En Medjugorje nuestra Mamá celeste alude con frecuencia en Sus Mensajes al corazón. Particularmente a tres corazones: el Sagrado Corazón de Jesús, el Inmaculado Corazón de María y a nuestros propios corazones, el tuyo y el mío, llamados permanentemente por Su Corazón materno a abrirse a Su amor, a la gracia del Espíritu Santo, a la conversión y santidad de vida y, en definitiva, a consagrarse a los Corazones unidos de Jesús y de María.

El corazón, en lenguaje bíblico, no sólo dice relación al mundo afectivo del amor, sino a la vida entera del hombre, el cual piensa, recuerda, ama y decide en su corazón. El corazón del hombre es el centro de su ser, allí donde todo hombre, dialoga consigo mismo, asume sus responsabilidades y se abre o se cierra a Dios: es sinónimo de interioridad, de aquello que nos diferencia y distancia del resto de la creación física, en cuanto sujetos espirituales, únicos e irrepetibles, esto es, personas: las únicas criaturas en la tierra, que como recuerda el Concilio, Dios ama por sí mismas. Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, el corazón es el “lugar” donde el hombre se encuentra con Dios, encuentro que vino a ser plenamente efectivo y perfecto en el Corazón de Jesucristo, el Hijo de Dios.

En Su segunda Aparición (13.06.1917) la Virgen de Fátima aseguró: “Jesús quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón. A quien la abrace le prometo la salvación; y serán amadas de Dios estas almas, como flores puestas por mí para adornar su trono”. En sus memorias, sor Lucia al narrar la Aparición del mes siguiente en el contexto del gran Mensaje que contenía el Secreto, escribe: “en la palma de la mano derecha de Nuestra Señora había un Corazón rodeado de espinas que lo traspasaba. Entendimos que este era el Inmaculado Corazón de María, ultrajado por los pecados de la humanidad y buscando reparación”. Tras mostrarles la visión del infierno les dijo: “visteis el infierno, a donde van las almas de los pobres pecadores. Para salvarlas, Dios quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón. Si hacen lo que yo os diga, se salvarán muchas almas y tendrán paz. La guerra terminará, pero si no dejan de ofender a Dios en el reinado de Pío XI comenzara otra peor”. Y promete: “vendré a pedir la consagración de Rusia a mi Inmaculado Corazón y la comunión reparadora de los primeros sábados. Si atienden mis deseos, Rusia se convertirá y habrá paz; si no, esparcirá sus errores por el mundo, promoviendo guerras y persecuciones de la Iglesia: los buenos serán martirizados; el Santo Padre tendrá que sufrir mucho; varias naciones serán aniquiladas. Al final, mi Inmaculado Corazón triunfará” (13.07.1917).

Hoy, un siglo después, cuando la apostasía se extiende como pandemia aún en los países tradicionalmente católicos (España, Francia, Italia) este llamado de la Virgen sigue siendo más urgente que nunca. Se trata de una profecía abierta aún al futuro que advierte de los peligros de la ideología comunista, materialista y atea, esparcida por Rusia a lo largo del siglo XX, de riesgos de calamidades y guerras (como la segunda mundial) y de la Pasión actual de la Iglesia.

Como en Fátima, también en Medjugorje, la Reina de la Paz nos ha invitado a la devoción a Su Inmaculado Corazón: a consagrarnos personalmente a Él: “Queridos hijos, os invito a consagraros a mi Corazón Inmaculado. Deseo que os consagréis personalmente, como familias y como parroquias, de tal modo que todos vosotros pertenezcáis a Dios a través de mis manos” (25.10.1988). Al hacerlo, a través de la consagración a Su Corazón Inmaculado, nos consagramos y abandonamos a Dios por mediación de la Virgen. “Consagradme vuestros corazones y yo os guiaré. Os enseñaré a perdonar, a amar al enemigo y a vivir según mi Hijo” (2.02.2013).

En 1983, la Gospa enseñó a Jelena Vasilj dos oraciones de consagración al Sagrado Corazón de Jesús y a Su Inmaculado Corazón. Años más tarde, en la Aparición anual a Mirijana (18.03.2012) dijo: “Hijos míos: consagraos totalmente a mí. Yo tomaré vuestras vidas en mis manos y os enseñaré la paz y el amor”. En este Mensaje extraordinario nos invita la Virgen a la consagración total a Su Corazón Inmaculado, a la llamada “Esclavitud de amor” que es el “Secreto” revelado por el gran apóstol mariano San Luis María Grignion de Monfort en su célebre escrito “El Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen”.

Se trata propiamente de una espiritualidad que consiste en un abandono total a la Virgen, con la entrega de todo lo que somos y tenemos para pertenecer, por medio de Ella, totalmente a Jesucristo. Por esta Consagración Total, renovamos nuestras promesas bautismales, y nos decidimos a abandonar definitivamente el pecado y a vivir en santidad (que es el permanente llamado de la Gospa): nos entregamos, así, totalmente a María para que Ella nos enseñe a cumplir en nuestras vidas la palabra de Su Hijo Jesucristo, a vivir -como Ella- en el Reino de la Divina Voluntad.

