“LA EUCARISTÍA: EL ARMA MÁS PODEROSA”

A lo largo de los primeros años de las Apariciones, la Gospa, la Reina de la Paz, trazó un plan de acción para la Parroquia de Medjugorje mediante los mensajes principales, que el Padre Jozo, concretizó en las famosas “cinco piedrecitas” con las que nos enseña a vencer, como David, al gigante Goliat (cfr. 1 Sam 17:40 s), en nuestro combate espiritual contra satanás:

  1. La Oración con el corazón: el Rosario.
  2. La Eucaristía.
  3. La Biblia.
  4. El ayuno.
  5. La Confesión mensual.

Podemos intuir, por qué la insistencia de Nuestra Madre en estos temas -sobre todo en los primeros años…

  1. Nuestra generación ha olvidado la oración. Ya no la valora ni la considera. En ninguna otra época de la Historia se ha orado menos…
  2. A la Eucaristía, cada vez se le da menos importancia. La mayoría se conforma con ir a Misa los Domingos, y, además, sólo cumplen con el precepto dominical una minoría de los católicos y más del 70% no cree en la presencia real del Señor en el Santísimo Sacramento del Altar. Muchas Iglesias permanecen casi todo el día cerradas y ya no se visita al Señor en el Sagrario…
  3. La mayoría ha olvidado la Biblia. Para muchos es sólo un libro más que tienen en la estantería, pero que no leen nunca ni meditan.
  4. El ayuno, en nuestra Iglesia romana, ha quedado reducido a tan sólo dos días al año: miércoles de ceniza y viernes santo. Y, produce sonrojo, vergüenza ajena, qué se entiende por tal. El Código de Derecho Canónico afirma que obliga sólo a los mayores de edad, hasta que hayan cumplido cincuenta y nueve años (c. 1252). Y, en cuanto al modo de hacer el ayuno, la Conferencia Episcopal española indica: “en cuanto al ayuno, que ha de guardarse el miércoles de ceniza y el Viernes Santo, consiste en no hacer sino una sola comida al día; pero no se prohíbe tomar algo de alimento a la mañana y a la noche, guardando las legítimas costumbres respecto a la cantidad y calidad de los alimentos”. Otras Conferencias episcopales han dado normas semejantes.
  5. Finalmente, la confesión, en la mayoría de parroquias es el sacramento que menos se administra. Ya casi nadie se confiesa. Y, menos, frecuentemente.

De estas piedrecitas, la principal y la que, en cierto modo, encierra todas y las relaciona íntimamente es la Eucaristía. El tema que os propongo meditar.

La Eucaristía está en el Corazón de la Virgen. Ella ha dicho que es la oración por excelencia, “la mejor y más completa de todas las oraciones”. El 6 de agosto de 1982 dijo también: “La Misa es lo más importante y el momento más sagrado en vuestras vidas”.

En la Parroquia de Medjugorje, antes del inicio de las Apariciones, en la Iglesia de Santiago, nunca se celebraba Misa por la tarde. Durante la semana había misa cada mañana a las 7:30. Los domingos, una temprana a las 8:00 y la del pueblo, a las 11:00. En la séptima Aparición, la Gospa, al ser preguntada por los videntes, respondió que se iba a aparecer en la Iglesia. El párroco fray Jozo, viendo la multitud de gente decidió empezar a celebrar la misa por la tarde. Y, así, desde el jueves 2 de julio de 1981, se celebró la Misa a las 6. Y, justo antes, se rezaba un Rosario. Al mismo tiempo llegaban sacerdotes y confesaban. Después de la misa los videntes salían al presbiterio y transmitían el Mensaje de la Gospa. Entonces, todos se arrodillaban y (por indicación de la Virgen: 1/VII/1981) rezaban el Credo y siete Padrenuestros, Avemarías y Gloria al Padre. Unas semanas después, el 6 de octubre 1981, la Virgen dijo: “La Misa Vespertina debe mantenerse permanentemente”.  Desde entonces, nunca ha dejado de celebrarse.

En 1984, en las Vísperas de la Asunción, la Gospa en un mensaje dado a Iván pidió rezar las tres partes del Rosario. A partir de entonces, el programa de oración vespertino en la Iglesia comienza una hora antes de la misa, a las cinco, con el Rezo de los misterios de gozo y de dolor, el canto de Letanías y Salve Regina y la invocación del Espíritu Santo que pidió la Gospa (28/11/1983). Al finalizar la misa, se bendicen los objetos religiosos y se rezan los misterios de gloria. Y, así, el programa vespertino de oración de Medjugorje dura, cada día, tres horas. En Medjugorje, la preparación a la Misa se da por medio de la “oración-sacramental” del Rosario. Rezar el Rosario significa contemplar la vida de Jesús y de María y orar para recibir la gracia de vivir y actuar como Ellos.

La relación del sacramento de la Penitencia y de la Eucaristía es intrínseca. La confesión frecuente que pide la Gospa (una vez al mes, preferentemente el primer viernes o sábado de mes) nos ayuda a purificar el corazón para celebrar dignamente la misa y poder recuperar la amistad divina, su gracia, si la perdimos pecando, y poder, así, comulgar. De este modo, una adecuada vida eucarística requiere la confesión frecuente de los pecados. Porque si la Eucaristía es un banquete, la remisión de los pecados y la reconciliación son una condición absoluta e inevitable para poder ocupar un lugar en la mesa eucarística. De hecho, el vestido nuevo del que habla Cristo en el Evangelio es propiamente el de la confesión y la purificación de los pecados por medio de la fuerza del amor misericordioso de Dios, que emerge de modo particular en el Sacramento de la Reconciliación (cfr., Mt 22, 1-4). San Pablo nos previene de celebrar indignamente la Eucaristía (cfr., 1 Cor 11, 23), de recibirla en pecado.

De otra suerte, el ayuno eucarístico (reducido, ahora, a una hora antes de la comunión) nos ayuda, también, espiritualmente a prepararnos para recibir el Pan de vida. Y, en su primera parte, en la Liturgia de la Palabra, es proclamada la Sagrada Biblia, la Palabra de Dios, el “Pan De la Palabra” que alimenta, también, nuestras almas.

Vemos, pues, como la Eucaristía está en el centro y mitad de estas cinco piedrecitas, siendo la piedrecita principal –el arma espiritual más poderosa– de nuestro combate contra satanás y el mal.

La Santísima Virgen es la Madre del Verbo de Dios, aquella que nos precedió en la fe en Él. Ella fue (como dijo en el mensaje del 2 de noviembre de 2016) “el cáliz del Hombre-Dios”, el primer tabernáculo purísimo del Dios Altísimo. Su mayor deseo es enseñarnos el camino de la santidad, a decir “Sí” y a convertirnos en “víctimas vivas para glorificar a Dios” siendo “cáliz del amor puro y sincero de mi Hijo. Os invito a ser un instrumento para que quienes no han conocido el amor de Dios, y nunca han amado, comprendan, acepten y se salven” (2/11/2016).

En su libro “Celebrar la Misa con el corazón”, el Padre Slavko Barbaric afirma: “De un modo maternal, Ella nos enseña cómo hemos de celebrar la Santa Misa y qué hemos de hacer. Ella no habla de la Misa de una manera teológica, no usa imágenes bíblicas y tampoco hace referencia a prescripciones litúrgicas. La Santísima Virgen desea simplemente que nosotros ‘vivamos’ y experimentemos la Eucaristía” (p., 49).

En el Mensaje extraordinario del 2 de mayo 2016, la Gospa dijo: “Hijos míos, no olvidéis que en la Eucaristía, que es el corazón de la fe, mi Hijo está siempre con vosotros, viene a vosotros y parte el pan con vosotros porque, hijos míos, Él ha muerto por vosotros, ha resucitado y viene nuevamente”.  Y el 2 de julio de 2016 nos dirigía un apremiante llamado: “Mi Hijo me envía entre vosotros para que con mi amor maternal os dé seguridad, para que comprendáis que el dolor y la alegría, el sufrimiento y el amor, hacen que vuestra alma viva intensamente; para invitaros nuevamente a glorificar el Corazón de Jesús, el corazón de la fe: la Eucaristía. Mi Hijo, día a día, a través de los siglos, retorna vivo en medio de vosotros, regresa a vosotros, aunque en verdad, nunca os ha abandonado. Cuando uno de vosotros, mis hijos, regresa a Él, mi Corazón materno exulta de alegría. Por eso, hijos míos, regresad a la Eucaristía, a mi Hijo”.

Eucaristía significa “acción de gracias”. Así llamamos a uno de los siete sacramentos de la Nueva Alianza. Afirma el Concilio que es la “fuente y cumbre de toda la vida cristiana” (LG, 11). Se refiere, pues, al Don Divino más excelente del Redentor (el Don de Su Cuerpo y Su Sangre) por el que edifica Su Iglesia. Al misterio o sacramento de la fe que hace presente, real, sustancialmente, a Jesucristo mismo, vivo y glorioso, bajo las especies del pan y del vino, ofrecido y tomado como alimento de vida eterna. El Señor anunció la Eucaristía durante su vida pública (cf., Jn 6) e instituyó este sacramento en la Última Cena. Y nos mandó celebrarla hasta Su vuelta (cf., Lc 22,19; 1 Co 11,24-25). La Iglesia, obediente al mandato del Señor, celebró enseguida la Eucaristía, primeramente, en Jerusalén (cf., Hch 2,42-48).

De esta suerte, la Eucaristía es el sacramento que hace presente, en la celebración litúrgica de la Iglesia, la Persona de Jesucristo (Cristo entero: Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad) y actualiza su sacrificio redentor, en la plenitud del Misterio Pascual de su pasión, muerte y resurrección. En la Eucaristía, Él nos invita a acoger la salvación que nos ofrece y a recibir el don de su Cuerpo y de su Sangre como alimento de vida eterna, permitiéndonos entrar en comunión con Él —con su Persona y su sacrificio— y en comunión con todos los miembros de su Cuerpo Místico que es la Iglesia.

Consideraremos la Eucaristía y analizaremos cuanto la Gospa nos ha dicho todos estos años sobre ella, desde esta triple perspectiva:

  1. LA EUCARISTÍA COMO SACRIFICIO: LA SANTA MISA.
  2. LA EUCARISTÍA COMO SACRAMENTO: PRESENCIA REAL (LA TRANSUBSTANCIACIÓN) Y LA ADORACIÓN EUCARÍSTICA (SU CULTO FUERA DE LA MISA).
  3. LA EUCARISTÍA COMO ALIMENTO: LA COMUNIÓN.

Continuará…

Francisco José Cortes Blasco

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