No  hay otro Reinado más pleno y bondadoso que el de María

El grado sublime de este Reinado de María se expresa de un modo categórico en la respuesta al Ángel: He aquí la Esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra.

El silencio de María que era un grito que resuena por sobre todos los sonidos de la creación, era fruto de esta plena adhesión unión de nuestra Madre con la voluntad de Dios. Su vida era contemplar y servir la voluntad de Dios. Su plenitud, la que es modelo para todo ser humano radica en que en ella existe un solo anhelo, “Hágase en mi según tu palabra”. En esa respuesta de María, se aplasta la soberbia de los poderes del pecado y el príncipe de las tinieblas, y se nos da a conocer la verdadera esencia de ser discípulos, cercanos, hermanos, parientes y familia de Cristo: “Mi Madre y mis hermanos son aquellos que oyen la palabra de Dios, y la guardan”, Lucas 8, 21.

En nuestra  mirada a la realeza de Jesús y de Maria Santísima no podemos dejar de reconocer la excelencia de la humildad. La corona de todo esplendor. Quien no hizo alarde de su categoría de Dios, quiso hacerse siervo de nuestra redención, abrazó las cadenas del dolor, para rescatarnos en sus brazos heridos y consolarnos y redimirnos y santificarnos con su Corazón traspasado.

Los gestos compasivos de la humanidad de Cristo fueron forjados también en el Sagrario vivo de su Madre Santísima. En ella, Cristo contempló la obra de su gracia, y vio como la Esclava del Señor, se hacía esclava de nuestra Salvación: consagrando toda su vida al plan Redentor de Dios.

Y es que Dios que no dudó en entregarse generosamente a Ella. Lo explica San Luis Mª Grignion de Montfort: El Padre no nos dio a su Hijo sino por ella, y no nos comunica sus gracias sino por medio de ella. El Hijo no vino a nosotros sino a través de ella, y no forma a los miembros de su Cuerpo místico más que por ella. El Espíritu Santo no dispensa sus dones y favores si no es por ella.

Es nuestro deber y justicia procurar para María y Cristo N.S. toda la gloria y honor, expresándolo en la excelencia de nuestro culto y nuestra sumisión. Para ellos las Coronas de Oro, Majestad y Gloria. Para ellos los ornamentos de dignidad y santidad. Pero no podemos dejar de contemplar en los cetros escogidos por Jesús, la corona de Espina y el Báculo de la Cruz, el Trono del altar del Sacrificio.

«No habéis sido redimidos con oro o plata, cosas corruptibles, sino con la sangre preciosa del Cordero inmaculado e incontaminado, Cristo» (1 Pe 1,18-19). «Ya no somos nuestros, porque Cristo nos compró a gran precio» (1 Cor 6,20).

La sangre derramada por Cristo, es sangre de la sangre y carne de las carnes de María.

Observa cuán adecuadamente brilló por toda la tierra, ya antes de la asunción, el admirable nombre de María y se difundió por todas partes su ilustre fama, antes de que fuera ensalzada su majestad sobre los cielos. Convenía, en efecto, que la Madre virgen, por el honor debido a su Hijo, reinase primero en la tierra y, así, penetrara luego gloriosa en el cielo; convenía que fuera engrandecida aquí abajo, para penetrar luego, llena de santidad, en las mansiones celestiales, yendo de virtud en virtud y de gloria en gloria por obra del Espíritu del Señor.

Reconozcamos la ofrenda del dolor de María, cuando nos presenta a su hijo en sus brazos, lleno de cuidados y ternura de su Madre. Recordemos que se lo entregamos muerto, torturado desfigurado de dolor, y como Ella, entre lágrimas lo abraza, y con ese abrazo nos abraza y nos da a luz como sus hijos. Se hizo sierva y esclava de este plan Divino, conservando en su Corazón este dolor.

No  hay otro Reinado más pleno y bondadoso que el de María, que es el de su Hijo N. S. No hay Reina más amable y misericordiosa, que haya dado tanto y padecido tanto por amor a nosotros como María. No hay que dudarlo: para vivir en plenitud nuestras promesas bautismales, para sacudir el tedio y la tibieza espiritual de nuestros corazones, para sanar y reparar  las cicatrices de nuestros corazones no hay mejor camino que regalarse a María, ser esclavos y siervos de Maria, Consagrarse a Jesús por María. En este reinado donde la confianza vence la ira, la misericordia el egoísmo, la gracia el pecado y el Reinado de amor de los Divinos Corazones nos inundan de paz, virtud y caridad.

 

Atentamente Padre Patricio Romero

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Atentamente en Jesús, María y José…Padre Patricio Javier

 REGNUM DEI

                      “Cuius regni non erit finis”

 

Padrepatricio.com

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