A las seis menos veinte de la tarde, el tiempo se detiene cada día en Medjugorje. El silencio se hace aún más profundo si cabe en la explanada de la Parroquia de Santiago Apóstol de este pequeño pueblo de Bosnia-Herzegovina. El rezo del Santo Rosario se interrumpe unos breves minutos para recordar la hora en la que la Virgen (la «Gospa») se apareció a «los niños»(Mirjana, Vicka, Ivan, Milka, Marija y Jakov), por primera vez, el 24 y el 25 de junio de 1981.

Una visión que transformó para siempre la vida de este enclave entre montañas (de ahí el nombre de Medjugorje), que nunca volvió a ser aquella aldea de la antigua Yugoslavia, cuyos habitantes cultivaban pequeñas plantaciones de tabaco y viñedos para el sustento familiar.

Sobre el terreno que ocuparon algunas estas vides se ha levantado un inmenso lugar de oración, de recogimiento, de paz. Treinta y siete años después de aquella aparición, que se repite cada tarde a la misma hora algunos de los videntes, hasta allí llegan diariamente miles de peregrinos procedentes de todo el mundo. Sobre todo entre los meses de abril y noviembre, cuando el tiempo permite las celebraciones al aire libre.

Una multitud que se multiplica cada año, y que está revolucionando la espiritualidad de la Iglesia Católica. «Desde Medjugorje hay un nuevo Pentecostés en la Iglesia Católica», comenta una peregrina que cada año viaja a esta localidad. En 2017, se llegaron a repartir 1,5 millones de comuniones y 38.856 sacerdotes concelebraron misas. Hay días que se llegan a celebrar 20 eucaristías diarias en cuatro idiomas y la jornada para los jóvenes, que tiene lugar en agosto, reunió a 40.000 adolescentes.

Encuentro con Dios

Hasta diez mil personas puede acoger este espacio frente a la Parroquia de Santiago Apóstol, al que la mayoría de la gente accede en silencio. Unos acariciando el Rosario, otros con paso lento, como si las cruces de muchas vidas, arruinadas por la tristeza, la desesperanza, la soledad o la búsqueda de la paz interior, fuera tan pesada, que les marcara el paso de su propio camino. También los hay escépticos y otros que buscan un efecto sobrenatural, pero que se van con las manos vacías, o, en algunos casos, renovados en su propia Fe.

Porque a Medjugorje, como dice Cristina, una joven católica bosnia que acompaña a los peregrinos, «no se viene a ver a los videntes, ni a ver el sol o una luz extraña. Lo importante es el encuentro personal con Dios y aquello que hace que cada peregrino sienta la necesidad de regresar».

La fuerza del recogimiento y el ambiente de oración es tan importante, que el centro de la actividad diaria es el programa vespertino en la gran explanada junto a la parroquia. Todas las tardes, a las cinco, se reza el Rosario, a las seis se celebra misa y a las nueve se alterna la Adoración al Santísimo, martes y sábado, con la Veneración de la Cruz, el viernes. La misa se puede seguir en todos los idiomas, a través de la radio, sintonizando la frecuencia que corresponde a cada país (104.4 en español). Al mismo tiempo, en un lateral de la explanada, se encuentra el que llaman el «confesionario del mundo», un lugar reservado para el «perdón», en el que hombres y mujeres que nunca se han confesado sienten la necesidad de recibir el Sacramento.

«Paz, paz y solo paz»

Junto a este lugar sagrado, hay otros en los que los peregrinos encuentran la presencia de Dios. El monte Podbrdo, donde se apareció la Virgen. Una escarpada subida entre piedras y arbustos hasta llegar a la cima, donde se encuentra una imagen de la «Gospa». Desde allí lanzó su primer mensaje: «Paz, paz, paz y solo paz».

En la falda de la montaña se encuentra una residencia de la Comunidad del Cenáculo. Una asociación fundada por la religiosa italiana Madre Elvira, que acoge y sana de sus adicciones a jóvenes de todo el mundo. Estos chicos dan su testimonio de cómo regresaron a la vida de la mano de Dios.

Pero Medjugorje es, para una gran mayoría, un lugar de sanación interior. «Yo he venido para buscar paz, para encontrar la luz y el perdón, para sanar las heridas de un matrimonio herido, para saber perdonar, aceptar y comprender», asegura una peregrina.

En este lugar se han unido matrimonios, sacerdotes han reconducido su vocación herida, familias rotas han comenzado a reconstruirse. A nadie deja indiferente, porque en Medjugorje, como dice un sacerdote español, «nadie está por casualidad, sino que la Virgen te llama a venir aquí».

«La única droga más fuerte que la cocaína y la heroína es Jesús»

La historia del matrimonio formado por Níkola, un joven serbio de la localidad de Novi Sad que estuvo enganchado a las drogas, e Irene, una joven canaria, ingeniera de Telecomunicaciones, que fue de peregrinación a Medjugorje, es uno de esos regalos que la Virgen hace a aquellos que recorren muchos kilómetros para vivir la espiritualidad de esta pequeña localidad. Fue un encuentro casual, un cruce de miradas, mientras él daba su testimonio de conversión, lo que los unió para siempre.

Nikola e Irene
Hoy son una familia con dos hijos, que dedican su vida a organizar peregrinaciones a Medjugorje. Níkola, que con 23 años «no quería vivir», enganchado a las drogas, un día se postró ante una Iglesia y, desesperado, le pidió a Dios: «Si existes, ayúdame». Salió del infierno en Medjugorje, porque «la única droga más fuerte que la cocaína es Jesús» y su vocación no es «llevar clientes a Medjugorje, sino peregrinos» y devolver a Dios y a la Virgen «lo que me ha dado».

«Empecé a rezar y llené el vacío que tenía en mi vida»

Petra tiene 35 años y desde hace tres y medio reside en la Comunidad Cenáculo de Medjugorje. Llegó roto por laPetra droga. «No veía nada bueno en mi vida», recuerda emocionado en la capilla de esta residencia, donde se respira amor y paz. «Empecé a rezar y empezaron a llenarse los vacíos que tenía en mi vida».

Nunca había conocido a Dios, ni él, ni su familia. Después de dos años ingresado en esta residencia, regresó a su casa y, por primera vez, «me reuní con mi familia y rezamos el Rosario. No puedo explicar la emoción que viví. Nos cogimos de la mano, y lloramos». A Petra, el Dios que conoció en Medjugorje, «me cambió la vida, y no solo a mí, sino a mi familia». Cada día que vives en la Comunidad «pienso que puedo ser mejor persona.Los chicos me han ayudado a vencer los miedos»

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