Desde hace varios años en los ambientes pastorales y teológicos se habla acerca de “los signos de los tiempos”. El tema en sí mismo da para largo.  Sin embargo, para tener una idea al alcance sobre lo que esto significa, podemos decir que “los signos de los tiempos” aluden a ciertas manifestaciones de la Voluntad de Dios para con Su pueblo.  Se necesita discernimiento para averiguar con seguridad cuáles son los mayores signos de los tiempos que debe acoger la Iglesia en el mundo de hoy para mejorar su acción evangelizadora.

Ya es un sentir común entre muchos evangelizadores y pastores del Pueblo de Dios, aceptar como un real signo de los tiempos la creciente e indisimulable sed de espiritualidad que experimentan muchas personas –creyentes o no- y que los impulsa a buscar comunidades, grupos, iglesias en donde se les brinde un verdadero camino espiritual, donde puedan vivir experiencias religiosas profundas y auténticas, donde puedan encontrar paz, serenidad, calma, silencio, hondura, fraternidad, luz, verdad.

Si echamos un vistazo a internet o a las redes sociales, por ejemplo, veremos cómo es que los usuarios van buscando cosas de tipo espiritual que los lleven a vivir experiencias religiosas.  El abanico de posibilidades es inmenso e increíble.  En nuestro mundo actual las masas de personas que viven en soledad y en vacío interior van en aumento.  Lamentablemente, debido a varios factores, nuestras comunidades, instituciones, grupos o parroquias católicas no han sabido hasta ahora acoger esta necesidad ni satisfacerla.  En la mayoría de personas existe muy fijada la idea y la percepción de que las instituciones católicas no son capaces de proporcionar una experiencia espiritual.  No pocas veces me he encontrado con personas que han abierto bien los ojos, totalmente sorprendidos, cuando yo les he explicado que la fe católica posee también una inmensa riqueza de espiritualidad que lleva a una perfecta unión con Dios y que proporciona la paz interior y la armonía.  Incluso muchos creyentes católicos viven su fe sin nunca surcar los mares de una real vida espiritual.

Pero podemos entender que nuestros fieles, que muchas veces no reciben la debida instrucción religiosa y catequética, piensen y razonen así.  Pero el tema se vuelve más complicado cuando los agentes pastorales (catequistas, profesores de religión, líderes de grupos y comunidades, sacerdotes y religiosos) son los primeros en estar convencidos de que la vida espiritual, si es que existe, no es aplicable, que no es nada práctico, que no soluciona nada.  ¿Pongo algunos ejemplos?  En una parroquia X los catequistas, y también el padre párroco, están totalmente convencidos de que los adolescentes y jóvenes que tienen a cargo no son capaces de vivir un retiro de silencio, por ello nunca lo organizan.  En otra parroquia los catequistas sostienen que sus chicos se aburren en la adoración Eucarística, por eso no hablan del tema ni lo proponen a sus catequizandos.  En la parroquia Y, el párroco hasta ahora no se anima a considerar en el programa semanal de actividades parroquiales una hora de adoración –por lo menos-; él aduce que “la gente no está acostumbrada”, pero tampoco hace nada por instruir a sus fieles en el tema de la adoración.  En ciertas parroquias el ser dinámico es equivalente a tener liturgias en donde lo que menos hay es el silencio y el recogimiento.  Incluso hay agentes pastorales que se jactan de que sus comunidades son vivas porque toda la pastoral es “saltarina” (es decir, en base sólo a dinámicas, juegos y más juegos, paseos, campamentos, actividades sociales).  En no pocos agentes pastorales ya existe de plano una idea fuerte y fija: La oración y la contemplación no es para mi gente… tampoco para mí.  Una miserable falacia se ha apoderado de la mente y de la voluntad de muchos agentes pastorales: La oración, el silencio y la contemplación no son para nosotros ni producen lo que nosotros buscamos, eso pertenece al pasado.

Y sin embargo, afuera de nuestras iglesias, templos, grupos y casas de retiros hay mucha gente buscando una real vida espiritual.  Por ello aumentan los seguidores de sectas orientalistas con yoga, i-chi, feng-chui, zen, reiki, cuarzos y meditación trascendental mediante.  Por eso cuando sienten esa hambre desmedida e infinita y de eternidad no piensa en nosotros –Iglesia Católica- como una opción posible.  Nos miran, las más de las veces, como una “religión” que no produce nada de lo que ellos van buscando por la vida.  No hemos dado la impresión de ser creyentes que tienen una real y profunda vida espiritual. A lo sumo hemos dado la impresión de gente que va detrás de sus fervorines religiosos pero que en lo concreto no se han trasformado ni ha colaborado a transformar positivamente el mundo.

Los santos, los de ayer y los más modernos, son el vivo testimonio de que la vida espiritual no sólo es posible sino más, es transformante y verdaderamente liberadora.  Mucha gente va por la vida buscando, en realidad, un camino de santidad.  Esa ansia de santidad se traduce en hambre y deseo de eternidad, de paz y de transformación interior.  Nuestras comunidades deben responder a esta necesidad real y concreta.  Para esto, debemos empeñarnos primero en convencernos de la necesidad que tenemos nosotros mismos de vivir una real vida espiritual: Adoración eucarística por lo menos semanal, santo rosario diario, sacramentos frecuentes, oración en clima de amistad cordial con Jesucristo, búsqueda del silencio y de la soledad para estar con Él al hilo de Su Palabra y que esa Palabra nos ayude a ver la vida con otros ojos, con los ojos de Dios.

Ya son numerosos en Europa y en los EE UU los testimonios de adolescentes y jóvenes que vuelven a Jesucristo y le entregan sus vidas gracias a momentos largos de oración y silencio meditativo de Su Palabra.  Estos momentos calan más en ellos que tantas dinámicas y juegos que sólo consiguen distraer sus ansias interiores de paz, amor y serenidad (Recomiendo leer los muchos testimonios que sobre este tema se publican en la web: Religión en Libertad, entre otras).

Abramos los ojos a estos reales signos de los tiempos que se abren ante nuestros ojos.  Tenemos una seria responsabilidad ante Dios, sobre todo aquellos que hemos sido elegidos como líderes y pastores del Pueblo de Dios.  No sea que en el momento de presentarnos ante Dios tengamos en contra nuestra el no haber llevado los rebaños que nos fueron encomendados a las fuentes de agua viva.

Fue el gran teólogo Karl Rahner el que afirmó de modo lapidario: “En el siglo XXI, los cristianos serán místicos o no lo serán”.  ¿Comenzaremos a cuidar la mística en nuestros grupos, comunidades y parroquias?  ¿Seguiremos afirmando –sin sustento- que “esas cosas” no son para nosotros ni para la gente que depende de nosotros?  La mística y la contemplación le corresponden a todo hijo de Dios desde el bautismo.  Comencemos a ser lo que tenemos que ser… o seremos los últimos cristianos en la historia del mundo.

 

Fr. Israel del Niño Jesús, RPS

Monje.

Compartir: