del Espíritu Santo en nosotros, ha de ser fuente de amistad con las Tres personas de la Santísima Trinidad, por lo cual pidamos a la Virgen María que nos ayude a pensar cada día en el Espíritu de Dios, ha hablar con él, a escucharle y especialmente a que seamos dóciles a sus inspiraciones, de manera que podamos ser católicos que vivamos en un Pentecostés permanente, multiplicando en nosotros y a nuestro alrededor los frutos, dones y carismas que nos concede el Espíritu Santo. Amén.

Padre Gustavo E. Jamut, omv

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