El “más pequeño”, San Juan Diego.

“¡Queridos hijos! Hoy los invito a meditar las razones por las cuales he permanecido durante tanto tiempo con ustedes. Yo soy la Mediadora entre ustedes y Dios. Por eso, queridos hijos, los invito a vivir siempre con amor todo lo que Dios les pide. Queridos hijos, vivan con la mayor humildad todos los mensajes que Yo les estoy dando. Gracias por haber respondido a mi llamado!” (Mensaje, 17 de julio de 1986).

El verdadero conocimiento de Dios presupone la comunión con Él. No es solo una erudición, un dato o una información adquirida o un contenido memorizado. Es  la pertenencia a una persona amada, que ejerce señorío amoroso sobre el corazón, que da sustento al alma, al ver, contemplar y vivir en comunión personal con quien es camino, verdad y vida.

«Sólo estando en comunión con el otro comienzo a conocerlo; y lo mismo sucede con Dios: sólo puedo conocerlo si tengo un contacto verdadero, si estoy en comunión con él.”

Pregunta el Papa Emérito Benedicto XVI: “¿A quién quiere revelar el Hijo los misterios de Dios?” (17/VI/2012)

San Lucas (10, 22) responde: «Doy a ti loor, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas a los sabios y a los entendidos, y las has revelado a los pequeñitos.

Dios ha usado un estilo muy diferente a la lógica mundana: los destinatarios de su comunicación han sido precisamente los «pequeños». Esta es la voluntad del Padre, y el Hijo la comparte con gozo. Dice el Catecismo: «Su conmovedor “¡Sí, Padre!” expresa el fondo de su corazón, su adhesión al querer del Padre, de la que fue un eco el “Fiat” de su Madre en el momento de su concepción y que preludia lo que dirá al Padre en su agonía.

Este es el camino de la luz plena, de la pureza, del amor único de Jesús en la adhesión amorosa de su corazón de hombre al “misterio de la voluntad” del Padre (Ef 1, 9)» (2603 CEC). S. Benedicto XVI afirma que  «ser discípulos significa “perderse a si mismo”, para reencontrarse plenamente a uno mismo (Lc 9,22-24).

El Papa Francisco dos formas de dañar una comunidad. Sobre todo, “la comparación”, el “compararse con los otros y terminamos en la amargura y en la envidia, que  enmohece a la comunidad cristiana. Y la segunda modalidad de esta tentación, son “las habladurías”. Se inicia con “modalidades tan educadas”, pero luego terminamos “despellejando al prójimo”.(18/V/2013)

No debe ocurrir así con los “apóstoles del amor materno de María”. Nuestra Madre Santísima describe el perfil espiritual de sus hijos: “Por eso vosotros, apóstoles de mi amor, vosotros que sabéis amar, vosotros que sabéis perdonar, vosotros que no juzgáis, vosotros a los que yo exhorto: sed ejemplo para todos aquellos que no van por el camino de la luz y del amor, o que se han desviado de él. Con vuestra vida mostradles la verdad. Mostradles el amor, porque el amor supera todas las dificultades, y todos mis hijos tienen sed de amor.”

Y solo el corazón sencillo se reconoce necesitado de amor. No desconoce su precariedad y pobreza, ubicándose en el lugar de los pobres y a los pequeños, es decir a los que lo acogen con un corazón humilde.  Los   «pequeños» a quienes el Padre se ha dignado revelar las cosas que ha ocultado a los sabios y entendidos. Más aún, Jesús mismo se identifica con los pobres de todas clases y hace del amor activo hacia ellos la condición para entrar en su Reino. Él nos  llama a entrar en el Reino y nos exige también una elección radical para alcanzar el Reino, es necesario darlo todo; las palabras no bastan, hacen falta obras. (544-546 CEC)

La vida y conducta de San Juan Diego,  se sostiene en la humildad, y por eso la Santísima Virgen lo distingue como hijo suyo: “el más pequeño”, para que  se haga evidente la obra majestuosa de la gracia, que lo enriquece, con un corazón de siervo fiel, cuyo único tesoro es el caminar según la voluntad del Señor.

Luego de su primer “fracasado” encuentro con el Obispo Fray Juan de Zumárraga, le ruega encarecidamente a la Señora del Cielo que mejor envíe “a alguno de los principales, conocido, respetado y estimado”, porque él se considera “hombrecillo, un cordel, una escalerilla de tablas, cola, gente menuda”.

Pero Juan Diego fue un indio virtuoso, no solo por su natural forma de ser, como hombre honesto y miembro de una familia, responsable y trabajador; cualidades que, en la providencia Divina, facilitaron su conversión, sino que más bien fueron los impulsos recibidos al bautizarse y durante su proceso de formación que, con la gracia divina, lo fortalecen en la piedad, fiel y amorosa para con Dios, preparando un corazón lejano a toda vanagloria y arrogancia, adecuado para ser   confidente y mensajero de la Virgen Santísima.

