El texto completo de la homilía de fray Massimo Fusarelli, Ministro General de la Orden de los Hermanos Menores, en la santa Misa del segundo día del Festival de Jóvenes.

Queridos hermanos y hermanas y hoy especialmente, en esta explanada, queridos jóvenes, ¡que a todos vosotros el Señor os conceda su paz!

Acepté con alegría y sorpresa la invitación de Su Excelencia Mons. Aldo Cavalli, a quien saludo fraternalmente, para estar hoy aquí con vosotros. No podía imaginar, sin verlo con mis propios ojos, semejante espectáculo de multitud, fe y oración. Es el signo de que el Señor Jesús todavía sabe fascinar a los jóvenes y llamarlos al encuentro con Él, a la fe, a seguirlo con toda su vida, llena de expectativas para el futuro, incluso en este tiempo que parece robar nuestro futuro.

Hoy no es un día cualquiera, sino el 2 de agosto en el que los franciscanos con toda la Iglesia pedimos humildemente y podemos recibir el Perdón de Asís. La Virgen de los Ángeles acogió a San Francisco en esa capilla tan querida por él y hoy acoge a muchos que invocan el perdón del Señor. Hoy en esta iglesia franciscana y parroquial nos acoge a todos, especialmente a todos vosotros, jóvenes, que todavía invocáis la paz, el descanso y el verdadero consuelo.

Acabamos de escuchar el relato de la Anunciación a María, único y original en toda la Biblia.

“El ángel entra en presencia de María”: es ante todo un encuentro y no una visión.

El ángel va al encuentro de María, entra en su vida y Ella lo acoge.  

¿Cómo? “¡Alégrate!”: la alegría es la primera reacción, el signo de los tiempos mesiánicos que habían llegado. María vive la espera mesiánica de Israel en la fe del pueblo de Dios. ¿No es acaso ella la hija de Sion?

He aquí, pues, la primera palabra para nosotros, queridos jóvenes: incluso en este tiempo podemos atrevernos a abrirnos a la fe, creer que el Señor Jesús quiere encontrarse con cada uno de nosotros, llamándonos por nuestro nombre, dirigiéndose a nuestra vida tal como es, siempre sedienta de vida y necesitada del perdón y de la novedad. Si como cristianos no lo creemos posible y por lo tanto no experimentamos este encuentro con el Señor Jesús, entonces nuestra fe es una idea, una práctica, una moralidad, no el encuentro que cambia nuestras vidas. La Virgen María nos acompaña a este encuentro con su Hijo Jesús, para que podamos acogerlo como la verdadera y transformadora novedad de nuestra existencia. La conversión es posible cuando nos dejamos encontrar por el Señor Jesús y en el Espíritu lo encontramos vivo: desde ese momento ya no podemos olvidarlo, nuestra vida está marcada por Él, para siempre.

Ciertamente que este encuentro nos da un poco de miedo también. Este mismo sentimiento lo encontramos en el pasaje del Evangelio: de hecho, María está turbada, pero no por la visión, como Zacarías, sino por la palabra de Gabriel, que escucha y con la que se entretiene en un discurso interior.

Cuando la palabra del Señor Jesús nos llega y hiere nuestro corazón, al principio nos sentimos perdidos porque es una palabra más grande que las nuestras, es nueva en comparación con lo que nosotros podemos pronunciar. Esta sorpresa, este desconcierto y también el temor a la palabra que nos hace salir de nosotros mismos y nos dirige hacia el rostro del Señor Jesús nos hacen bien. María permanece volcada hacia la palabra que escucha, no se cansa de recibirla. En las antiguas representaciones María es representada con el libro de la Palabra de Dios en su vientre, mientras espera a Jesús. María acogió esta palabra en su corazón antes de encarnarla. Y nos muestra el camino de la escucha diaria del Evangelio, de un detenerse silencioso con Él y de simplemente aceptar esta palabra en nuestra vida como el camino de la fe.

“Transformada por la gracia” es el nuevo nombre de María, en quien Dios actuó en el pasado y ahora sigue actuando. El encuentro con el Señor Jesús, de hecho, puede transformar nuestra vida y hacernos experimentar la bendición de Dios, su presencia viva en nosotros.

Con el perdón que hoy podemos recibir, san Francisco quiere enviarnos a todos al Paraíso, es decir, a la vida misma de la Trinidad. Podemos vivir, no como zombis que buscan sustitutos de la felicidad, lo que queda en la mesa de la vida, sino como personas “transformadas”: ¡el encuentro con el Señor y su perdón no nos hacen convertirnos en otras personas, pero sí transformadas! Nos llevan a donde el Señor siempre ha querido que estemos, que seamos felices a su medida, la medida del Evangelio.

La Eucaristía que celebramos, la confesión sacramental, la profesión de fe y la oración por el Santo Padre nos obtienen el perdón a través de la Indulgencia Plenaria: por esta razón, nuestra Madre Iglesia nos pide un paso más. El desapego afectivo del pecado, para dirigirnos verdadera y completamente al Señor Jesús.

Pidamos todos esta gracia en la celebración de hoy; no sólo para uno mismo, sino para todos, para los que más lo necesitan, para los que buscan al Señor, para los que no pueden desprenderse de tal o cual mal hábito, de estar alejados del Señor. No hay paz en nuestros corazones hasta que demos este paso a través del Espíritu del Señor.

Demos gracias al Señor por habernos traído aquí una vez más e invoquemos su misericordia que nos hace nuevos y nos hace testigos auténticos y gozosos del Evangelio que hemos aceptado primero.

33. FESTIVAL DE LA JUVENTUD HOMILIA: Fray Massimo Fusarelli, Ministro general de OFM

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