Al comenzar octubre, el mes del Santo Rosario, permitidme que recuerde tres citas sobre el sacramental más importante, la oración más necesaria después de la Santa Misa: “Dadme un ejército que rece el Rosario y lograré con él conquistar el mundo” (San Pío X). “El Rosario es el ‘arma’ para estos tiempos” (San Padre Pío). “La Santísima Virgen en estos últimos tiempos en que vivimos ha dado una nueva eficacia al rezo del Rosario hasta tal punto que no hay ningún problema, por difícil que sea, ya sea temporal o sobre todo espiritual, en la vida personal de cada uno de nosotros, de nuestras familias… que no pueda ser resuelto por el Rosario. No hay ningún problema, os digo, por difícil que sea, que no podamos resolver con el rezo del Santo Rosario” (Venerable Sor Lucia de Fátima).

Recordemos juntos la famosa batalla de Lepanto (7 de octubre de 1571), en la que la flota llamada Liga Santa, compuesta (principalmente) por naves españolas, venecianas, genovesas y pontificias (del Papa), derrotó a la flota turca (de Alí Bajá), poniendo fin a la expansión mediterránea del Imperio Otomano, gracias al rezo del Santo Rosario y el auxilio de la Santísima Virgen María.

Entre el siglo XV y XVI, Europa estaba fuertemente amenazada por los turcos (musulmanes), que tenían como objetivo conquistar el mundo cristiano. Ya lo habían logrado con los cristianos del norte de África, mientras que Portugal y España se habían librado de ellos después de 800 largos años de lucha.

Ante la amenaza turca del Imperio Otomano que amenazaba con invadir Europa, se libró, precisamente, en Lepanto la batalla naval más famosa de la historia. El futuro de la Europa cristiana se jugaba todas las fichas en un solo campo de batalla, justamente, en el mar que llevó el Evangelio desde Jerusalén a Finisterre.

La flota cristiana, la Liga Santa, estaba integrada por el Reino de España, los Estados Pontificios, la República de Venecia, la Orden de Malta, la República de Génova y el Ducado de Saboya. Entre todos los aliados lograron reunir 198 galeras y cerca de 90.000 hombres, de los cuales sólo 20.000 eran soldados. Una cifra en clara desventaja frente a la armada turca. Sin duda, parecía que los musulmanes, expertos guerreros, llevaban las de ganar. Por eso el Papa San Pío V, confió en la intervención divina, en la intercesión de la Santísima Virgen. Y, así, el Papa dominicopidió a todos los fieles rezar el Rosario, invocando la intercesión de la Santísima Virgen María, Madre de Dios y Nuestra.

El combate naval tuvo lugar el 7 de octubre de 1571 en el Golfo que separa la Grecia Continental de la Península del Peloponeso, frente a la localidad de Naupacto (Lepanto), al este de la de Patrás (en el Peloponeso) que da nombre a ese Golfo que termina en Corinto.

En esta batalla participó Miguel de Cervantes, que resultó herido y perdió su mano izquierda en la batalla, lo que le valió el apodo del “manco de Lepanto”. El autor del “Don Quijote” calificó a Lepanto en el prólogo de sus Novelas Ejemplares: “la más memorable y alta ocasión que vieron los pasados siglos, ni esperan ver los venideros”.  Además de una empresa política, Lepanto fue sobre todo una campaña de oración, que difundió por todo el orbe cristiano el rezo del Santo Rosario y, después de la victoria naval, la devoción a la Virgen como Auxilio de los cristianos(invocación incorporada a las letanías lauretanas) y Reina del Santo Rosario.

En el amanecer del 7 de octubre, Don Juan de Austria daba la señal de batalla enarbolando la bandera enviada por el Papa, con la imagen de Cristo crucificado y de la Virgen, y los generales cristianos dieron la señal a sus soldados, que cayeron de rodillas ante el crucifijo y continuaron en esa postura de oración hasta que las flotas enemigas se aproximaron. En aquella batalla se jugaba mucho más que un territorio (continente)… se puso en jaque toda una fe, una cultura, una forma de ver el mundo, unos valores… Al anochecer, la victoria cristiana fue aplastante. Y, aunque no significó el final del imperio turco, frenó su avance en el control por el Mediterráneo y el continente europeo.

