“¿Qué tenemos que hacer para realizar las obras de Dios?”

Queridos jóvenes,

Esta es la pregunta que nos hacemos al final de nuestro Festival, rebosantes de experiencias, de momentos intensos que habéis vivido en vuestros encuentros, de amistades reforzadas, sobre vuestro futuro: “¿Qué tenemos que hacer para realizar las obras de Dios?”

En la Santa Misa de hoy, el Señor nos invita a acoger Sus dones presentados en dos mesas: en la mesa de Su Palabra y en la mesa de Su Eucaristía. Ambas son indispensables para continuar con nuestro viaje de vida, ese viaje que nos conduce hasta la meta final.

Hay un proverbio muy sabio africano que dice: “Si no sabes dónde vas, detente y mira hacia atrás; así, al menos, sabrás de dónde vienes.” Vosotros habéis venido de todas partes del mundo, de distintos continentes y países. Las diferencias entre vosotros son inmensas.

Como dice el documento preparatorio del Sínodo de la Juventud que se celebrará en Roma en octubre: “Las fuertes desigualdades sociales y económicas que generan un gran clima de violencia y empujan a algunos jóvenes a los brazos de la mala vida y del narcotráfico; un sistema político dominado por la corrupción, que mina la confianza en las instituciones y legitima el fatalismo y el desempleo; situaciones de guerra y extrema pobreza que empujan a emigrar en busca de un futuro mejor. En algunas regiones destaca la falta de reconocimiento de las libertades fundamentales también en el campo religioso y de las autonomías personales por parte del Estado, mientras que en otras, tanto la exclusión social como el ansia de ayudas, empujan a una parte del mundo de los jóvenes a las dependencias (drogas y alcohol) y al aislamiento social.

En muchos lugares la pobreza, el desempleo y la marginación contribuyen a aumentar el número de jóvenes que viven en condiciones de precariedad, tanto a nivel material como a nivel social y político.”

Todos conocemos los dramas de tantos refugiados e inmigrantes de todo el mundo, de millones de ellos. Por otra parte tenemos a los países considerados desarrollados que nadan en la abundancia de bienes materiales, de una mentalidad de hiperconsumismo, de una auténtica dictadura de mercado, que viven la moda del lujo como ideal de una vida egoísta e insensible.

Las familias se descomponen y recomponen con gran facilidad, sin importar el destino de los niños que tan a menudo están expuestos a estas situaciones tan complejas, sometidos tanto a la pobreza psicológica como material.

Estos ambientes se están convirtiendo, por desgracia, en un desierto espiritual donde la soledad, la pérdida del sentido y de los valores de la vida, arrastran a los jóvenes a una profunda tristeza, depresión y, con frecuencia, incluso al suicidio. Este tipo de vida es completamente pagana.

San Pablo no tenía dudas a propósito de este comportamiento sobre el que hoy nos hablaba:

“Esto es lo que os digo y aseguro en el Señor: que no andéis ya, como es el caso de los gentiles, en la vaciedad de sus ideas“ y nos anima a lo siguiente: “Despojaos del hombre viejo y de su anterior modo de vida, corrompido por sus apetencias seductoras; renovaos en la mente y en el espíritu y revestíos de la nueva condición humana creada a imagen de Dios: justicia y santidad verdaderas”.

Queridos jóvenes,

Procedéis de un mundo que, por una parte, os atrae y por otra, os repugna. Atrae con muchas propuestas, con la publicidad presente en todas partes, con las posibilidades de tantos estilos de vida. Os repugna porque contiene muchas dudas e incertidumbres: ¿quién dice la verdad y quién miente? ¿Qué propuesta y oferta es buena o peligrosa? ¿A quién creer y en quién confiar?.

La juventud no dura mucho en comparación con la infancia, en seguida se pasa a ser adulto y después llega la vejez. Es un período breve,  pero quizás el más importante, puesto que es el momento en que se toman las decisiones clave, que además serán determinantes para nuestra vida futura.

Nosotros los cristianos descubrimos a Jesucristo, nuestro Maestro, a quien, cuando uno de sus discípulos le pregunta “¿Cómo podemos saber el camino?”, Él les responde: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”.

La respuesta es breve, pero lo contiene todo. Espero que, en este Festival hayáis podido sentir al menos el inicio del viaje que vais a emprender.

Jesús es una persona fascinante si llegamos a conocerlo de verdad.

Escuchad este diálogo: “Los dos discípulos le oyeron hablar así y siguieron a Jesús. Jesús se volvió, y al ver que le seguían les dice: «¿Qué buscáis?»- Ellos le respondieron: «Rabbí -que quiere decir, “Maestro”- ¿dónde vives?». Les respondió: «Venid y lo veréis»- Fueron, pues, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día. Era más o menos la hora décima”.

Hoy, a las siete de la tarde, Jesús ha venido a nosotros y nos repite la misma pregunta: ¿Qué buscáis? ¿A quién buscáis? ¿Por qué?.

Jesús es un Maestro seguro. No os demoréis en inscribiros en Su escuela. Allí mismo encontraréis a otra Maestra segura -a María, la Madre de Dios, ¡María Educadora y Reina de la Paz! ¡Una escuela así vale más que la mejor de las universidades! María no se cansa de acercarnos a su Hijo: “¡Haced lo que Él os diga!” Esta es la respuesta a la pregunta inicial: “¿Qué tenemos que hacer para realizar las obras de Dios?” Amén.

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