Nuestra Señora de Fátima, 13 de mayo de 2020

Hermanos y hermanas, y vosotros, ancianos y enfermos, a los que estáis junto a vuestras radios e internet,

La Iglesia hoy conmemora la visita de la madre, la Bienaventurada Virgen María al pueblo portugués oprimido, apareciéndose a unos niños mientras cuidaban las ovejas en el valle de Cova da Iria, cerca de Fátima.

Era alrededor del mediodía del 13 de mayo de 1917, un domingo, después de la misa de la mañana. Portugal ya llevaba luchando por la independencia desde hacía siglos, en comunión con Dios: primero contra los moros, luego contra los españoles. En 1646 el Rey Juan IV y toda la nación: clero, nobleza y plebe, juraron lealtad a la Bienaventurada Virgen María y la proclamaron  Reina y Patrona de Portugal. A partir de ese momento los reyes portugueses ya no se ponían  la corona sobre la cabeza, ésta quedó reservada desde entonces en adelante exclusivamente a la Inmaculada Virgen María. Desafortunadamente, esa devoción a Dios, y la fidelidad a la celestial Madre María, fueron muy probados en los siguientes siglos.

Solo unos años antes de las apariciones de Nuestra Señora se extendió el lema, incluso escrito en carteles que cargaban los alumnos por las calles: ¡Ni Dios ni religión!

Nuestra Señora, como buena Madre, no podía quedarse callada ante los problemas de sus hijos, no solo en Portugal sino a lo largo y ancho del mundo.

¡Si nosotros también somos cómplices del mal de nuestro tiempo, arrepintámonos, en cuanto a otros pecados también, para poder celebrar dignamente estos sagrados misterios eucarísticos!

 

Hermanos y hermanas,

Podríamos hacernos la pregunta, ¿por qué las apariciones de Nuestra Señora?

¿Por qué la Virgen visita a sus hijos en la tierra de esta forma tan misteriosa y secreta? ¿Por qué elige a los más pequeños, los más insignificantes, fundamentalmente a los pastores?

Es precisamente por eso, (¡Dios eligió a los necios, los pequeños, los insignificantes, para avergonzar a los sabios y entendidos!) para, a través de ellos, entregar el mensaje al hombre afligido, herido por el pecado original, que no ha sido dejado solo, a su antojo, al destino, a las estrellas…; está en manos de Dios, como escuchamos esta tarde en el Evangelio: Yo soy la vid, y vosotros los sarmientos.

Las apariciones de Nuestra Señora se remontan al siglo pasado y al anterior, incluso antes, como Guadalupe en México. Hay aquellas reconocidas por la Iglesia, pero hay muchas más que no son reconocidas, ni lo serán. Sin embargo, reconocidas o no reconocidas, allí donde han tenido lugar son lugares de gran afluencia de personas, creyentes y no creyentes quienes se decepcionaron del hombre, y quedó Dios como su única esperanza.

No olvidemos, hermanos y hermanas, todos aquellos que buscaron en el Hare Krishna, el Budismo y cosas así, estaban decepcionados de aquellos que no les acercaron a Jesús y de quienes, por su vocación, lo deberían haber hecho.  Estos a menudo son los padres, los profesores de religión, los sacerdotes. No son felices donde están, pero no saben cómo salir de ese laberinto.

A esas personas hay que ayudarles para que en la Virgen reconozcan a su Madre e intercesora que los cuidará y amará maternalmente y les llevará a su Hijo, Jesucristo, el cuál es el objetivo final del hombre.

En Caná de Galilea, cuando los novios se quedaron sin vino, la Virgen le dijo a la gente: “¡Haced lo que Él, Jesús, os diga!” ¿Podemos decir lo mismo de este lugar, de Medjugorje? Aquí vienen aquellos que ponen toda su esperanza en el Señor. Dejan una pesada carga de pecados, traumas, decepciones de todo tipo y vuelven con lágrimas de alegría a sus hogares, a sus familias, a sus trabajos, para compartir esa alegría con aquellos que también deberían dejar la carga del pecado, de los traumas, miedos, frustraciones y en comunión con Nuestra Señora ir hacia Jesús, hacia Dios.

La vidente Lucía en Fátima, en una de las seis apariciones, le presentó a la Virgen  los deseos y súplicas de muchos.  La Virgen dijo que algunas peticiones serian escuchadas y otras no. Los que dirigen sus súplicas y por los que se pide tienen que ser mejores. Que pidan perdón de sus pecados. Cuando Lucía preguntó por un enfermo en particular, la Virgen dijo: “¡Que se convierta, y se recuperará este año!” “No insultéis a nuestro Señor, esto ya es demasiado», dijo Nuestra Señora. Insultar no es solo la blasfemia,  que muchos han convertido en un simple mal hábito, y por eso no renuncian a ello. Todo pecado grave ofende a Dios, y el pecado venial puede convertirse en grave, si se le menosprecia.

Hermanos y hermanas, Nuestra Señora quiere que nuestras oraciones sean escuchadas pero para que esto ocurra no es suficiente hacer una petición. La Virgen busca la conversión, busca la oración. Casi siempre repetía esto a los niños en Fátima, en Portugal, a partir del 13 de mayo hasta el 13 de octubre de 1917. ¿Acaso no lo repite aquí también?

Oración, oración del rosario, oración en familia, ayuno, Santa Misa dominical y santa comunión… “¡Quien coma de este pan vivirá para siempre!”

En el primer encuentro con Nuestra Señora en Fátima, la Virgen les hizo a los niños una pregunta muy exigente.  “¿Estáis dispuestos a sacrificaros por Dios y aceptar todo el sufrimiento que os envíe como expiación por los pecados que le han ofendido y la oración por la conversión de los pecadores?” “Sí, lo haremos”, dijo Lucía en nombre de Francisco y Jacinta. “Está bien, tendréis que sufrir mucho, pero la gracia de Dios será vuestra fortaleza”.

En la segunda aparición dijo: Pronto llevaré a Francisco y a Jacinta al cielo. Francisco tenía diez y Jacinta nueve años. Tanto Francisco como Lucía estaban contentos con la noticia.

¿Cuántos adultos no podrían ni quisieran aceptar eso? Sólo Lucía estaba triste porque se quedaría  sola. Pero Nuestra Señora tenía un plan para ella.

Ella le prometió: “Nunca te abandonaré. Mi Inmaculado Corazón será tu refugio y el camino que te llevará a Dios”. Entonces abrió los brazos y en la palma de su mano derecha había un corazón rodeado de espinas.

En la última aparición, Nuestra Señora cumplió la promesa dada a Lucía. Es decir, Lucia buscaba un signo visible. El 13 de octubre, se reunieron alrededor de 70,000 creyentes y personas curiosas. Los opositores esperando a que se descubriera la mentira, y los que estaban a favor a que el amor de la Madre se mostrara.  Llovió a cantaros toda la mañana hasta el mediodía. Todos estaban calados hasta los huesos. Al mediodía, Lucía gritó: “¡Ahí viene Nuestra Señora!”. En ese momento la lluvia cesó,  y estaban todos completamente secos.  Tan pronto como la Virgen se despidió de los niños, Lucía gritó: “¡Mirad el sol!” Y el sol comenzó a bailar y saltar, hasta tal punto que parecía separarse del cielo y que caería como un gran circulo de fuego. Fue un momento terrible. Algunos gritaron: “Jesús, vamos a morir aquí”, otros sin embargo decían: Virgen, ayúdanos. Algunos confesaban sus pecados en voz alta.

Finalmente el sol se detuvo y regresó a su lugar en el firmamento. Se podría concluir de la siguiente manera: La Virgen vino a Fátima como una madre que se ocupa de sus hijos. Se presentó: ¡Yo soy Nuestra Señora del Rosario! Y si no hubiera dicho, rezad el rosario todos los días, sería su deseo no pronunciado.  La verdad sobre los secretos de Fátima es conocida: Oración y penitencia. Todos los secretos ya son conocidos. De los dos primeros se supo que los niños habían visto el infierno, el descubrimiento sobre la guerra, la propagación del ateísmo y la persecución de la Iglesia. El tercer secreto fue revelado apenas en el 2000. Lo reveló el papa Juan Pablo II, cuando beatificó a Francisco y a Jacinta. El tercer secreto se refiere a las palabras de la Bienaventurada Virgen María:

Si mis deseos son obedecidos, Rusia se convertirá,  volverá y habrá paz; y si no, entonces su falsa doctrina se extenderá por todo el mundo, y provocará guerras y persecuciones de la Iglesia y el Santo Padre sufrirá mucho. Varias naciones serán destruidas.

Después del atentado a san Juan Pablo II, el 13 de mayo de 1981, estaba claro para el papa que  la mano de la madre guió la bala y de este modo no permitió al Papa (ya moribundo) cruzar el “umbral de la muerte”.

Y finalmente, hermanos y hermanas, se podría decir que Medjugorje es solo una mano extendida de Fátima. En ambos lugares, Ella escogió a los niños que mostraron mucho valor al dar testimonio de lo que habían visto y al aceptar el sacrificio.  Ninguna intimidación, ni eclesiástica ni política, les hicieron vacilar, ni siquiera las amenazas de muerte.  En Fátima ella decía: Rezad el rosario para que termine la guerra (la Primera Guerra Mundial todavía estaba en marcha), ¿No dijo acaso algo así aquí también? – Rezad para que no haya guerra. Muchos todavía se niegan obstinadamente a hacerlo.

A pesar de todo, en esta iglesia de Santiago Apóstol, y en las iglesias del mundo entero, se reza el rosario intensamente y después de cada decena sigue la oración que Nuestra Señora pidió explícitamente a los niños en Fátima: “Oh Jesús mío, perdona nuestros pecados, líbranos del  fuego del infierno y lleva a todas las almas al cielo, especialmente las más necesitadas de tu misericordia”.

El Papa, San Juan Pablo II escribió:

“En todos los tiempos, a la iglesia le fue dado el carisma de la profecía, que debe ser examinado, pero no debe ser menospreciado”. Y san Pablo dijo: “¡No apaguéis el Espíritu!

No desprecies más los discursos proféticos, sino averiguad todo: guardad lo que es bueno.”

Hermanos y hermanas, ¿acaso hay una recomendación mejor para todos nosotros?  Amén

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