“Uno de los soldados le abrió el costado con su lanza, y al punto salió sangre y agua” (Jn 19, 34).

El 5 de abril de 1984, Nuestra Madre Santísima, la Reina de la Paz, nos dio un mensaje sobre la reparación al Corazón Sacratísimo de Nuestro Señor Jesucristo: “Queridos hijos, esta tarde los invito de manera especial a honrar al Corazón de mi Hijo Jesús. Hagan reparación por la herida infligida al Corazón de mi Hijo. Ese Corazón está herido por toda clase de pecados. ¡Gracias por haber respondido a mi llamado!”

En este mensaje Nuestra Madre Santísima nos está diciendo que honremos y tengamos devoción al Corazón de su Hijo Jesús. Devoción significa dedicarse, ofrecerse, consagrarse a la persona amada. Escuchando la Palabra de Dios que nos dice: “Amarás a Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu espíritu, con todas tus fuerzas” (Dt 6, 4 – 5; Mc 12, 30), la devoción consistiría en amar a Dios con todo nuestro ser, sin reservarnos nada y consagrándonos totalmente a su servicio, como la expresión más sublime de nuestro amor hacia Él. La devoción al Sagrado Corazón de Jesús consiste en amar a la Persona divina y única de Nuestro Señor Jesucristo. correspondiendo a su amor.

El llamado de la Reina de la Paz a la reparación, nos hace recordar un camino muy importante como seguidores de Nuestro Señor Jesús. Nos preguntamos, ¿qué es la reparación? El Papa Pío XI en su Carta Encíclica “Miserentissimus Redemptor” nos dijo que la reparación debe tener primacía en nuestras vidas y la definió de la siguiente manera: “La expiación o reparación consiste en compensar las injurias de algún modo inferidas al Amor increado, si fue desdeñado con el olvido o ultrajado con la ofensa. A este deber llamamos comúnmente reparación” (n. 5). En esta definición, el Papa Pío XI nos está diciendo que la reparación consiste en desagraviar los pecados de fría indiferencia, desprecios, insultos y odio conferidas al mismo Dios, a quien debemos devolver “amor por amor e implorar humildemente el perdón por todas las injurias que recibe”, como lo señaló Santa Margarita María Alacoque.

Cuando el Señor Jesús se apareció el 16 de junio de 1675 a Santa Margarita María, enseñándole su Sagrado Corazón, le dio a conocer que su amor no está siendo correspondido y le pidió una justa reparación en la Iglesia, expresándolo con las siguientes palabras: “He aquí este Corazón que tanto ha amado a los hombres, que nada ha perdonado hasta agotarse y consumirse para demostrarles su amor, y que en pago a su amor infinito halla ingratitud, ya por sus irreverencias y sacrilegios, ya por la frialdad y el desprecio con que me tratan en este Sacramento de amor… por lo cual, continuó el Salvador, te pido que el primer viernes después de la Octava del Corpus, se dediqué a una fiesta particular para honrar mi Corazón, reparando su honor con un acto de desagravio, y comulgando ese día a fin de expiar las injurias que ha recibido durante el tiempo que he estado expuesto en los altares”.

Estas palabras de Nuestro Señor dan a conocer que Él en el Santísimo Sacramento recibe desprecio, irreverencias, ingratitudes, sacrilegios e indiferencias por parte de los hombres y que para reparar tan graves pecados pedía que se realice una fiesta en honor a su Sagrado Corazón con actos de reparación y recibiendo en estado de gracia la Sagrada Comunión.  Esta solemnidad, pedida por Nuestro Señor, fue extendida en toda la Iglesia por el Papa Pío IX para celebrarla el viernes posterior al Domingo II después de la Solemnidad de Pentecostés.

