La Reina de la Paz, en su mensaje de del 18 de marzo de 1999, nos dice: “¡Queridos hijos! Deseo que me entreguen sus corazones, para conducirlos por el camino que lleva a la luz y a la vida eterna. No deseo que sus corazones se extravíen en la oscuridad del presente. Yo los ayudaré. Estaré con ustedes en ese camino de descubrimiento del amor y de la misericordia de Dios”.

Nuestra Madre nos invita a dejar toda forma de oscuridad, para caminar en la luz; lo cual nos remite al Magníficat, donde proclama que: “… nos visitara como el sol que nace de lo alto”.

Casi todos los meses, debo viajar con alguno de los hermanos de comunidad para guiar algún retiro espiritual o para predicar en algún congreso de evangelización.  Para ello debemos subirnos a un avión que nos llevará hacia algún lugar de la Argentina o a un punto remoto de otros países.  Y en más de una oportunidad, nos ha sucedido que al dirigirnos hacia el aeropuerto para abordar el vuelo, veíamos el cielo con un fuerte color plomizo, pues estaba cubierto de espesas nubes; y el clima lluvioso creaba una impresión lúgubre, alimentando en muchas personas una sensación de melancolía.

Más tarde, uno se sube al avión, se ajusta el cinturón de seguridad y al despegar de tierra, el enorme pájaro de metal apunta su brillante nariz hacia las alturas, dirigiéndose directamente hacia ese cúmulo de nubes amenazantes, las cuales en algunas ocasiones hasta parecen estar a punto de explotar a causa de los truenos y los rayos que luchan en su interior, y por los torrentes de agua que se abaten sobre la tierra y sobre el avión.

En esos momentos, si uno no contase con los elementales conocimientos de aeronáutica, podría pensar que se vuela directo hacia la auto aniquilación.  Y aun sabiendo que todo irá bien, es muy grande la sensación de fragilidad que en esas situaciones se puede llegar a experimentar.

Luego, al atravesar las densas nubes -durante unos instantes- una espesa oscuridad envuelve al avión.  En esos minutos -con excepción del sonido de los motores del avión- se puede sentir el silencio que todo lo rodea, incluido el mutismo de quienes pegados en las butacas esperamos que pasen esos momentos…

Y así es, pues cuando uno menos lo espera es sorprendido por los rayos de luz que se abren camino a través de las ventanillas del avión, y entonces uno puede comenzar a observar a través del cristal, un límpido cielo y un sol resplandeciente.

A partir de ese momento la luz del sol inunda todo el interior que se refleja en los rostros de quienes viajan que comienzan a relajarse.  Recién en ese momento y de un modo casi automático y unánime, la mayoría de los pasajeros, empezamos a respirar más profundamente, mientras que nuestros pensamientos ya no están enfocados en la tormenta que tuvimos que atravesar.  Y después de habernos desabrochado el cinturón de seguridad, gradualmente comenzamos a movernos con normalidad.

En esos momentos uno comprende con cuánta rapidez puede cambiar aquello que nos rodea, y el poder relativo de las nubes y las tormentas.

Este mismo ejemplo puede servirnos para meditar en las tormentas de la vida.  Todos pasamos por momentos: días, meses e incluso años, de la más negra oscuridad, donde parece que las tormentas de la vida están a punto de desbaratar todo lo que a lo largo de los años hemos logrado construir: el matrimonio y la familia; el trabajo y la economía familiar; la comunidad eclesial y la tarea evangelizadora.  En esos momentos de turbación nos puede ser de gran ayuda traer a la memoria esta imagen del avión atravesando la tormenta, y recordar que podemos entregar el control de las diversas situaciones al Espíritu Santo y a la Virgen Santísima, quienes nos ayudarán a pilotear con destreza nuestras vidas, para ir dejando atrás toda forma de oscuridad y elevarnos espiritualmente guiados por la luz de Dios.

Aun así, debemos recordar que esos momentos de tormenta por los que nadie quisiera atravesar, pueden llegar a ser tiempos de mucho crecimiento, transformación y renacimiento interior, si tomamos el Rosario en nuestras manos y confiamos en la guía, intercesión y protección de la Reina de la Paz.

En medio de las turbulencias -sean personales, laborales, familiares, eclesiales o de otra índole- de la vida, no debemos volvernos atrás ni querer escapar, sino debemos aprender a observar las tormentas con la mirada y la valentía del “Divino Piloto”, Jesucristo Nuestro Señor; entregándole a él el control y siguiendo sus indicaciones, pues él Espíritu Santo -desde lo profundo del silencio del corazón- te dirá que no temas, que está junto a ti y que su poder es más grande que el de las nubes y de las tormentas de la vida.

La Reina de la Paz en sus mensajes, frecuentemente nos invita a confiar en Dios, haciendo de nuestra parte todo aquello que nos toca hacer, pero confiando en que Dios es mucho más grande que los problemas de la vida y que la oscuridad del mundo, como cuando ella nos dice: “Con mi Hijo, sus almas alcanzarán nobles metas y nunca se perderán. Aún en la mayor oscuridad encontrarán el camino” (Mensaje, 2 de enero de 2009 – Aparición a Mirjana).

Si tú confías en Dios y en su Madre, y descansas en sus brazos en los momentos de oscuridad, ya verás como el sol volverá a brillar, y su intensidad será mayor que la que conocías antes de la tormenta.  Pues como la lluvia limpia la atmósfera, también si atraviesas las tormentas de la vida de la mano del Señor, entonces su Espíritu te irá despojando de modos de pensar caducos y de sentimientos que te impedían tener la vida abundante que Dios quiere para ti.

 

Momento contemplativo

Imaginando que estás delante de la Cruz azul, a los pies del monte Podbro (Monte de las apariciones), puede reflexionar acerca de si:

–   ¿Hay nubes de tormenta en el horizonte de tu vida?

–   ¿Cuáles son?

–   ¿Cómo reaccionas a nivel emocional y a nivel práctico (manera de comportarte) ante esos nubarrones?

–   ¿Le permites al Señor pilotear junto contigo los pensamientos, sentimientos y acontecimientos de tu vida, o quieres en cambio despegar solo con tus propias fuerzas?

–   También pregúntate si estás llevando exceso de peso; es decir: sentimientos, pensamientos, relaciones, comportamientos, actividades etc., que el Señor te muestra que debes abandonar, o a los que tienes que renunciar para poder “levantar vuelo” y de ese modo atravesar las nubes para encontrar la luz.

 

Dios te Bendiga.

Padre Gustavo E. Jamut, omv

 

P.D. Te comparto el enlace con los misterios del Santo Rosario meditado, por si pueden ayudar a tu oración.

https://www.youtube.com/playlist?list=PLvJwhJVbkSk0PNWQ34UdK4K72ewoqIS47

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