De esta suerte, cuanto tenemos, o podamos tener en el futuro, en el orden de la naturaleza, de la gracia y de la gloria, se lo entregamos, sin reserva alguna, a María, Madre de Dios y Madre Nuestra, abandonados a Su amor y cuidado. Dice el santo de Monfort: “Todo se resume en obrar siempre por María, con María, en María y para María, a fin de obrar más perfectamente por Jesucristo, con Jesucristo, en Jesucristo y para Jesucristo” (TVD, 257).

Es esta “la verdadera” y perfecta Devoción a la Santísima Virgen porque mientras que en otras consagraciones marianas solamente nos ponemos bajo la protección de María, por esta Consagración Total nos entregamos por entero a Jesús por María (alma, cuerpo, bienes materiales y espirituales) con todo lo que somos y seremos. Su resumen se encierra en el lema episcopal de san Juan Pablo II, “Totus tuus”: “Soy todo tuyo y cuanto tengo es tuyo, ¡oh, mi amable Jesús!, por María, tu Madre Santísima” (TVD, 233).

Se trata de un acto de total abandono que nos alcanza una unión íntima con María, para que Ella ejerza en nosotros Su voluntad y lo disponga todo: su misión de Madre espiritual, de Mediadora de todas las Gracias, Corredentora de la humanidad y Abogada nuestra.

Sea como fuere, siempre recibimos mucho más de lo que entregamos. Pues Ella, como Dios mismo, nunca se deja ganar en generosidad. Por eso nos asegura: “hijitos, acercaos a mi Corazón Inmaculado y descubriréis a Dios” (25.11.1994), y nos promete: “Yo protejo particularmente a aquellos que se han consagrado a Mí” (31.08.1982).

Si en Fátima la Virgen profetizó el triunfo de Su Corazón Inmaculado (13.07.1917), en Medjugorje, donde se consumará definitivamente este triunfo (cfr. Mensaje del 25.08.1991), nos dice: “Queridos hijos ayudad a mi Corazón Inmaculado a triunfar en este mundo tan pecador. Yo os imploro a todos vosotros que ofrezcáis oraciones y sacrificios por mis intenciones” (25.09.1991). Es este uno de los aspectos más peculiares de las Apariciones de Medjugorje: la insistencia con que nuestra Mamá nos pide nuestra ayuda, que colaboremos con Ella por medio de la oración “con el corazón” (especialmente con el rezo completo y diario del Rosario), del sacrificio y de la penitencia (sobre todo del ayuno “con el corazón” de miércoles y viernes) a fin de que, finalmente, Su Corazón Inmaculado triunfe.

Es necesario y urgente que nos consagremos (si aún no lo estamos) al Corazón Inmaculado de María (si es posible mediante la Consagración Total de esclavitud mariana) y que vivamos cada día esta consagración como un acto total de amor, abandono y entrega confiada, ofreciendo cuanto somos y hacemos por las intenciones de Nuestra Madre, por Su Plan de Salvación y de Paz, y por el pronto triunfo de Su Inmaculado Corazón.

Nuestros corazones deben abrirse, sin miedo, con plena confianza al amor de Jesús y de María, unirse a Ellos en alianza y esclavitud de amor, renovando cada día nuestra consagración: “Invito a todos los que me habéis dicho “sí”, a renovar la consagración a mi Hijo Jesús, a Su Corazón y a Mí, de modo que podamos usaros más eficazmente como instrumentos de paz en este mundo sin paz” (25.04.1992).

Abramos, de par en par, las puertas de nuestro corazón a la misericordia de Dios, a la presencia y al amor de Su Santísima Madre, para que sean sagrarios de los Corazones unidos de Jesús y de María, tierra sagrada y bendita, Medjugorje vivo y palpitante: “Consagrad vuestros corazones y haced de ellos el hogar del Señor. Que Él more en ellos por siempre (…) Decidíos, hijos míos, es el tiempo de la decisión. Sed justos e inocentes de corazón para que pueda guiaros al Padre” (18.03.1996).

Fátima, al fin, se cumplirá en Medjugorje. La promesa se acerca. Un nuevo Pentecostés colmará las almas del Espíritu cuando María triunfe a través de Sus hijos. Se inaugurará, entonces, con este Triunfo, un nuevo tiempo de paz en una tierra nueva, en una Iglesia renovada y transfigurada por el Espíritu Santo, en la que Cristo reinará sobre todos los pueblos, cuando se haga al fin la voluntad de Dios “en la tierra como en el cielo” y Jesús Eucaristía sea nuestro centro.

Una tierra y un cielo, un mundo y un tiempo “nuevos”: la “nueva” civilización de la vida y del amor, la de los Corazones Triunfantes de Jesús y de María.

 

Francisco José Cortes Blasco.

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