Primera parte

El Espíritu Santo santifica sin interrupción a la Iglesia: es el principio y la fuente universal de la vida de la gracia en los fieles, de su santificación. Os propongo estudiar la relación fundamental que se da entre el Espíritu Santo y la Virgen María, Madre de Dios y Madre de la Iglesia.

Ciertamente “de Maria nunquam satis”. Esta sentencia clásica significa que de María nunca sabremos ni diremos lo suficiente: todo lo que podamos sospechar, intuir, imaginar, decir de Ella no logrará aprehenderla. Ella es todo eso y mucho más.

San Pablo VI en la Exhortación Apostólica Marialis Cultus afirma: “El culto a la bienaventurada Virgen María tiene su razón última en el designio insondable y libre de Dios, el cual siendo caridad eterna y divina (cf. 1Jn 4, 7-8.16), lleva a cabo todo según un designio de amor: la amó y obró en ella maravillas (cf. Lc 1, 49); la amó por sí mismo, la amó por nosotros; se la dio a sí mismo y la dio a nosotros” (n 56).

María está esencialmente vinculada a Dios Trino y Uno. El laboratorio divino en que surgió la síntesis vital de María es la Trinidad. En ella están todas sus claves: sin la Trinidad, María es impensable e incomprensible.  En verdad, jamás se ha dado una implicación tan total y profunda entre Dios y una criatura humana, como se ha dado y se da en María. La mariología solo se comprende desde el misterio trinitario. La relación de la Virgen María con las tres divinas Personas nos hace experimentar el vértigo del misterio y nos obliga a alabarla con estas palabras de san Francisco de Asís: «Santa María Virgen, no hay ninguna igual a ti, nacida en el mundo, entre las mujeres; Hija y esclava del Altísimo Rey, el Padre celeste; Madre del Santísimo Señor nuestro Jesucristo; Esposa del Espíritu Santo, ruega por nosotros».

Para plasmar gráficamente el misterio de Dios Trino y Uno, la imaginación nos sugiere el símbolo de un triángulo. Una sola figura esencial y cerrada en la unidad de sí misma. Con tres lados distintos y complementarios de una misma naturaleza y esencia.

El padre Ramón Cué, sacerdote y poeta, usa, precisamente, esta comparación para referirse a las relaciones de la Virgen con la Santísima Trinidad: “En el Triángulo Trinitario, coloquemos –dice– en el centro, equidistante de sus tres lados, un punto de luz: María. Así se encendió en la Trinidad entre los Tres, obra de los Tres, destinada a los Tres, en el centro único de los Tres. Tres orillas de un mar que la rodean, la ciñen, la bañan, la engendran, la fecundan y la poseen…  María es… una Mujer en el centro trinitario, y desde sus tres lados surgen hacia María –desde las Tres Personas Divinas– las tres relaciones vitales que, Dios Trino y Uno, ha puesto en toda mujer.

María, en el centro trinitario, brota al mismo tiempo como Hija, Esposa y Madre. Y así su triángulo humano femenino es creado, exaltado y potenciado divinamente por el Triángulo de la Trinidad, que es su molde, su manantial y su matriz eterna. Y la única clave para comprenderla”.

Nosotros trataremos en esta reflexión de las relaciones entre María y la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, no sin antes esbozar, citar, siquiera las que se dan entre Ella y las otras dos Personas Divinas.

  1. La relación con el Padre: Hija y Esposa.
  • El título de ESPOSA DEL PADRE (SSPP) hace referencia a la maternidad de María, que estuvo asociada al Padre en la encarnación del Hijo.
  • El Concilio Vat II dio la preferencia al título de HIJA DEL PADRE: “Redimida de un modo eminente, en atención a los futuros méritos de su Hijo y a El unida con estrecho e indisoluble vínculo, está enriquecida con esta suma prerrogativa y dignidad: ser la Madre de Dios Hijo y, por tanto, la hija predilecta del Padre y el sagrario del Espíritu Santo” (LG 53).

Hija, pues, bienamada de Dios, en quien el Padre se complace. Este es, precisamente, su título conciliar: HIJA PREDILECTA DEL PADRE.

Sí: Dios Trino y Uno la inventó y su Omnipotencia la creó. Es obra suya. Su creación por excelencia.

Desde que Dios es Dios, María es un latido en la Divinidad. No existía aún en el tiempo, pero compartía la vida de la Trinidad, como la llama de una ilusión y de una promesa en una espera infinita y eterna.

El Padre, sueña desde toda la eternidad con engendrar esta Hija única y privilegiada. No le pongamos límites ni a la imaginación creadora, ni al amor infinito, ni a la potencia vital de Dios, para hacerse una Hija a su medida. ¿Cómo sería la nuestra si pudiéramos engendrarla al tamaño de nuestros sueños paternales?

