Aniversario

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La primera vez que fui a Medjugorje fue un 24 de junio de 2013. Como a tantos y tantos la Virgen me mandó una invitación. Así lo sentí en mi corazón, meses antes, aquella noche en que soñé con una fecha: 25 de junio, que se quedó grabada a fuego en mi mente. Aquello no era como los demás sueños que uno casi nunca recuerda, era distinto, aquella fecha, en mis sueños, tenía una luminosidad intensa, tanto que me estuvo persiguiendo durante todo el día sin saber muy bien a qué se refería. Para satisfacer mi curiosidad introduje la fecha en el campo de búsqueda de Google: “25 de junio”. Acto seguido el sistema arrojó un número considerable de entradas en las que pude descubrir la relación de aquella fecha de mis sueños con aquella otra que celebraban las apariciones de la Virgen en Medjugorje. Enseguida lo relacioné, porque la noche de san Juan de 1981 la Virgen se apareció por primera vez a los seis niños de Medjugorje; y al día siguiente, 25 de junio, quedó consagrada como su fecha conmemorativa.

En cuanto me convencí de que se trataba de una invitación pronto me di a la tarea de organizar el viaje. Se lo conté a mi esposa que acogió la idea con el mismo entusiasmó que yo. Al principio consideramos la posibilidad de ir en un viaje organizado aunque al final, después de barajar varias opciones, nos decantamos por organizar nosotros nuestro propio viaje. Así fue que adquirimos los billetes de viaje en la compañía aérea Norwegian, muy económicos, hasta Dubrovnik, y desde allí tomamos otro autobús, una hora, hasta la estación de Grohz, donde tomamos el autobús directo a Medjugorje. Hubo retrasos, problemas, no lo voy a negar. El autobús que tenía que salir a las 5 de la tarde, salió de Grohz a las 7, y tras las diversas aduanas y largas caravanas que había que pasar, nos plantamos en Medjugorje a eso de las 12 de la noche, cuando ya no había ni un alma por la calle. Por casualidad encontramos un taxi que muy amablemente nos llevó hasta el hotel que teníamos contratado, cerca del monte Podbrdo. Allí descargamos apresuradamente las maletas y a los 15 minutos, a pesar de lo tarde que era, salimos entusiasmados hacia el monte Podbrdo para saludar a la Virgen en la víspera de su aniversario.

Los días siguientes los vivimos con redoblado entusiasmo. Todo en Medjugorje lo vivimos con un unción desconocida para nosotros: las misas en el altar exterior, las largas filas de los confesionarios, las subidas al monte Podbrdo y al monte Kricevac, los rosarios del programa vespertino, el mensaje del 25, las lágrimas que derramaba la rodilla del Cristo resucitado, la amistad que trabamos con nuestros hermanos peregrinos, las santas conversaciones que mantuvimos, las charlas de alguno de los videntes a las 4 de la tarde en el altar exterior, todo lo vivimos bajo la unción del Espíritu, todo rebosaba la espiritualidad de Medjugorje. Y todo penetraba en mi corazón como una mano blanca que tocaba una aldaba para decirme: “Vamos hijito mío, tenemos mucho trabajo por delante, eres mío, anuncia el evangelio”. Poco después nos enteramos que en la oficina de turismo entregaban una copia de los mensajes. Fuimos allí, lo tomamos, lo leímos con mucha devoción, lo releímos por segunda y tercera vez, lo meditamos en la capilla, lo compartimos con los hermanos, lo doblamos y lo guardamos cuidadosamente entre nuestras cosas como un tesoro que la Virgen nos daba para cada uno de nosotros en particular.

Recuerdo también aquella charla en el altar exterior que dio el vidente Jakov. Eran las 4 de la tarde, y lo recuerdo porque dijo claramente lo mismo que yo tenía en el corazón en el momento en que tomé la decisión de organizar nuestra peregrinación a Medjugorje. “Todos los que estáis aquí -dijo- habéis sido invitado por la Virgen”. Estas palabras me tocaron.  

Luego vino el recorrido por las numerosas tiendas de artículos religiosos que hay allí. Aquello era una locura de amor. Todo el mundo mirando rosarios, imágenes, esculturas, cruces, libros, souvenirs de Medjugorje; las tiendas siempre repletas, todas las tiendas, de todas las calles, a todas horas, hermanos que compraban bolsas de 50 rosarios para regalárselos a sus amigos y sus familiares en sus países de origen; paquetes de servilletas que se vendían como rosquillas para impregnarlas de aquellas lágrimas que milagrosamente brotaban de la escultura de bronce del Resucitado. Todo era increíble. Se respiraba en el ambiente una paz que no era de este mundo, una atmósfera que nos envolvía a todos como un manto de amor.

El único recuerdo triste que tengo de Medjugorje era el de la vuelta a casa, el último día. Porque una vez que uno llega allí, nadie se quiere ir. Uno llega feliz y se va un poco triste, o mejor dicho lleno de añoranza. Uno lo siente como una experiencia parecida a la que pudieron sentir nuestros primeros padres, Adán y Eva, cuando fueron desterrados. Irse de Medjugorje es como salir del paraíso para encontrarse de nuevo con ese mundo en el que estamos. Me fui agradecido, emocionado y lleno de amor. Aunque la Virgen sigue estando con nosotros en Madrid y en nuestro corazón, en Medjugorje su presencia se siente con más fuerza.

Desde entonces ya no podría olvidar aquella palabra: Medjugorje, ni lo que desde entonces significaba para mí. Todo lo que había sentido, toda la intimidad con Dios que había experimentado, toda la cercanía que había vivido con mi Madre, toda aquella experiencia de amor se podría resumir con el nombre de aquella ciudad: el paraíso en la tierra, mi patria, mi casa. Ni que decir tiene que a partir de ahí me entregué totalmente a la espiritualidad de Medjugorje, ¡me medyugorizé!.

Pronto me hice con todos los mensajes y pronto los leí, los clasifiqué, los estudié, y lo más importante, traté de ponerlos en práctica. Cuando me encontré con el mensaje que decía que pusiéramos las Sagradas Escrituras en un lugar visible de la casa, ese mismo día las puse abiertas de par en par en el  altarcito que tenemos en el salón. Cuando me encontré con aquel otro en que la Virgen nos pedía rezar el rosario empezamos a rezarlo en familia todos los días. Y así, poco a poco,  fui adquiriendo un compromiso personal con la Gospa, para vivir, cada vez con más seriedad, los mensajes, adaptándolos un poco a mis pobres limitadas fuerzas,  porque había cosas, como lo del ayuno, que por aquel tiempo me resultaba difícil de practicar.

Al año siguiente vino la segunda peregrinación, y al siguiente, la tercera. Era de lo más normal encontrarse en Medjugorje con hermanos que había tomado como costumbre pasar sus vacaciones en Medjugorje. Había hermanos que todos los años iban allí. Para unos era la quinta vez, para otros la novena, y para los más afortunados, una oportunidad para irse a vivir allí. En Medjugorje lo difícil es encontrar hermanos que no se hayan sentido profundamente atraídos por esa irresistible atracción que ejerce la Virgen sobre sus hijos. Sentir Medjugorje como una verdadera patria es de lo más común entre los peregrinos; sentir el 25 de junio como una fecha marcada en rojo en el calendario del corazón, lo más habitual para los que la aman, para los que la tienen en el corazón, para “los invitados”.

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