Queridos hermanos, reciban hoy y siempre la paz y la alegría de Jesús y de María.

Continuamos con estas reflexiones, a las que hemos dado a llamar: «Taller para crecer en la alegría de Dios y de María», y que pueden ser de utilidad no solo para ti, sino para que lo compartas con los hermanos de tu grupo de oración, de manera particular con quienes les cuesta caminar en la alegría que procede de Dios.

Hoy profundizaremos en algunos de los ejemplos que nos ofrecen los santos, acerca de esta virtud que también la Reina de la Paz nos invita a cultivar; siendo que el común denominador que han tenido estos hombres y mujeres que alcanzaron altos grados de santidad, ha sido el amor a la Virgen Santísima y el deseo de imitar sus virtudes.

San Antonio Abad, se diferenciaba de los otros religiosos por su aire de alegría. El solo verlo transmitía alegría.

San Bernardo tenía tanto júbilo que hasta tenía escrúpulos de tener demasiada alegría.

San Felipe Neri decía: “Escrúpulos y melancolía, fuera de la casa mía”.  Él Amaba mucho a los niños alegres y estudiaba la manera de tenerlos siempre gozosos. Felipe había recibido de Dios el don de la alegría y de la amabilidad.  Ésta era tal, al punto que se lo ha descrito, como el más santo de los santos italianos.

Como era tan simpático en su modo de tratar a la gente, fácilmente se hacía amigo de obreros, de empleados, de vendedores y niños de la calle y empezaba a hablarles del alma, de Dios y de la salvación. Una de sus preguntas más frecuentes era ésta: “amigo ¿y cuándo vamos a empezar a volvernos mejores?”.

Si la persona le demostraba buena voluntad, le explicaba los modos más fáciles para llegar a ser más piadosos y para comenzar a vivir como Dios quiere.  De este modo, con su amabilidad y alegría, “pescó” innumerable cantidad de personas para Cristo.

En algunos momentos experimentaba tan grandes accesos de amor a Dios que todo su cuerpo se estremecía, y en pleno invierno tenía que abrir su camisa y descubrirse el pecho para mitigar un poco el fuego de amor que sentía hacia Nuestro Señor. Entonces le decía: “¡Basta Señor, basta! ¡Que me vas a matar de tanta alegría!”.

El 25 de mayo de 1595, su médico lo vio tan extraordinariamente contento que le dijo: “Padre, jamás lo había encontrado tan alegre”, y él le respondió: “Me alegré cuando me dijeron: vayamos a la casa del Señor”. A la media noche le dio un ataque y levantando la mano para bendecir a sus sacerdotes que lo rodeaban, expiró dulcemente. Tenía 80 años.

Una anécdota cuenta que dos meses después de su partida de esta vida, cuando comenzaron los trámites para su beatificación, había un cardenal que opinaba que Felipe no podía ser beatificado, ya que había tenido -según su opinión-, una excesiva y desmesurada alegría, que le llevaba a tener gestos irreverentes.  Este Cardenal además argumentaba como impedimento para su beatificación, que durante su vida el padre Felipe también había sido investigado por la Inquisición.

El Papa, no sabiendo qué hacer le pidió entonces a Dios que le diera un signo.  Esa noche tuvo un sueño muy vívido en el cual veía al padre Felipe, de pie delante de su cama, que rodeado de luz y con una bella sonrisa hacia una morisqueta, como diciendo que para él no tenía importancia si lo beatificaban o no, pues ya estaba disfrutando junto a Dios de la alegría sin sombra.  Entonces el Santo Padre, se despertó con una gran alegría en su corazón y con la seguridad de que el padre Felipe ya estaba participando en el cielo de la santidad de Dios.

San Ignacio tenía un joven religioso que con facilidad se reía y que despertaba la alegría en sus compañeros.  Un día el santo lo mandó a llamar; este joven fue, esperando ser retado, pero Ignacio le dijo que estaba muy contento de ver que era alegre, y lo animó para que continuase así, agregando “porque un religioso no tiene realmente motivos para estar triste”.

Pienso que estas palabras de Ignacio, pueden aplicarse también a nosotros que hemos tenido la experiencia del amor de Dios, y que queremos vivir en la escuela de María.  Por lo tanto, podríamos parafrasear esas palabras, afirmando: “porque un católico que ama a la Virgen María y quiere vivir sus mensajes, no tiene realmente motivos para estar triste”.

San Francisco de Asís cuando encontraba a algún hermano que estaba triste, le hablaba con particular cariño y dulzura, pero también bromeando, para manifestarle su amor y hacerlo reaccionar.

Su primer biógrafo, Tomás Celano, cuenta que Francisco, quien tuvo toda clase de tentaciones, recomendaba a sus hermanos la alegría espiritual como antídoto contra el poder del diablo. Francisco afirmaba que la Letizia spirituale” era el remedio más seguro contra las mil astucias e insidias del enemigo. Él decía, en efecto: “el diablo exulta sobre todo cuando puede quitar a los servidores de Dios la alegría del espíritu” (Referencia a Gal 5, 22).

