“Queridos hijos, en este tiempo de gracia de la espera, deseo invitarlos a la oración para que el Adviento sea la oración de la familia. De manera especial, hijitos, a quienes abrazo con ternura, los animo a la oración por la paz en el mundo, para que la paz prevalezca sobre la inquietud y el odio. Gracias por haber respondido a mi llamado”. (Con aprobación eclesiástica) – Mensaje del 25 de noviembre de 2024
1. “En este tiempo de gracia de la espera, deseo invitarlos a la oración”
El Adviento es un tiempo de gracia, una oportunidad, un tiempo dado por Dios, y lo que significa la gracia se puede ver claramente en el ejemplo de fray Slavko Barbarić. Él comprendió: las apariciones de la Virgen son un momento especial, una gracia. Quiero dar mi vida por los planes de la Virgen. ¡La Virgen nos ha elegido y yo elijo ser el colaborador de la Virgen! ¡Ella me necesita! Todo lo demás no es importante, ¡no me puedo perder esto! Y dio, enteramente, toda su vida, por la Gospa.
El sentido del Adviento es la espera de la Navidad, es decir, la espera del nacimiento de Jesús en el corazón, en la familia y en la comunidad. Surge la pregunta: ¿Ha sido el Adviento un tiempo de espera para nosotros los cristianos en los últimos años? ¿O es cualquier cosa menos eso?
En los últimos años, el Adviento se ha anunciado a los cuatro vientos en algunos lugares (en Zagreb, Viena…), lo que envía el mensaje: Ya ahora, al principio y durante el Adviento, hay una celebración, una fiesta. No nos referimos a la celebración de la Navidad. Estas personas utilizan el Adviento y la Navidad para ganar la mayor cantidad de dinero posible. Pero esto no es la Navidad. La Navidad no es al principio ni durante el Adviento, sino el 25 de diciembre. En este contexto, surge la pregunta: ¿Cuándo deberíamos preparar el pesebre en casa y decorar el árbol de Navidad, la casa y las calles: Ya al comienzo del Adviento o en Nochebuena?
La Virgen nos llama a la oración también en este mensaje. ¿Por qué otra vez? ¿No es acaso porque no oramos? En la Iglesia, sobre todo en Occidente, a menudo solo hay discusiones, las bocas están llenas de habladurías, propuestas, reuniones y más reuniones… La Virgen nos enseña: No hagan nada sin la oración. La oración es una forma de vivir la Navidad.
¿Por qué oramos? Hay muchas razones, pero ¿cómo, por ejemplo, nos orientaremos hoy sin la oración? El hombre siempre ha estado buscando algo que le ayude a navegar y orientarse. Los pueblos antiguos se orientaban con la ayuda de las estrellas, el sol, la observación de la naturaleza. Sabían dónde estaba el norte cuando veían de qué lado del árbol o de la piedra yacía el liquen (musgo). Jesús lo deja claro a sus contemporáneos: “De la higuera aprendan la parábola: Cuando su rama ya está tierna, y brotan las hojas, saben que el verano está cerca…” (Mc 13,28). Hoy en día, toda la Tierra está medida, para cada parte del globo terráqueo hay una guía de viaje y navegación. Si vamos en la dirección equivocada o nos desviamos, la voz del navegador nos pone de nuevo en el camino correcto. Pero, ¿qué pasa con el navegador espiritual? ¿Quién nos ayudará, cómo sabremos lo que es verdadero, bueno, moral, bello, esencial en la vida si no oramos?
2. “Para que el Adviento sea la oración de la familia”.
El Adviento es un tiempo de oración para la familia. “Sin oración no hay familia”, solía decir la Madre Teresa. Cuando oramos en familia, esto envía un mensaje: vivimos con Dios, no solos, no confiamos solo en la débil fuerza humana. Además, la oración conecta a los miembros de la familia, aporta calor, crea un ambiente sano donde se puede vivir bien, comunicarse y resolver las dificultades si han surgido.
Es importante tener en cuenta: Orar no significa hablar constantemente, pronunciar palabras. Tiene que haber silencio en la oración, sin palabras. La escucha es crucial, porque solo así podemos comprender el silencio y el callar de Dios, de hecho, comprender el gran amor de Dios que es silencioso, que vive en el corazón y en el seno de María, que nace en un establo ordinario. Sólo en el silencio y en un corazón que sabe escuchar y percibir podemos llegar a conocer a Jesús que nunca habla y nunca actúa sin antes estar en silencio, en silencio con el Padre.
3. “Hijitos, a quienes abrazo con ternura”
Aquí hacemos la pregunta: María, Madre, ¿cómo puedes abrazarnos a nosotros, personas pecadoras y débiles? Solo hay una respuesta a esta pregunta: ¡El amor de nuestra Madre es maravilloso! ¡Inmenso, incondicional! Tenemos una Madre que no nos ha rechazado a pesar de que somos débiles y pecadores. Y no solo eso: nos abraza con ternura. Es por eso que la pregunta que debemos hacernos es la siguiente: ¿Podemos permanecer indiferentes a este amor? ¿Podemos permanecer tibios y no responder a sus llamados?
Pero, ¿cómo vamos a conocer ese amor de la Madre si no oramos? ¿Si en el silencio, sin palabras, con el corazón inmerso profundamente en la meditación, no escuchamos el corazón de María?
4. “Los animo a la oración por la paz en el mundo, para que la paz prevalezca sobre la inquietud y el odio”.
La Virgen quiere que recemos por la paz, por los demás, porque quiere que ayudemos a quienes viven en la inquietud, en la guerra, en los conflictos, pero también quiere que crezcamos en el amor. Cuando oramos por los demás, nos liberamos de nosotros mismos, del ego. El mundo de hoy quiere que mi “yo”, el ego esté en el centro, y la Virgen quiere que los demás estén en el centro.
La Virgen nos dice claramente lo que quiere que suceda en nosotros en la oración: que la paz prevalezca sobre la inquietud y el odio, que la paz sea más fuerte. La VIrgen no dice que reina la paz, porque somos débiles, por eso a veces no reina la paz, sino la inquietud y el odio. Cuando dice que la paz prevalezca, quiere que nos volvamos a la oración, que la paz se fortalezca en nosotros para que pueda prevalecer, vencer.
San Agustín comprendió: No hay verdadera paz sin Dios. Por eso la oración: Que nos abramos a Dios en quien hay verdadera paz y que recibamos de Dios la fuerza para poder decidirnos por la paz y ser personas de paz, para que se fortalezcan las fuerzas que nos hacen capaces de que en un determinado momento la paz prevalezca sobre la inquietud.
Por último, escuchemos a San Juan de la Cruz: “Que la gente que se entrega a sí misma en actividades, que piensa que puede trastornar el mundo entero con su predicación y sus acciones externas, se detenga un poco. Comprenderán rápidamente que sería más beneficioso para la Iglesia y más agradable al Señor, por no hablar del buen ejemplo que darían a los demás si dedicaran la mitad de su tiempo a la oración interior. Entonces, con un solo acto, harían mucho más bien con mucho menos esfuerzo que con otros mil en los que gastan sus vidas. A través de la oración interior, recibirían la gracia y la fuerza espiritual que necesitan para estas obras. Sin ella, todo queda en un gran alboroto”.