 Por este motivo, un año después, San Pío V instituyó la fiesta de Nuestra Señora de las Victorias, que pasó, luego, a llamarse de Nuestra Señora del Rosario. Por eso, la Iglesia ha consagrado el mes de octubre al sacramental que la Virgen María entregara a Santo Domingo de Guzmán, en el año 1208, cuando se le apareció sosteniendo en su mano un Rosario y le enseñó personalmente a rezarlo, pidiéndole que propagara esta devoción a todas las naciones y la utilizara como arma poderosa en contra de los enemigos de la fe: “si la gente considera la vida, muerte y gloria de mi Hijo, unidas a la recitación del Avemaría, los enemigos podrán ser destruidos. Es el medio más poderoso para destruir la herejía, los vicios, motivar a la virtud, implorar la misericordia divina y alcanzar protección. Los fieles obtendrán muchas ganancias y encontrarán en Mí a alguien siempre dispuesta y lista para ayudarles”.

San Pío de Pietrelcina afirma que “el Rosario es la oración que nos ha enseñado María, como el Padrenuestro nos lo enseñó Jesús”. Pero, en realidad, es mucho más que una oración: se trata, como hemos dicho, de un sacramental. Los sacramentales son signos u objetos religiosos que la Iglesia Católica ha instituido para ayudarnos a conseguir una vida más piadosa y santa, y para aumentar nuestra devoción. Entre todos los sacramentales de la Iglesia es el Rosario el más necesario y eficaz.

La palabra Rosario significa “Corona de Rosas”. Cada vez que recitamos un “Ave María” es como si ofreciéramos a Nuestra Señora una hermosa rosa, y, así, cada Rosario completo forma una corona de rosas, admirable y espiritual.

Es el Rosario una oración simple y sencilla, humilde como María. Una oración que rezamos con Ella, la Madre de Dios. Cuando lo meditamos, Nuestra Señora une su oración a la nuestra. Esto hace que nuestro Rosario sea muy eficaz y que por intercesión de María el Señor nos conceda –si es su voluntad- aquello que le pedimos.

Al recitarlo con el corazón, cada conjunto de Padrenuestro, Avemarías y Gloria constituye un cauce precioso por el que discurre el agua fresca de nuestra oración mental, de la meditación de los misterios gozosos, luminosos, dolorosos y gloriosos de la vida de Cristo y de María, contemplados desde Su Inmaculado Corazón.

Cada Rosario está llamado a ser para nosotros –como lo ha sido siempre para la Iglesia desde que lo recibió del cielo en herencia– un dulce coloquio de los hijos con la Madre. Un diálogo filial de amor, lleno de confianza y de abandono, en el que le manifestamos nuestras esperanzas, le confiamos nuestras penas, le abrimos nuestro corazón, y le declaramos nuestra disponibilidad a aceptar –como Ella, con Ella– los planes de Dios, para que se cumpla –también en nosotros– su Divina Voluntad.

Al recitar el Rosario, meditando sus misterios, ingresamos en la escuela de María y aprendemos de Ella, Madre y Discípula de Cristo, a vivir en profundidad y plenitud las exigencias de la fe cristiana.

El rezo del Rosario, lleva consigo numerosas indulgencias: “se confiere una indulgencia plenaria si el Rosario se reza en una iglesia o un oratorio público o en familia, en una comunidad religiosa o asociación pía; se otorga una indulgencia parcial en otras circunstancias” (Enchiridion de Indulgencias, p. 67).

Durante siglos, los misterios del Rosario fueron quince, fraccionados en tres partes: Gozo, Dolor y Gloria, y distribuidos en cinco decenas. Pero, en el inicio de este tercer milenio, San Juan Pablo II, incorporó cinco nuevos misterios, denominados «de luz» o «luminosos». Y, así, desde entonces, el Rosario completo es el de los veinte misterios: La Corona del tercio milenio.

Desde Lourdes (en 1858), en todas sus Apariciones, la Santísima Virgen María nos habla, precisamente, de este poderoso sacramental, pidiéndonos con insistencia que recemos el Rosario como un escudo Poderoso contra el maligno, como un medio eficaz para que la paz reine en nuestros corazones, en nuestras familias y en el mundo entero. Rezando el Rosario podemos, también, obtener el regalo de la conversión, del cambio de corazones. Y, así, cada día, podemos alejar de nosotros mismos y de nuestras casas, peligros, amenazas y males.

En las seis Apariciones en Cova de Iría, Fátima, pidió el rezo del Rosario, y en la última, el 13 de octubre de 1917, dijo: “Yo soy la Señora del Rosario. Continuad siempre rezando el Rosario cada día”. Desde entonces, el Rosario es el principio común que relaciona todas Sus numerosas Apariciones en este último siglo, y Su llamado fundamental. En Akita (Japón) repitió: “La única arma que queda es el Rosario, y el signo dejado por mi Hijo. Cada día rezad el Rosario por el Papa, los Obispos y los sacerdotes” (13.10.1973).

El Espíritu Santo ha concedido hoy al Rosario una eficacia nueva, asombrosa. En Medjugorge, la Gospa, en varias ocasiones (cf., 25.04.1992; 25.01.2001; 25.02.2003), nos invita a unir oración y ayuno asegurándonos que: “Mediante el ayuno y la oración, uno puede detener las guerras y se pueden suspender las leyes de la naturaleza” (21.07.1982). Y, promete: “El Rosario por sí solo puede hacer milagros en el mundo y en vuestras vidas” (25.01.1991). Aún la situación más complicada se soluciona rezando el Rosario. Afirma, además, que: “quien ora no teme el futuro, y quien ayuna no teme el mal” (25.01.2001).

A lo largo de estos 42 años, la Reina de la Paz ha dicho: “El Rosario es para mí, hijitos, algo especialmente querido. Mediante el Rosario abrid vuestro corazón y así os puedo ayudar” (25.08.1997). “Así podréis comprender por qué estoy desde hace tanto tiempo con vosotros” (12.06.1986).

Ella nos exhorta a rezarlo completo cada día (cfr. 14.08.1984), sobre todo, en familia (cfr. 27.09.1984). Y promete: “Con el Rosario, venceréis todos los obstáculos que satanás quiere poner en estos tiempos a la Iglesia Católica” (25.06.1985). “Que el Rosario esté siempre en vuestras manos como signo para satanás de que vosotros, me pertenecéis” (25.02.1988).

Y, aunque insiste en que lo recemos con el corazón, con fe viva …; no olvidemos que el Rosario peor rezado (como no se cansaba de repetir el Papa San Juan XXIII) no es el que rezamos sin fervor, sin meditar sus misterios, de forma mecánica o con distracciones, sino el que el que no rezamos.

El Santo Rosario nos conduce a una gran intimidad con María, que es el camino más corto, fácil y seguro para ir a Jesús, y por Jesús al Padre en el Espíritu Santo.

Por eso, la Santísima Virgen ama tanto el Rosario, que es –sin duda- la oración mariana más hermosa que existe. Por eso, Nuestra Señora desea que lo meditemos a diario, que rezarlo sea para nosotros un compromiso que nos llene de alegría (cf., 12.06.1986).

Con la cadena del Rosario vencemos y encadenamos al soberbio, a la serpiente antigua, al dragón apocalíptico. La Virgen nos anima: “Queridos hijos, revestíos de la armadura contra satanás y véncedlo con el Rosario en la mano” (8.08.1985). Y nos suplica: “Que el Rosario esté siempre en vuestras manos como signo para satanás de que vosotros me pertenecéis” (25.02.1988).

Al principio de las Apariciones, la Gospa empezó pidiendo a los videntes que rezaran solo una parte del Rosario, hasta que el 14 de agosto de 1984, confió a Iván un Mensaje para toda la Parroquia: “rezad cada día cuando menos el Rosario completo: los misterios gozosos, dolorosos y gloriosos”. Nuestra Señora pidió a la gente que aceptara este mensaje con voluntad firme.

Si aún no rezas el Rosario, empieza este octubre rezando una parte cada día según la conocida distribución semanal: el lunes y el sábado, los «misterios gozosos»; el jueves, los «luminosos»; el martes y el viernes, los «dolorosos»; el miércoles y el domingo, los «gloriosos». Hasta que termines rezando la corona completa. Entonces, el Rosario será para tí alegría, y colmará de gozo y de paz tu corazón.

Con la cadena del Rosario en las manos, la salutación angélica en los labios, los misterios santos en la mente y el amor de María en el corazón, seremos reconocidos como los apóstoles de paz y amor que Mamá María está reuniendo de todos los continentes para librar con Ella la última batalla contra satanás, en la que, finalmente, Su Corazón Inmaculado triunfará.

Fco. José Cortes Blasco.

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