LA VIRGEN DE GUADALUPE, REINA DE LAS ESPAÑAS

La Virgen de Guadalupe es una de las Advocaciones marianas más antiguas. Genuinamente española como la del Pilar de Zaragoza. Su imagen es venerada en el Real Monasterio de Santa María de Guadalupe de Extremadura, y, vinculada, como aquella, al descubrimiento y evangelización del continente americano, principalmente de Hispanoamérica. Coronada canónicamente con el título pontificio de “Reina de las Españas”.

De esta suerte, su ministerio e intercesión en la conquista y evangelización de la Nueva España (México, S. XVI) fue fundamental. La Inmaculada Virgen María, Madre del Dios verdadero por quien todos viven, se aparecía, tan sólo diez años después de la Conquista, entre el 9 y el 12 de diciembre de 1531, en el cerro de Tepeyac (México) al indígena converso Juan Diego. La Virgen del Tepeyac quiso ser conocida y venerada como “la siempre Virgen María de Guadalupe”. Su Aparición y la tilma con su milagrosa imagen precipitó masivamente las conversiones a través del bautismo. En los años siguientes 8 millones de nativos se convirtieron a la fe católica.

En este artículo nos vamos a referir a la advocación extremeña, a la Guadalupe española. No a la Guadalupana de México, “Emperatriz de las Américas”, una de las advocaciones marianas más queridas y populares del mundo. Precisamente, en 2019, antes de la pandemia, la Basílica de Guadalupe recibió a 12 millones de peregrinos entre el 1 y el 12 de diciembre.

Nos quedamos, pues, en España. Las Villuercas es una comarca situada en el sureste de la provincia de Cáceres, en la Comunidad Autónoma de Extremadura. La capital de la comarca es Guadalupe, donde se encuentra el Real Monasterio de Santa María de Guadalupe. Detrás del altar principal, se encuentra el Camarín, ricamente decorado, en el que se custodia la preciosa imagen de la Virgen, Patrona de Extremadura y Reina de la Hispanidad.

La fiesta de la Virgen de Guadalupe se celebra el 6 de septiembre. El 12 de octubre de 1928 fue coronada canónicamente como “Reina de la Hispanidad” (Hispaniarum Regina) o “de las Españas” por el Cardenal Primado Pedro Segura (legado especial de Pío XI) en presencia del rey Alfonso XIII.

Es histórica y conocida la relación del Real Monasterio con los Reyes Católicos y Cristóbal Colón. Los reyes recibieron aquí a Colón en 1486 y 1489; y, en 1492, tras la conquista de Granada vinieron a este lugar en busca de paz y descanso. En 1493 volvió Colón a Guadalupe en cumplimiento de la promesa escrita en su diario de a bordo para dar las gracias por el descubrimiento de América. El 29 de julio de 1496 tuvo lugar en el Santuario de Guadalupe el bautizo de los indígenas americanos trasladados al viejo continente en concepto de criados del Almirante.

En 1993 la Unesco declaró a todo el conjunto del Real Monasterio y Basílica de Guadalupe como Patrimonio de la Humanidad, mencionando la importancia de “la célebre estatua de la Virgen de Guadalupe, que se convirtió en un poderoso símbolo de la cristianización de gran parte del Nuevo Mundo”.

La imagen de Nuestra Señora de Guadalupe es una antigua talla de madera revestida por ricos mantos de precioso brocado que le confieren una forma triangular muy del gusto de la época. Se trata de una Virgen sedente, de estilo románico, realizada en madera de cedro. La talla mide 59 centímetros y pesa 3.975 gramos. Lleva al Niño Jesús en su brazo izquierdo; un cetro real en su mano derecha y una gran corona de oro sobre su cabeza.

Según una antigua tradición, la imagen fue cincelada en madera de cedro oriental por el evangelista San Lucas, en Palestina, en el siglo I.  Tras la muerte de San Lucas, la imagen habría sido enterrada junto a él, para luego ser exhumada en el siglo IV y ser llevada junto al cuerpo del santo como reliquias a Constantinopla. Permaneció, luego, escondida durante largo tiempo en Bizancio; más tarde fue llevada a Roma. Durante la Edad Media, la imagen cobró una gran popularidad tras una peste en Roma cuyo término se atribuyó a su intercesión. La veneración por la imagen aumentó a tal grado, que el Papa san Gregorio Magno la colocó en su oratorio, para luego donarla a San Leandro, arzobispo de la Sevilla visigoda. El arzobispo colocó la imagen en una ermita a las afueras de la localidad. Durante la invasión musulmana del 711, los clérigos de esa ciudad, en su huida, durante el camino, decidieron esconder la Virgen y otras reliquias. La depositaron en un cofre de hierro y la escondieron junto al río Guadalupe, en la zona de la serranía de las Villuercas, al pie de la sierra de Altamira, lugar donde permanecieron por quinientos años.

Sabemos que, el cristianismo sufrió en Hispania por mucho tiempo durante la ocupación de los moros, pero la devoción a la Madre de Dios se mantuvo secretamente, para aflorar nuevamente después de la liberación (la Reconquista). Es, así, como entre los siglos XI y XIV, se hallaron “prodigiosamente” a lo largo y ancho de la geografía española una serie de imágenes de la Santísima Virgen María ocultas (escondidas para ser salvaguardadas a consecuencia de la invasión musulmana de la Península Ibérica en el siglo VIII) en lugares comúnmente frecuentados por pastores.

De esta suerte, la imagen enterrada en la provincia de Cáceres, en la ribera del río Guadalupe (“río oculto”, en árabe), fue hallada tras la expulsión de los moriscos de aquella zona.

En 1326 el pastor llamado Gil Cordero relató que mientras buscaba una vaca perdida una Señora radiante aparecíó de entre los arbustos. Después de indicarle el lugar exacto en que debía excavar para desenterrar una imagen suya, le dijo: – “No temas, que yo soy la Madre de Dios. Ve a tu tierra y di a los clérigos que mi deseo es que vengan aquí y construyan para esta imagen mía una capilla que llegará a ser una gran iglesia”.

Es, así, como se descubrió, en perfectas condiciones, la preciosa imagen de la “Virgen Negra” o “Morena” esculpida por san Lucas, llamada “Santa María de Guadalupe” por razón del río junto al que fue hallada.

Unos años después, Alfonso XI se encontró con la pequeña ermita dedicada a la Virgen. Después de encomendarse a la Virgen morena, ganó la batalla del Salado librada el lunes 30 de octubre de 1340, una de las batallas más importantes del último periodo de la Reconquista. Por este hecho, el rey decidió reformar la iglesia, añadirle edificios adyacentes y hacer un albergue para los peregrinos, volviéndose benefactor del Monasterio: hizo donación de varios trofeos obtenidos en la batalla y además dictó un real privilegio (el 25 de diciembre de 1340) en el que se exponían dos peticiones a la autoridad eclesiástica: la creación de un priorato secular y la declaración de patronato real. La respuesta no se hizo esperar y el 6 de enero de 1341, el obispo de Toledo Gil Álvarez de Albornoz redactó un documento por el que se instituía el priorato secular de Santa María de Guadalupe y se reconocía el patronazgo en la figura del rey y de sus sucesores. En 1441 el Real Monasterio pasó a la custodia de los monjes jerónimos, aunque desde 1908 es regentado por los franciscanos.

Un monje llamado Diego de Écija escribió una crónica del Monasterio entre los años 1467-1534 con el título de “Libro de la invención de esta Santa Imagen de Guadalupe y de la erección y fundación de este monasterio; y de algunas cosas particulares y vida de algunos religiosos de él”.

Sea como fuere, el Monasterio cobró gran popularidad debido a la fuerte devoción que le tenía la reina Isabel I de Castilla. Además, el Monasterio apoyó financieramente la reconquista del reino nazarí de Granada. Tras el triunfo de los reyes católicos, el monasterio de Guadalupe fue (como apuntamos) el punto de reunión de la reina Isabel y Cristobal Colón. Luego del encuentro, la reina decretó la entrega de las carabelas a Colón para su expedición a las indias, quien arribó el 12 de octubre de 1492 a la isla Guanahani, a la que rebautizó como «San Salvador».

