Mensaje, 2 de abril de 2018 

 Queridos hijos, por el gran amor del Padre Celestial, estoy con vosotros como vuestra Madre, y vosotros estáis conmigo como hijos míos, como apóstoles de mi amor que continuamente reúno en torno a mí. Hijos míos, vosotros sois aquellos que con la oración os debéis entregar completamente a mi Hijo, que no seáis más vosotros los que vivís sino mi Hijo en vosotros. De manera que todos aquellos que no conocen a mi Hijo, lo vean en vosotros y deseen conocerlo. Orad para que en vosotros vean una decidida humildad y bondad, disponibilidad para servir a los demás; que vean en vosotros que vivís con el corazón la llamada terrenal en comunión con mi Hijo; que vean en vosotros dulzura, ternura y amor hacia mi Hijo, como hacia sus hermanos y hermanas. Apóstoles de mi amor, debéis orar mucho y purificar vuestros corazones, de manera que seáis vosotros los primeros en caminar por la senda de mi Hijo; para que seáis aquellos justos que están unidos a la justicia de mi Hijo. Hijos míos, como mis apóstoles, debéis estar unidos en la comunión que proviene de mi Hijo, para que mis hijos, que no conocen a mi Hijo, reconozcan la comunión del amor, y deseen caminar por el camino de la vida, por la senda de la unión con mi Hijo. Os doy las gracias.

En las Escrituras está descrito como una expresión de la condición de Apóstoles, el estar reunidos en torno a la Madre del Señor, como hijos de ese amor maternal que el mismo Dios Encarnado regaló a la Iglesia y la humanidad en el madero de la Cruz.

Es común que el corazón, la mente y una sana sensibilidad de nuestra frágil humanidad, procuren una mayor cercanía con aquello que evoque la presencia de lo perdido o arrebatado.

Pero en María los discípulos encontraban más que un recuerdo o testimonio. Reconocían la misma presencia sobrenatural del Hijo, que la inundó de su gracia y que se dejó inundar de la inmaculada humanidad de María en el momento de la Concepción Virginal.

En la comunión filial de amor con María, se aprende a vivir esa maravillosa comunión y vínculo de la Virgen con la Trinidad Divina.  Ella fue conformada como  sierva y esclava y fue escogida para que de Ella se concibiera, gestara y naciera el que es Todo, el Hijo de Dios. En ella los apóstoles de su amor aprender a vivir como siervos, para que en ellos  resplandezca Cristo, por la intensidad de amor en María, que es el amor de Jesús: “…para “que no seáis más vosotros los que vivís sino mi Hijo en vosotros…”.

Pero hay un testimonio elemental que es signo celestial y auténtico, para que los que no conocen al Hijo, lo vean en nosotros… y ese testimonio es la “dulzura, ternura y amor hacia mi Hijo, como hacían sus hermanos y hermanas”. La piedad, la oración y la liturgia que se traducen en caridad y obras de misericordia. Es evidente que la caridad efectiva, y la compasión verdadera por el prójimo, son el resplandor externo de una hoguera de amor, al interior del corazón de los apóstoles de María. Ese es el conocimiento auténtico del misterio de la Madre y de su amor y fidelidad a su Hijo y Señor nuestro. Es “una decidida humildad y bondad, disponibilidad para servir a los demás”; haciendo visible a los demás: “que vivís con el corazón la llamada terrenal en comunión con mi Hijo”. Pues es sólo desde una verdadera y cordial comunión con Cristo desde donde se logra la auténtica comunión con los hermanos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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