El Doctor Csokay András, procedente de Hungría, dio su testimonio el 2 de agosto dentro del programa matutino del Festival de la Juventud: “Os saludo con muchísima alegría y es todo un placer estar hoy de nuevo ante vosotros, después de nueve años. Me gustaría hablaros de la fe, esa fe que está en continuo crecimiento. También me gustaría destacar que todo es para bien para los que aman al Señor, como nos decía el apóstol Pablo. Estamos rodeados de muchas preocupaciones y dificultades; y no me refiero sólo a los últimos acontecimientos tan trágicos que han tenido lugar en Europa, pues el demonio lleva a cabo incluso mayores destrucciones y hechos terribles valiéndose de personas poseídas por el mal. La causa no es el ateísmo: los malos espíritus nacen de nuestra indiferencia hacia Dios y es aquí donde se abre la brecha por la que penetra el mal. La mayor destrucción se refleja en los 4.000 abortos que se producen en Europa cada día. En cada país del mundo -también a diario- se abortan 130.000 niños. Son nuestros médicos los que los practican. Somos como el endemoniado de Gerasa. ¿Podemos controlar esos malos espíritus? Sí, podemos. Recordemos a Jesús cuando los demonios le piden que los envíe a los cerdos y una vez dentro se lanzan pendiente abajo hasta el agua. Fue entonces cuando dijo a sus discípulos que en esos casos no bastaba con la oración, también era necesario ayunar. A través de los videntes, la Virgen nos dice exactamente lo mismo aquí, en Medjugorje. Cada uno de nosotros tiene el poder de vivir una experiencia mística cada día, cuando escuchamos y reconocemos en lo más profundo de nosotros a Cristo vivo y la Virgen María -lo cual sólo lograremos, sin duda alguna, mediante el ayuno y la oración. Esa es nuestra realidad. Es muy importante que nuestra experiencia espiritual no añada nada a lo que está ya dicho en el Evangelio y en el Catecismo de nuestra Iglesia. Es en la cruz donde podemos discernir de dónde procede esa voz interior, si viene de Jesús o no. Todos podemos estar de parte del mal, actuar y convertirnos en el endemoniado de Gerasa. Yo estuve en ese camino cuando, en mi libertad, abandoné la fe que me transmitieron en mi infancia, perdí la estabilidad espiritual y me convertí en el hijo pródigo. Participé en abortos y cometí adulterio. Fui cómplice del asesinado de mi propio hijo. Me convertí en un médico horrible, en un padre horrible y en un marido horrible.

 

Pero el mayor vuelco que dio mi vida lo tuve a los 16 años. Fue entonces cuando conocí a mi mujer -aquí está hoy conmigo. Como la mayoría de los jóvenes, antepusimos la relación física a la espiritual aún sabiendo que no estaba bien; pero nos dejamos llevar por las emociones y dejamos de escuchar a Jesús. Como muchos otros jóvenes, también nos alejamos de la Iglesia y dejamos de rezar. Pasaron los años, tuvimos niños y parecía que todo iba bien. Yo era como un deportista que está muy en forma, pero que deja de entrenar y practicar -en la oración y la confesión. Entonces, cuando uno menos lo espera, llega el día de la competición, comienzan las luchas en la vida y te pillan completamente desentrenado. A mi me venció el demonio.

Cuando tenía 32 años, el mal me absorbió por completo: comencé a ignorar a mi propia familia, al sacramento del matrimonio, no paraba de fiesta en fiesta, bebía, me volví arrogante, egoísta… Y como médico, como os he comentado antes, participé en el asesinato de mi propio hijo fruto de una relación extra matrimonial. Fui cayendo cada vez más bajo, dejé a mi mujer y me fui de casa.  Pero la voz silenciosa de Jesucristo, la voz de mi conciencia me seguía allá donde iba. Me sentía fatal en esa vida tan terrible que me había creado. Quería regresar a la casa de mi Padre y finalmente lo logré, tras muchos intentos. Recibí el perdón setenta veces siete y por fin pude pronunciar estas palabras: “Señor, Jesús, ten piedad de mi. Querida Virgen María, ven en mi ayuda”. Necesitaba mucho y recibí mucho. Pasaron muchos años -yo tenía 42 años en aquella época. Hace 9 años, cuando hablé en este mismo lugar, pude dar mi testimonio sobre cómo Dios me había sacado del pozo más profundo. Recibí ese don gracias a una experiencia mística que tuve lugar en 1998. Mientras rezaba a los pies de una gran cruz, pude ver al Señor que asentía con la cabeza y me decía las mismas palabras que a la mujer adúltera: “Vete y no peques más.” Ese fue mi camino a Damasco y mi vida se iluminó por completo. Nuestro matrimonio se transformó, el amor infinito se restauró y los dos volvíamos a formar parte de la trinidad con Jesús. Tuvimos dos hijos más, aunque teníamos 47 años por entonces. Profesionalmente mejoré muchísimo, aumentó mi éxito y mi creatividad y todos mis inventos e ideas nuevas nacieron mientras rezaba el Rosario.