Se dice que el descubridor oró en el Santuario de Guadalupe antes de realizar su histórica expedición y que llevaba consigo una réplica de la imagen de la “Virgen Negra”.  El gran Almirante, salvado de un naufragio por intercesión de Santa María de Guadalupe a la vuelta de su primer viaje atlántico, utilizó el topónimo de la Advocación extremeña para “bautizar” (denominar) “Santa María de Guadalupe” la primera isla importante del Caribe donde desembarcó el 4 de noviembre de 1493, durante el segundo viaje a las costas americanas. En la actualidad, esta es la mayor de las islas de un pequeño archipiélago llamado Guadalupe.

De esta suerte, la Virgen de Guadalupe se convirtió, en el descubrimiento y conquista de América, en un poderoso símbolo de la cristianización del Nuevo Mundo.

Los españoles continuaron explorando el Nuevo Continente, y en 1517, Francisco Hernández de Córdoba llegó a la costa de Yucatán.

Hernán Cortés, nacido hacia 1485 en Medellín, Extremadura, llegó a México como aventurero dirigiendo la expedición enviada por Velázquez de Cuellar, su cuñado. La conquista del imperio azteca fue un proceso histórico ocurrido entre los años 1517 y 1521. La dominación comenzó en 1519, cuando Hernán Cortés, habiendo salido de la isla de Cuba, llegó a las costas mexicanas y conquistó sus territorios en nombre de la Corona española. El período de conquista finalizó el 13 de agosto de 1521, al caer definitivamente la ciudad de Tenochtitlán, originándose el Virreinato de Nueva España.

Apenas diez años después, en la madrugada del sábado 9 de diciembre de 1531, la siempre Virgen María, Madre de Dios, se aparece en la cumbre del cerro del Tepeyac, en México, al indio san Juan Diego. La crónica de este prodigioso acontecimiento intitulada en el lenguaje de los indígenas Nican mopohua (“aquí se narra”, en idioma náhuatl), relata cómo el 12 de diciembre se apareció, también, a Juan Bernardino, tío de Juan Diego, al que curó de sus enfermedades, revelándole su nombre: – “Yo soy la Siempre Virgen María de Guadalupe”.

Nuestra Señora usó el término azteca (“nahuatl”) de “coatlaxopeuh”, el cual es pronunciado “quatlasupe” y suena extremadamente parecido a la palabra en español “Guadalupe”, por lo que no nos ha de extrañar en absoluto su castellanización. Sea como fuere, “coa” significa serpiente; “tla” es artículo (“la”); mientras “xopeuh” significa aplastar: así Nuestra Señora se debió haber referido a Ella misma como “la que aplasta la (cabeza de la) serpiente”.  Se trata, pues, de una locución (palabra) que era conocida tanto por los indígenas como por los españoles (especialmente por los frailes franciscanos devotos de la Virgen extremeña). Así quería Ella ser conocida. Su inconfundible denominación: “Yo soy la siempre Virgen María de Guadalupe”, expresa el enlace directo entre la Virgen aparecida en Tepeyac y aquélla representada en la estatua de madera venerada en el Real Monasterio español de Guadalupe.

Precisamente, el 4 de noviembre de 1982, en su primera Visita Apostólica a España, el Papa san Juan Pablo II visitó el Santuario extremeño y veneró la preciosa imagen, celebrando la Eucaristía. En la homilía confesó: “Es indiscutible la estima tan grande que le tengo a la Virgen de Guadalupe de México. Pero me doy cuenta de que aquí están sus orígenes. Antes de haber ido a la Basílica del Tepeyac, debía venir aquí para comprender mejor la devoción mexicana”.

Es evidente que bajo la advocación mariana de la Virgen de Guadalupe se colonizó América. Y, de esta suerte, mientras que la Virgen de Extremadura es considerada Patrona de la Hispanidad, la mexicana ha sido proclamada: “Patrona de toda la América Latina” (san Pio X); de todas las “Américas” (Pio XI); “Emperatriz de las Américas” (Pio XII); y “Misionera Celeste del Nuevo Mundo” y “la Madre de las Américas” (san Juan XXIII).

Fco. José Cortes Blasco

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