La Reina de la Paz nos recuerda que la actitud central del cristiano debe ser aprender constantemente de la humildad Cristo, “sin ambicionar el poder y la importancia humana, sino poniéndose al servicio de los demás”.

El Santo Padre subrayó que el poder de Dios “se manifiesta precisamente en la humildad, en dejarle a Él como único Omnipotente”.

Benedicto XVI indicó que un punto clave de diferencia entre Dios y el hombre es el orgullo, pues “en Dios no existe orgullo, porque Él es total plenitud e inclinado a amar y donar vida; en nosotros los hombres, en cambio, el orgullo está íntimamente radicado y requiere de una constante vigilancia y purificación”.

“Nosotros, que somos pequeños, aspiramos a aparecer grandes, a ser los primeros, mientras Dios no teme a abajarse y hacerse el último”.

“Sólo la humildad puede encontrar la Verdad y la Verdad a su vez es el fundamento del Amor, del que últimamente todo depende”  Benedicto XVI en el mensaje de saludo con ocasión del 50º aniversario de la creación de la Comisión Teológica Internacional.

“En la Carta a los Filipenses, en el capítulo dos: Cristo, siendo de condición divina, se humilló, aceptando la condición de esclavo y haciéndose obediente hasta la cruz (cf. Flp 2, 6-8). Este es el camino de la humildad del Hijo que debemos imitar. Seguir a Cristo quiere decir entrar en este camino de la humildad. El texto griego dice tapeinophrosyne (cf. Ef 4, 2): no ensoberbecerse, tener la medida justa. Humildad. Lo contrario de la humildad es la soberbia, como la razón de todos los pecados. La soberbia es arrogancia; por encima de todo quiere poder, apariencias, aparentar a los ojos de los demás, ser alguien o algo; no tiene la intención de agradar a Dios, sino de complacerse a sí mismo, de ser aceptado por los demás y —digamos— venerado por los demás. El «yo» en el centro del mundo: se trata de mi «yo» soberbio, que lo sabe todo. Ser cristiano quiere decir superar esta tentación originaria, que también es el núcleo del pecado original: ser como Dios, pero sin Dios; ser cristiano es ser verdadero, sincero, realista. La humildad es sobre todo verdad, vivir en la verdad, aprender la verdad, aprender que mi pequeñez es precisamente mi grandeza, porque así soy importante para el gran entramado de la historia de Dios con la humanidad. Precisamente reconociendo que soy un pensamiento de Dios, de la construcción de su mundo, y soy insustituible, precisamente así, en mi pequeñez, y sólo de este modo, soy grande. Esto es el inicio del ser cristiano: vivir la verdad. Y sólo vivo bien viviendo la verdad, el realismo de mi vocación por los demás, con los demás, en el cuerpo de Cristo.”

(Encuentro con el Clero, 23 de febrero de 2012)

La humildad, dice san Bernardo, es el fundamento y guardián de todas las virtudes. María se veía tan pequeña, como se lo manifestó a la misma santa Matilde, que si bien conocía que estaba enriquecida de gracias más que los demás, no se ensalzaba sobre ninguno.

La Virgen tenía siempre ante sus ojos la divina majestad y su nada.

María, atribuyéndolo todo a Dios, le responde con el humilde cántico: “Mi alma engrandece al Señor”. Es en ese lenguaje, que precisamente se aprende en la Escuela de Santidad y amos materno de la Reina de la Paz, donde el Corazón de Cristo formó el corazón humilde de San Juan Diego, que llego a describirse ante la Emperatriz de América como:”…solo un hombrecillo, soy un cordel, soy una escalerilla de tablas, soy cola, soy hoja, soy gente menuda..”

Dejémonos educar por los Mensajes de la Guadalupana, que aun camina por las rutas de Medjugorje y nos dice en el Mensaje, 20 de septiembre de 1985:

“¡Queridos hijos! Hoy los invito a vivir con humildad todos los mensajes que Yo les estoy dando. Queridos hijos, no se ensoberbezcan por el hecho de vivir los mensajes. No anden por ahí diciendo: ‘Nosotros los vivimos!’ Si llevan los mensajes en el corazón y los viven, todos se darán cuenta y no habrá necesidad de palabras las cuales sirven sólo a aquellos que no escuchan. Ustedes no tienen necesidad de decirlo con palabras. Ustedes, queridos hijos, sólo tienen que vivir y dar testimonio con su vida. Gracias por haber respondido a mi llamado! ”

Atentamente en Jesús, María y José…Padre Patricio Javier

REGNUM DEI

            “Cuius regni non erit finis”

Padrepatricio.com

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