Queridos amigos:

Reciban hoy y siempre, la paz y la alegría, de Jesús y de María.

 

Te invito a que hoy meditemos, a la luz de los mensajes de la Reina de la Paz -y rodeados de su amor-, acerca de una clase de pecados silenciosos, que son de la clase de pecados, que más dañan la vida espiritual, me estoy refiriendo a los pecados de omisión.

Y los llamo una clase de pecados silenciosos, porque son los menos reconocidos y confesados, y para muchos católicos, parece ser la clase de pecados que menos les inquieta la conciencia.

Pero no nos engañemos a nosotros mismos, pues suelen ser los pecados que más daño hacen en el corazón del creyente, pues impiden el crecimiento espiritual, y afectan profundamente la vida familiar, eclesiástica y social. Por eso el Catecismo de la Iglesia Católica nos recuerda que: “El pecado es una falta contra la razón, la verdad, la conciencia recta; es faltar al amor verdadero para con Dios y para con el prójimo” (CIC 1849).

El pecado de omisión, es el resultado de no hacer algo que la Palabra de Dios, el Magisterio de la Iglesia, y Dios -a través de la voz de la conciencia bien formada-, nos enseña que debemos hacer.

Todo el mal que existe en el mundo: esclavitud y explotación, violencia y guerras, aborto y eutanasia, injusticias y miseria, perversión que difunden los programas de televisión, etc., se genera por los “pecados de obra”; pero también se producen por la apatía, indiferencia, u omisión, de las personas buenas.

La palabra de Dios es muy clara al respecto, pues nos dice: “El que sabe hacer el bien y no lo hace, comete pecado”. (Santiago 4:17).

Los pecados de omisión, de algún modo nos hacen cómplices, de aquellos que hacen el mal. Por eso, Santa Catalina de Siena, dijo en un momento de su vida, hablando del pecado de omisión relacionado con las cosas que uno debe decir, en el momento en que debe hablar, y del modo en que debe decirlas: “basta de silencios, gritad con cien mil lenguas, que por haber callado el mundo está podrido”.

Y el apóstol Pablo reconoce la lucha que hay en su interior, pues en ocasiones hace aquello que se ha propuesto no hacer o decir, mientras que aquello que se propone realizar, no siempre lo concreta: “no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero.” (Romanos 7:19)

La Reina de la Paz, nos habla con diversas palabras, acerca de la coherencia que debemos tener como católicos, superando los pecados de omisión, estando atentos a “los olvidos”, abriendo las puertas del corazón a lo que Dios nos quiere manifestar, y a los compromisos que debemos asumir, y de manera especial no contentándonos con leer o compartir los mensajes que ella nos da, sino transformándolos en vida de manera real y concreta: “Mis queridos hijos, no olviden que ustedes deben hacer realidad en sus vidas estos mensajes que Yo les doy para que entonces puedan decir: ‘Yo he aceptado los mensajes y trato de vivirlos.’” (Mensaje, 25 de agosto de 1990).

En el mensaje que le dio a Mirjana, el 2 de diciembre de 2011, ella nos habla de manera explícita acerca del pecado de omisión, cuando dice: “Queridos hijos, como Madre estoy con ustedes para ayudarlos con mi amor, oración y ejemplo a convertirse en semilla de lo que sucederá, una semilla que se desarrollará en un árbol fuerte que extenderá sus ramas en el mundo entero. Para convertirse en semilla de lo que sucederá, semilla de amor, oren al Padre que les perdone las omisiones cometidas hasta el momento. Hijos míos, sólo un corazón puro, no agobiado por el pecado, puede abrirse y sólo unos ojos sinceros pueden ver el camino a través del cual os deseo conducir.”

Si me doy cuenta que el pecado de omisión está contaminando mi vida, entonces debo dar el primer paso que me enseña la Reina de la Paz: “oren al Padre que les perdone las omisiones cometidas hasta el momento.”

Recuerda que hay tres momentos o formas de recibir perdón:

1°. En la oración personal

2°. Al inicio de cada Misa

3°. En el Sacramento de la Reconciliación.

  • Pide perdón a Dios por los pecados de omisión.
  • Pide liberación a la sangre de Jesucristo, por las ataduras que éstos pecados de omisión han producido, por las puertas que han abierto a Satanás o cualquier otra fuerza maligna.
  • Pide la transformación de los malos hábitos contraídos a causa de la repetición de esta falta de compromiso y entrega, por no darle importancia, por no ser consciente de las consecuencias de ellos.