Dios es Dios y es Padre, y como tal tiene el derecho a engendrar una Hija a su medida.

ÉL la elige, predestinándola, y la crea con vistas a la Redención, para ser Madre de su Unigénito.

  1. La relación con el Verbo (el HIJO): Hija, Esposa, Madre.
  • Ella es hija de su Hijo, por cuanto por Él fueron creadas todas las cosas.
  • Ella es, también, su esposa por dos consideraciones: como esposa espiritual y mística, en el Cantar de los cantares; como nueva Eva asociada esponsalmente al nuevo Adán, para la obra salvífica. Virgen, Esposa y Madre.
  • Pero en su relación con el Verbo, Ella es, ante todo, Madre. Este es su título más excelente.

En efecto: Jesucristo es Hijo Único y consustancial con el Padre según la divinidad, y consustancial a nosotros, mediante María, la THEOTÓKOS (Éfeso), según la humanidad. Ella es verdadera MADRE DE DIOS, la MADRE DEL REDENTOR (Gál 4,4). Siendo una mujer humana, es Madre del Hijo eterno de Dios, al que engendra en el tiempo por obra y gracia del Espíritu, introduciéndose de esta forma en el mismo misterio trinitario, sin identificarse sin embargo con Dios, sin ser, por supuesto, una persona de la Trinidad.

  1. La relación con el Espíritu Santo: Hija y Esposa.
  • También como a nosotros, la filiación divina es, en María, obra del Espíritu, que la hace “hija en el Hijo”.
  • El título de esposa pasó del Padre al Espíritu Santo. Parece que fue San Francisco el primero en darle este tratamiento.

Sea como fuere, Dios es Esposo. Y Dios Espíritu Santo, plasma en realidad, carne y hueso, la esposa ideal de sus sueños eternos. María será el espejo al que Él se asome para fecundarlo, sin vaho que lo empañe, con la Imagen viva del Hijo latiendo en sus entrañas maternas en la plenitud de su identidad divina.

La imagen de la relación nupcial entre el Espíritu y María está queriendo expresar dos realidades. Primera, que nunca el Espíritu de Dios ha penetrado tanto en una persona humana, adueñándose totalmente de ella, transformándola y convirtiéndola en puro instrumento suyo, como lo hizo en la Madre de Dios. Y segunda, que nunca una persona se ha dejado poseer y guiar por el Espíritu con total disponibilidad y confianza como María. De ahí que la acción del Espíritu en María sea un lugar privilegiado para comprender mejor su acción en todos nosotros. Y que, igualmente, la libre y amorosa colaboración de María con el Espíritu, sea el modelo de toda relación con este Espíritu santificador.

Ciertamente la dimensión pneumatólogica de la mariología no ha sido muy estudiada en teología. La constitución dogmática sobre la Iglesia del Concilio Vaticano II descubre las relaciones entre la Tercera Persona de la Santísima Trinidad y la Virgen María, pero no las afronta directamente ni puntualiza en ningún punto concreto la relación.

San Pablo VI en la Marialis cultus resalta “la persona y la obra del Espíritu Santo” y anima a profundizar en la acción que el Espíritu lleva a cabo en la historia de la salvación convencido de que «de tal reflexión aparecerá, en particular, la misteriosa relación existente entre el Espíritu de Dios y la Virgen de Nazaret, así como su acción sobre la Iglesia; de este modo, el contenido de la fe, más profundamente meditado, dará lugar a una piedad intensamente vivida» (n 27).

Sea como fuere, la relación de María con el Espíritu Santo es muy estrecha y a la vez privilegiada. Ella es una criatura única; todo su ser, sus acciones y su Misión están movidas por el Espíritu Santo. Es concebida inmaculada, en situación de plenitud de gracia y en su corazón conocemos al Espíritu Santo.

¿Cómo definir la relación de María y el Espíritu Santo?

Es una relación estrechísima, privilegiada, indisoluble. Tratemos, en primer lugar, de definirla en términos concretos. La Virgen María es viva transparencia del Espíritu Santo, el lugar privilegiado, el signo, su imagen, su santuario y su templo.

  1. Templo

Si el apóstol Pablo dice que todos los cristianos son “templo de Dios” (1 Co 3,17; 2 Co 6,16) y más precisamente del Espíritu (1 Co 6,19), María lo es mejor que cualquiera y antes que nadie, no solamente la Kecharitômenê está habitada por el Espíritu Santo con la gracia desde su origen inmaculado (preservada del pecado), ella fue durante nueve meses el templo de Cristo que era Él mismo el templo por excelencia del Espíritu Santo. Ella vivió más que nadie la inhabitación del Espíritu Santo, que vino sobre ella (Lc 1,35) para que ella fuese, antes que Juan Bautista e Isabel (Lc 1,15 y 41) “llena del Espíritu Santo”.