“El demonio se esfuerza por apartarnos de Dios, y para robarnos la herencia de la alegría. Pero si la alegría del espíritu llena el corazón, -continua San Francisco-, la serpiente intentará inyectar su veneno mortal completamente en vano. Los demonios no pueden causar mal alguno al servidor de Cristo cuando le ven santamente alegre. Cuando, al contrario, el espíritu está melancólico, desolado y doliente, se deja abrumar por la tristeza o conducir hacia cosas frívolas”.

Francisco, añade Tomás de Celano, se esforzaba por permanecer siempre alegre de corazón y conservar la unción de la alegría. Evitaba con gran cuidado la melancolía al que denominaba el peor de todos los males. En cuanto notaba algún síntoma corría sin tardanza a la oración para no dar lugar a Satanás.

A continuación, te comparto un cuento que te puede ayudar a meditar en este tema:

 

Había un rey que vivía con su familia en un hermoso palacio y era muy amado por su pueblo.  En una ocasión llegó un ejército de gigantes, que sin mayores esfuerzos conquistaron el palacio. Llamaba la atención lo serio que eran sus nuevos moradores.  Es cierto que bajaron de la torre la bola de hierro que la coronaba y con ella jugaban en el jardín.  Pero siempre en silencio y con rostro adusto.  El rey, al verse derrotado emprendió la retirada hacia unos establos desde donde podía observar los movimientos de su antigua morada.

Convocó a los principales de su reino buscando consejo para la reconquista de su casa.  La decisión final fue informar al reino de la grave situación e invitar a todos a que usen de sus artes para vencer al enemigo. El premio al vencedor era el desposar a la bella princesa.

El ejército fue el primero en reorganizarse.  Pero apenas iniciado la campaña de reconquista, los gigantes los tomaban con sus grandes manos y los arrojaban al foso de agua.  No les fue mejor a los magos y a los hechiceros.  Sus embrujos no producían el bien deseado, sino que todo lo contrario.

Un día llegó un joven alegre y decidido a todo. Aseguró al rey que debía confiar en él.  Su propuesta era simple y sin riesgos.  El rey y su séquito debían seguirlo haciendo lo mismo que él haría.  Les aseguró que a medida que se acercaran al palacio los gigantes empequeñecerían.

Aunque se trataba de una propuesta casi increíble, el rey no tenía otra opción ya que todas habían fracasado.  Emprendieron la marcha al son de instrumentos musicales, iban contando las músicas más animadas.  No tardaron en bailar todos llenos de júbilo.  Desde lejos observaban no sin temor el palacio y sus inmensos moradores.

Pero efectivamente, cuanto más se acercaban, cuanto más alegría los embargaba, tanto más rápidamente decrecían los otros.  Al llegar al palacio los gigantes no eran sino un montón de granitos de arena que fueron rápidamente barridos y arrojados al foso de agua.

Entonces se organizó la boda.  Se celebró una gran fiesta.  El rey, radiante, recorría las mesas hasta que se encontró con uno de sus súbditos triste y cabizbajo. Se dirigió a él con palabras cálidas y a la vez, firmes.  Amigo, le dijo, te invito a dejar toda tristeza.  No sea que en nuestras uñas esté alojado uno de los gigantes y nuestra tristeza lo haga crecer de nuevo.

 

Nunca olvides que un verdadero hijo de María, aprende a poner la confianza en el Señor, y que aun en medio de las tribulaciones y de las miserias propias o ajenas, se decide a convertirse en personas alegres, tal como nos lo pide la Reina de la Paz, cuando nos dice: “¡Queridos hijos! Alégrense conmigo, conviértanse en alegría” (Mensaje, 25 de junio de 2009).

Si buscas dentro de tu corazón, encontrarás que como templo del Espíritu Santo que eres, la alegría de Dios puede fluir desde lo más profundo de tu alma, así como el agua fresca y pura de un manantial. Por lo cual te invito a meditar en el siguiente versículo, pidiéndole a Dios y a la Reina de la Paz, la consiguiente gracia: “Bebe el agua de tu cisterna y la que fluye de tu propio pozo”. (Prov. 5:15)

 

Oración

“Reina de la Paz, hoy te pido que intercedas ante Dios por mí y por todas las personas que traigo a tu presencia, para que el Espíritu Santo, llene la cisterna de mi alma.  Quita Madre, los bloqueos que impiden que fluya en mí, la verdadera alegría.

Despierta desde lo más profundo del estanque de mi corazón, una fuente de agua viva, limpia y cristalina que me llene de alegría y que desborde por los diversos canales de mi vida, de modo tal que pueda transmitirla a todas aquellas personas que viven junto a mí y a quienes encuentro diariamente en el camino de la vida.  Amén”.

“Quiero dirigirme a los fieles cristianos para invitarlos a una nueva etapa evangelizadora marcada por la alegría”

Papa Francisco[1][1]

Si conoces a algún joven que necesite discernir su vocación y lo que Dios y la Virgen le piden, puedes ponerlo en contacto con nosotros, escribiendo a: consagradoscemp@gmail.com

Padre Gustavo Jamut,
Oblato de la Virgen María
www.mensajerodelapaz.org.ar/

 

[2][1] Exhortación apostólica Evangelii gaudium del papa Francisco sobre el anuncio del Evangelio en el mundo actual. N° 1.

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