“Queridos hijos, con amor maternal, vengo a ayudarlos para que tengan más amor, lo que significa más fe. Vengo para ayudarlos a vivir con amor las palabras de mi Hijo, de manera que el mundo sea diferente. Por eso, apóstoles de mi amor, los reúno en torno a mí. Mírenme con el corazón, háblenme como a una madre de sus dolores, aflicciones y alegrías. Pídanme que yo ore a mi Hijo por ustedes. Mi Hijo es misericordioso y justo. Mi Corazón materno desea que también ustedes sean así. Mi Corazón materno desea que ustedes, apóstoles de mi amor, hablen con vuestra vida de mi Hijo y de mí a todos los que los rodean para que el mundo sea diferente, para que retornen la simplicidad y la pureza, para que retornen la fe y la esperanza. Por eso, hijos míos, oren, oren, oren con el corazón, oren con amor, oren con buenas obras; oren para que todos conozcan a mi Hijo, para que el mundo cambie, para que el mundo se salve. Vivan con amor las palabras de mi Hijo; no juzguen, sino ámense los unos a los otros para que mi Corazón pueda triunfar. Les doy las gracias.”

 

La  Santa Madre de Dios y Madre Nuestra nos trata y reconoce como sus  verdaderos hijos. Lo somos por los méritos de Cristo. El misterio de la Encarnación del Verbo de Dios, en las purísimas entrañas de María, colocan la Naturaleza humana bajo el amparo de María. Ya que fue ella que, por designio Divino, concedió al Verbo Divino las propiedades de la humana naturaleza. La Maternidad real respecto al primogénito de Dios entre los hombres le otorga a María esa facultad en relación a todos los que han recibido la vocación de ser templos del Espíritu Santo, y por lo tanto miembros del Cuerpo Místico de Cristo. Ella ejerce por lo tanto una autentica maternidad espiritual.

El verdadero fundamento de la maternidad espiritual se encuentra en nuestra incorporación a Cristo. En virtud de la encarnación redentora, el Verbo encarnado en el seno virginal de María queda constituido en Cabeza mística de toda la humanidad redimida, y la humanidad queda constituida, por el vínculo del Espíritu Santo que se la ha dado,  en Cuerpo Místico suyo, por el nacimiento espiritual en el Bautismo.

Cristo, en efecto, como Redentor del género humano, tiene un Cuerpo místico, que es la sociedad de todos los que creen en El (Rom 12,5). La Virgen Santísima, pues, al engendrar física y naturalmente a Cristo, engendraba espiritual y sobrenaturalmente a todos los cristianos, miembros místicos de Cristo, o sea, a todo el género humano.

Entonces,  tanto la Cabeza como sus místicos miembros son frutos de! mismo seno, el de María; y  María queda constituida así Madre del Cristo total, es decir, de la Cabeza (fisicamente) y de sus miembros (espiritualmente).

Somos hijos en el Hijo, en quien estamos como incluidos, a quien estamos incorporados.

El don y plenitud de la maternidad de nuestra Madre para con nosotros,  fruto de la Maternidad Divina, fue proclamada  y declarada solemnemente por las palabras de Cristo en la cruz: «He ahí a tu madre… He ahí a tu hijo» (Jn 19,26-27)…

Esa Maternidad le otorga a la Reina de la Paz, no solo la potestad para educarnos e iluminarnos, sino que todas las facultades y posibilidades para conocer, contener y sanar nuestros corazones. Con conocimiento y amor sobrenatural, que le otorga la plenitud de la vida de gracia y la unión con Dios Uno y Trino, que no tiene otra criatura con la Divinidad. También pertenece a María, como consecuencia de esta sublime unión con Dios, un verdadero conocimiento y amor humano respecto a nosotros, sin ninguna otra comparación posible. Pues, preservada del principio de toda oscuridad, indiferencia, egoísmo y desorden, quien mejor puede educar, iluminar y conducir nuestra vida por los caminos del bien y la verdad, y  el conocimiento y el amor de Dios, es María Santísima.

El amor humano y sensible del Corazón de María, esta encendido por la Caridad de Dios. El afecto y el amor con el que María nos habla, ilumina y conduce, son para nosotros el tesoro de sabernos amados por un amor pleno, y una ternura pura y restauradora, no herida por el egoísmo y la soberbia.

Por eso, la acción de María en nuestra existencia, es de importancia vital, no solo para una dimensión espiritual, sino para toda la integridad de nuestra realidad humana: “Vengo para ayudarlos a vivir con amor las palabras de mi Hijo, de manera que el mundo sea diferente”.

Podemos decir que la transformación de la precaria realidad de la sociedad, depende grandemente  de la intensidad de nuestra vida Mariana. Si para llegar al Reino de Cristo, se llega por el Reino de María, para derrocar la corrupción y destrucción de la sociedad, necesitamos de María.

La Maternidad de María, abrazada como don de Dios para nuestras vidas, nos lleva a la confianza y docilidad ante el Señor, y su voluntad. Nos dispone, por medio de su maternidad, inundada de caridad, para llevarnos a vivir todo aquello de lo que el pecado, y nuestra fragilidad humana,  nos ha privado.

Es una verdadera Madre para con nosotros, con toda la capacidad noble de la humanidad y toda la plenitud de la gracia Divina: “Mírenme con el corazón, háblenme como a una madre de sus dolores, aflicciones y alegrías. Pídanme que yo ore a mi Hijo por ustedes.”

En tiempos en que la maternidad humana es atacada por las tinieblas y las ideologías, el cielo hace resplandecer la esperanza por medio de la Maternidad de María: “…para que el mundo sea diferente, para que retornen la simplicidad y la pureza, para que retornen la fe y la esperanza.”

Las palabras de Nuestra Madre deben quedar grabadas en nuestro corazón. Son la expresión de un verdadero afecto, cariño y amor maternal. Ningún corazón debe quedar indiferente ante tanto amor y predilección: “Por eso, hijos míos, oren, oren, oren con el corazón, oren con amor, oren con buenas obras; oren para que todos conozcan a mi Hijo, para que el mundo cambie, para que el mundo se salve”.

 

 

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