También dentro de las prácticas propias de reparación en esta devoción, pedidas por el Señor Jesús, está la reparación de los jueves de 11:00 p.m. a 12:00 a.m. y la práctica de los primeros viernes de cada mes.  La primera en mención consiste en permanecer en oración, en memoria de su dolorosa agonía en el Huerto de los Olivos y la segunda es la Comunión reparadora de los primeros viernes de cada mes que consiste en recibir la Sagrada Comunión con la intención de reparar los pecados que hemos cometido y las ofensas que el Sagrado Corazón de Jesús recibe de los católicos y especialmente de los consagrados. El Señor Jesús dio la siguiente promesa para quien viva el primer viernes de mes: “Les prometo en el exceso de mi misericordia, que mi amor todopoderoso concederá a todos aquellos que comulgaren por nueve primeros viernes consecutivos, la gracia de la perseverancia final; no morirán sin mi gracia y recepción de los santos sacramentos. Mi Corazón será su seguro refugio en aquel momento supremo”.

La devoción al Sagrado Corazón de Jesús nos debe llevar a un estilo de vida eucarístico. Reflexionemos si participamos con fe y amor en la Santa Misa, si recibimos la Sagrada Comunión con una debida preparación en estado de gracia, incluso si lo recibimos en la boca y de rodillas, puesto que, a quien recibimos es a Nuestro Señor Jesucristo que está real, verdadera y substancialmente con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad en el Santísimo Sacramento y que incluso así presente en cada fragmento o partícula de la hostia consagrada (cfr. Concilio de Trento). Cabe mencionarse que cuando los fieles reciben la Sagrada Comunión en las manos se produce una pérdida numerosa de fragmentos de la Hostia consagrada por las siguientes razones. Primero, los pequeños fragmentos caen a menudo en el espacio existente entre el ministro y el comulgante debido a la falta de uso de la patena de la comunión. Luego, a menudo, los fragmentos de la Sagrada Hostia se adhieren a la palma y a ambos dedos de la persona que tocan la Comunión y enseguida caen al suelo. Finalmente, estos numerosos fragmentos suelen quedar en el suelo y ser pisoteados por la gente, pues nadie se da cuenta de ellos. Ante esta realidad recibamos al Señor Jesús con un verdadero espíritu de adoración y humildad en la boca y de rodillas.

Preguntémonos también si estamos amando al Sagrado Corazón de Jesús, adorándolo continuamente en el Santísimo Sacramento. Realicemos un plan de vida y organicemos nuestro tiempo para dedicarle horas santas de adoración durante la semana.

Cuando la Reina de la Paz dice que se repare el Corazón de nuestro Redentor hace referencia a la herida infligida a su Divino Corazón que está ocasionada, tanto por los pecados mortales como veniales que se cometen. Por este motivo, esta devoción nos llama a una sincera conversión, pues el que sigue al Divino Redentor debe dejar de ofender a Dios y llevar una nueva vida en Cristo Jesús en reparación continua (cfr. Ef 4, 17 – 32), como señala San Pablo VI en su Carta apostólica Investigabiles Divitias Christi en el que recomienda “que los fieles todos, con renovado fervor, rindan el debido honor al Sagrado Corazón, reparen con ardientes obsequios todos los pecados y acomoden toda su vida a la auténtica caridad, que es la plenitud de la ley…”

Concluyo con lo que nos señala el Catecismo de la Iglesia Católica: “Jesús, durante su vida, su agonía y su pasión nos ha conocido y amado a todos y a cada uno de nosotros y se ha entregado por cada uno de nosotros: “El Hijo de Dios me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Ga 2, 20). Nos ha amado a todos con un corazón humano. Por esta razón, el Sagrado Corazón de Jesús, traspasado por nuestros pecados y para nuestra salvación (Cf Jn 19, 34), “es considerado como el principal indicador y símbolo… de aquel amor con que el divino Redentor ama continuamente al eterno Padre y a todos los hombres” (Pío XII, Enc. Haurietis aquas: DS, 3924; cf. ID. enc. Mistici Corpporis: ibíd., 3812)” (n. 478). Amemos al Sagrado Corazón de Jesús acogiendo y viviendo el llamado a la reparación de Nuestra Madre, la Reina de la Paz.

¡Que viva el Sagrado Corazón de Jesús! ¡Que viva la Reina de la Paz!

P. Christian Aranda

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