La pureza del alma

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Mensaje, 2 de julio de 2012 

 

“Queridos hijos, de nuevo les pido maternalmente, que se detengan por un momento y reflexionen sobre ustedes mismos y la transitoriedad de su vida terrenal. Por lo tanto, reflexionen sobre la eternidad y la bienaventuranza eterna. Ustedes, ¿qué desean, por cual camino quieren andar? El amor del Padre me envía a ser mediadora para ustedes, para que con amor materno les muestre el camino que conduce a la pureza del alma, del alma no apesadumbrada por el pecado, del alma que conocerá la eternidad. Pido que la luz del amor de mi Hijo los ilumine, que venzan las debilidades y salgan de la miseria. Ustedes son mis hijos y yo los quiero a todos por el camino de la salvación. Por lo tanto, hijos míos, reúnase en torno a mí, para que les ayude a conocer el amor de mi Hijo y, de esta manera, abrirles la puerta de la bienaventuranza eterna. Oren como yo por sus pastores. Nuevamente les advierto: no los juzguen, porque mi Hijo los ha elegido. ¡Les agradezco! ”

 

Dice el Catecismo:

 

“El corazón es la sede de la personalidad moral: ‘de dentro del corazón salen las intenciones malas, asesinatos, adulterios, fornicaciones’ (Mt 15, 19). La lucha contra la concupiscencia de la carne pasa por la purificación del corazón:

Mantente en la simplicidad, la inocencia y serás como los niños pequeños que ignoran el mal destructor de la vida de los hombres (Hermas, mand. 2, 1).

 La sexta bienaventuranza proclama: «Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios» (Mt 5,8). Los «corazones limpios» designan a los que han ajustado su inteligencia y su voluntad a las exigencias de la santidad de Dios, principalmente en tres dominios: la caridad (cf 1 Tm 4, 3-9; 2 Tm 2 ,22), la castidad o rectitud sexual (cf 1 Ts 4, 7; Col 3, 5; Ef 4, 19), el amor de la verdad y la ortodoxia de la fe (cf Tt 1, 15; 1 Tm 3-4; 2 Tm 2, 23-26). Existe un vínculo entre la pureza del corazón, del cuerpo y de la fe:

Los fieles deben creer los artículos del Símbolo ‘para que, creyendo, obedezcan a Dios; obedeciéndole, vivan bien; viviendo bien, purifiquen su corazón; y purificando su corazón, comprendan lo que creen’ (S. Agustín, fid. et symb. 10, 25).

 A los ‘limpios de corazón’ se les promete que verán a Dios cara a cara y que serán semejantes a El (cf 1 Co 13, 12, 1 Jn 3, 2). La pureza de corazón es el preámbulo de la visión. Ya desde ahora esta pureza nos concede ver según Dios, recibir al otro como un ‘prójimo’; nos permite considerar el cuerpo humano, el nuestro y el del prójimo, como un templo del Espíritu Santo, una manifestación de la belleza divina.  (2517-2519)

 

Debemos poner todo nuestro interés en purificar nuestro corazón, porque ahí está la raíz de todos nuestros males. Para imaginar lo necesaria que nos el la pureza de corazón, es preciso comprender la corrupción natural del corazón humano. Hay en nosotros una malicia infinita que no vemos, porque no entramos nunca seriamente entra e nosotros mismos. Si lo hiciéramos, encontraríamos un número incontable de deseos y de apetitos desarreglados de honor, de placer, de comodidades, que le agitan sin celar en nuestro corazón. Estamos tan llenos de ideas falsas y de juicios erróneos, de afectos desordenados, de pasiones y de malicia, que sentiríamos vergüenza de nosotros mismos si nos viésemos tal como somos. Imaginémonos un pozo cenagoso del cual le saca agua incesante­mente: al principio todo lo que se saca casi no es sino barro ; pero a fuerza de sacar, se purifica el pozo y el agua irá saliendo cada vez más limpia ; de manera que al final saldrá ya completamente pura y cristalina. No de otra manera : trabajando sin cesar en purificar nuestra alma, el fondo se va descubriendo poco a poco y Dios manifiesta su presencia en ella por los poderosos y maravillosos efectos que opera en el alma, y por medio de ella para bien de los demás. Cuando el corazón está bien purificado, Dios llena de su santa presencia y de su amor el alma y todas sus potencias, la memoria, el entendimiento y la voluntad. De ese modo la pureza de corazón lleva a la unión divina y no se llega a ella de or­dinario por otros caminos.

El camino más corto y seguro para llegar a la perfección, es dedicarnos a la pureza de corazón con más empeño que a cualquier otro ejercicio de las virtudes; porque Dios está dispuesto a conce­dermos toda clase de gracias con tal de que no le pongamos obstáculos. Ahora bien : únicamente purificando nuestro corazón, es como destruiremos todo lo que impide la acción de Dios. De forma que, quitados los impedimentos, casi no podemos ni imaginar los admirables efectos que Dios obra en el alma. San Ignacio decía que hasta los mismos santos podían grandes estor os a las gracias de Dios.

A ninguna de las prácticas de la vida espiritual se opone tanto el demonio como al trabajo para conseguí la pureza de corazón. Nos deja hacer algunos actos exteriores de virtud, como ir a los hospitales y a las prisiones, porque a veces con esto nos quedamos satisfechos, y do sirve más que para engreídos, y para acallar el remordimiento interior de la conciencia ; pero do puede soportar que fijemos los ojos en nuestro corazón, que examinemos sus desórdenes y que dos apliquemos a corregirlos.

Incluso nuestro mismo corazón de nada huye tanto como de esta búsqueda y de esta cura que le obliga a ver y a sentir sus miserias. Todas nuestras potencias están infinitamente desordenadas; pero no nos gusta conocer su desorden, porque este conocimiento nos humilla.

El orden que hay que seguir para purificar el corazón, es, primeramente, darnos cuenta de los pecado veniales y corregirlos. Segundo, observar los movimientos desordenados de nuestro corazón y ordenarlos. Tercero, vigilar los pensamientos y regularlos. Cuarto, conocer las inspiraciones de Dios, sus designios, su voluntad y animarse para cumplirlos.

 

 Todo esto debe hacerse suavemente abrazando con profunda intensidad las enseñanzas de nuestra Madre del Cielo.  Aproximados a su poder, que aplasta la cabeza del enemigo con su pureza y unión plena a la voluntad de Dios, dejándonos guiar  por el Espíritu Santo en una renovación de nuestras promesas bautismales, en una vivencia abnegada de la Eucaristía, y la Adoración, en espíritu de penitencia, por medio de la Confesión el ayuno, sumergidos en la oración por el Santo Rosario y la meditación de la Palabra de Dios, y con un corazón modesto, la Reina de la Paz nos educa en la pureza interior, fundamento de toda pureza auténtica.

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