No podemos seguir esperando más tiempo para comprometernos con el bien y la verdad, ya que ninguno de nosotros sabe cuánto tiempo tiene por delante en esta vida: “Hijitos, no olviden que su vida pasa como una florecilla de primavera, que hoy es maravillosa y de la que mañana no habrá quedado nada.” (Mensaje, 25 de marzo de 1988).

Y en este sentido, San Agustín es bien claro cuando dice: “Dios que te ha creado sin ti, no te salvará sin ti” (San Agustín, Sermón 169, 11, 13).

  • María podría haber pecado de omisión, diciendo a la invitación del Arcángel que “no”, o haciéndose la desentendida, la sorda, o la distraída… Pero se comprometió, y dijo que “sí”.
  • María podría haber pecado de omisión, no dirigiéndose a visitar y a servir a su pariente Isabel… podría haber racionalizado con muchas excusas para no ir… Pero se comprometió y fue a servir.
  • María podría haber pecado de omisión, y no ir a Belén pues estaba en su sexto mes, y no había lugar donde alojarse…, Pero se puso en camino, se comprometió y, en la actualidad, lo que fue la aldea de Belén, es hoy uno de los lugares más sagrados en la tierra.
  • María podría haber pecado de omisión, y hacerse la desentendida en las bodas en Caná de Galilea, pero supo ver la necesidad que había, y se comprometió impulsando a que Jesús realizase su primer milagro.
  • María podría haber pecado de omisión, y no haber estado a los pies del calvario, pero volvió a dar su “si” al Padre, y con el corazón traspasado nos recibió a nosotros como hijos.
  • María podría haber pecado de omisión, y no haberse quedado en el cenáculo junto a ese grupo de hombres débiles, y de mujeres temerosas, después de la Ascensión de su Hijo…, Pero perseveró en oración y en comunidad, y de este modo el Espíritu Santo se derramó en todos los corazones, dando en Pentecostés inició a la Iglesia…

En el mensaje que hemos leído del 2 de diciembre, Nuestra Madre nos recuerda que hemos recibido semillas que deben desarrollarse en un árbol fuerte que extienda sus ramas por el mundo entero. Pero ¿para qué sirve tener una semilla, si ella no se transforma en una planta o en un árbol que extienda sus ramas y que de flores y frutos abundantes, maduros y dulces a su alrededor?

Debería preguntarme a mí mismo:

  • ¿Las semillas que he recibido en tantos retiros espirituales, en las peregrinaciones, en la lectura de los libros, en la visita de evangelizadores, y a través de los mensajes de la Reina de la Paz, se han quedado sólo en semillas… Sólo buenos propósitos?
  • O por el contrario: ¿están produciendo frutos abundantes y dulces: en mi familia, en mi barrio, en mi ámbito de trabajo, en la parroquia y en otros ámbitos de la sociedad?
  • Mi grupo de oración, mi comunidad, ¿extiende las ramas en forma de misión evangelizadora a aquellas personas que aún no han tenido la experiencia del amor de Dios?
  • ¿O por el contrario, somos siempre los mismos, o incluso cada vez menos?.
  • ¿Cuáles pueden ser mis pecados de omisión? Puedes pedirle a la Gospa que te ayude a descubrirlos.

 

Oración

Virgen María, madre del Sí, ahora quiero pedir perdón por mis “no”, es decir: por mis pecados de omisión, todas aquellas cosas que debería haber hecho y no hice, y de lo cual no era consciente de las consecuencias que producía a lavarme las manos como Pilatos, y no hacer el bien que debería haber hecho.

Reina de la Paz, hoy pido perdón por los pecados de omisión, al no haber hablado en el momento oportuno, por haber tenido miedo, vergüenza de hablar de tu hijo Jesús, por no haber ayudado a los necesitados, a las obras de evangelización de la Iglesia, a los consagrados y vocaciones sacerdotales, a los miembros de mi familia, a quienes estaban tristes y necesitados de una palabra por parte mía.

Perdóname, Señor, porque estaba tan encerrado en mis pequeños problemas, que no podía ver todo el bien que podía ser.

Perdóname y ayúdame a liberarme de mis miedos, egoísmo, individualismo, indiferencia y todo aquello que me impide perder el tiempo, las oportunidades y tu gracia de hacer el bien mientras esté aquí en la tierra.

 

Me encomiendo tus oraciones y le pido a Dios que te bendiga abundantemente.

Padre Gustavo E. Jamut,

Oblatos de la Virgen María

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