María como templo vivo del Espíritu: es lugar donde el Espíritu habita y actúa, suscitando al Cristo: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra” (Lc 1,35). Ella ha llegado a ser “morada permanente del Espíritu de Dios” (MC 26).

  1. Transparencia viva

Es sin resistencia y sin mancha de pecado que María aceptó al Espíritu Santo, Ella lo refleja mejor que cualquiera: Ella es pura transparencia del Espíritu que vive en Ella como en Su Templo.

Por misterioso designio de amor, María viene a encontrarse en el lugar de mediación entre el Padre eterno y el Hijo encarnado. Así es colaboradora del Padre: expresa humanamente el misterio de su paternidad. Ella es engendradora humana del Hijo: le capacita para desplegarse y realizarse como Dios en forma humana, dentro de la historia. Por eso es transparencia del Espíritu, lugar donde se encuentran, en unión de amor y vida, el Padre con el Hijo.

La existencia entera de la Virgen llega a ser una existencia pneumática. El Espíritu obra en sinergia con María y María obra en sinergia con el Espíritu. Se trata de dos personas y de una sola acción.

Sea como fuere, en María se concentra después de Cristo, todo el esplendor de la nueva criatura plasmada por el Espíritu creador de Dios. De tal modo que el hombre, todo hombre, se descubre como posibilidad de trasparencia divina. No sólo eso. También la dimensión femenina del ser humano recibe su adecuado significado y valor, ya que en María lo femenino es elevado a signo y expresión concreta del rostro materno de Dios y de su amor tierno hacia la creatura.

  1. Signo sensible o Sacramento

Por ello, sobre la base de sus afinidades con el Espíritu Santo, y su transparentarle, Ella es la imagen y el ícono más perfecto. Ella es su icono: como mujer, como madre, como don y amor perfecto: la más pura imagen creada de su Persona y de sus funciones, incluida la co-redención, la maternidad, la mediación, la función de abogada. Podemos decir, analógicamente, así como Cristo es Sacramento del Padre, María es como el Sacramento del Espíritu Santo. Como el Hijo es la imagen natural del Padre y, en consecuencia, imagen del todo semejante a él…, así también la Madre de este Hijo es imagen del Paráclito, no ciertamente por naturaleza, sino por participación y por gracia… En el ámbito del misterio trinitario, María es por participación y por gracia la imagen del Paráclito, por lo cual lo representa de modo superior a todas las otras criaturas, ya que en ella se reflejan y recapitulan todas las gracias, todos los esplendores del Espíritu.

Ella es para nosotros la revelación del don del Amor infinito y personificado. Ella es el sacramento viviente y eficaz del Espíritu Santo, por el cual Cristo es concebido en ella para la salvación del mundo.

En realidad, sólo el Padre engendra al Hijo; pero lo hace en el Espíritu, en su espacio primordial de amor eterno, desplegado y expresado en el tiempo por María. María es, por lo tanto, el sacramento del Espíritu. Ella pertenece al misterio de la fecundidad de Dios que se autoexpresa dentro de la historia.

Es signo-imagen, lugar de transparencia o trono donde el Espíritu de Dios se vuelve cercano entre los hombres.

En este sentido, cuando al P. René Laurentin le pidieron que resumiera en una frase cómo el Espíritu Santo se relaciona con María, dijo: “Lo que el Espíritu Santo hace como Dios, María lo hace con Él: ella participa con Él como Su signo visible. María es la presencia visible sensible del Espíritu Santo”.

Como dijo san Maximiliano Kolbe: “El Hijo de Dios se manifestó en Jesús; el Espíritu Santo se manifestó en María -y, añade: La unión entre el Espíritu Santo y la Inmaculada es tan inexpresablemente perfecta que Él lleva a cabo su actividad sólo a través de ella. Por lo tanto, ella es la mediadora de todas las gracias que fluyen del Espíritu Santo… Al honrar a la Inmaculada, honramos de una manera especial al Espíritu Santo”.

  1. Asociada

María asociada a Cristo en Su Obra Redentora, Socia de Cristo, es también la asociada del Espíritu Santo, incluyendo toda su acción al servicio de la Redención que continúa ahora, en la historia de la Iglesia, en su condición glorificada.

  1. Instrumento

San Efrén hablaba de María como “la lira del espíritu Santo”. Todo artista sueña tener el instrumento musical más sensible y afinado, donde ningún defecto traicione su inspiración. Es en este sentido no mecánico ni material, pero cualitativo, que María fue el instrumento, si se puede decir, de las inspiraciones y mociones del Paráclito. Ningún instrumento más maleable, transparente, dócil, puro, perfecto.

(continuará…)

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