En 1998, mientras operaba a una niña de una traumatismo cerebral severo, recé durante la operación y se me ocurrió una idea que ha llegado incluso a desarrollar un nuevo método quirúrgico, en la actualidad muy utilizado e internacionalmente reconocido. De hecho, los niños con traumatismo cerebral se están recuperando mucho mejor. Posteriormente desarrollé nuevos inventos en el campo de la cirugía vascular cerebral. En esos casos, sería mucho más sencillo hablar del increíble poder del rosario, ya que pude ser testigo de muchas curaciones tanto físicas como espirituales de distintas enfermedades, alcoholismo, adicción a las drogas, pecados contra el matrimonio, la familia y los vecinos… Ese fue mi caso. Incluso podría decir que es distinto cuando eres una persona muy religiosa y te llega el dolor y el sufrimiento. Siempre he admirado a Nick Vujicic, un australiano que nació sin piernas ni manos y viaja por todo el mundo dando testimonio del amor de Dios. Pensé que era maravilloso, pero no quería cambiarme por él. Entonces, en el momento en que mi vida cambió -y eso ha sido hace dos años y medio- fue cuando no me hubiera importado cambiarme por Nick. Dios me ayudó incluso hasta ese punto y quería compartirlo con vosotros. Es mucho más duro hacer algo así.

 

En un accidente muy poco usual y trágico perdí a un hijo de 10 años, que estuvo sentado aquí a mi lado en mi testimonio anterior. Era un chico que rezaba con alegría, era monaguillo y tenía una impresionante fe en Dios. Iba al colegio, era deportista, le gustaban los bailes tradicionales y era buen estudiante. Como los demás niños, era muy juguetón y nunca sospechamos que su temprana enfermedad de epilepsia leve volvería a surgir.

 

Un día de invierno, encontré a mi hijo ahogado en la piscina del jardín en 20 cm de agua en el día de su décimo cumpleaños, coincidiendo con la Festividad de la Presentación de Nuestro Señor. No fue suficiente una hora de reanimación desesperada… Fue como si pudiese oír al demonio riéndose de mi cuando miraba sus pequeñas manos blancas que sobresalían de ese agua sucia y fría. Jesucristo nunca nos abandona, ni siquiera en los peores momentos. Tras intentar reanimarlo, rezamos el rosario y dimos gracias a Dios por el tiempo que Dios nos lo había dejado. Pero esa fue tan sólo una oración que partía de nuestra mente y de nuestra voluntad. El tercer tipo de oración muy importante que nos faltaba por hacer era el de nuestras emociones. Mi mujer y yo sabíamos que no podíamos culpar a Dios por lo que había sucedido. Sin embargo, mientras lo reanimaba, grité: “Señor, por favor, permítele ser un pequeño Lázaro o el niño de Naim.” Pero pude comprobar que nada cambiaría. Dios también ha creado ciertas limitaciones, en especial cuando permite el dolor y la muerte de un niño. Por eso, nosotros los humanos vemos esas muertes como algo terrible. Jesús nos prometió que los niños se irían directamente con Él, puesto que son criaturas inocentes y disfrutan con Él de su Gloria Eterna, de una felicidad imposible de comparar con las alegrías humanas y con la serenidad. El Señor puso sus ojos en mi y me hizo un maravilloso regalo. Una vez, durante la Adoración del Santísimo en la Basílica de Budapest, pude ver a Jesús con mi pequeño: Jesús, a quien pude ver claramente igual que en el Santo Sudario de Turín, abrazaba a mi hijo por los hombros mientras oí a mi hijo Marcika que me decía: “¡Sí, papá, es verdad lo que estás viendo!” No era la primera vez que escuchaba esa voz, ya que el día en que incineraron a mi hijo lo oí decirme desde el otro lado de la carretera: “Papá, vive en paz, que me caí en los brazos de Jesús, no en los de la piscina.” Y a pesar de todo, como padre y como médico, estuve perdido durante meses. Una vez, mientras jugaba al tenis con mi hijo mayor, vi a un chico que se parecía mucho a mi hijo que había fallecido, con quien también solía jugar al tenis. En aquel momento pude sentir de nuevo mi fe al nivel de mi mente y de mi voluntad, sin emociones, ya que no podía sentir emocionalmente a Jesús. Ese sentido de la cristiandad no es fácil y no nos puede transmitir la alegría de la resurrección. Recé y ayuné mucho y Jesús me increpó: “¿Pero no sabes que está aquí conmigo?” Su voz estaba llena de amor y nunca jamás he vuelto a sentir algo semejante. Sé que fue real, una experiencia mística. Necesitamos bajar a lo más profundo de nosotros y rezar, confesar, ayunar, la Santa Comunión, la Biblia, como nos invita la Virgen aquí, en Medjugorje. Mientras tanto, necesitamos encontrar la fuerza para luchar contra esos malos pensamientos, no huyamos. A veces necesitamos tener un choque frontal con nosotros mismos. He sido consciente de que hablamos de nuestra fe, pero que somos incapaces de seguir el camino en el que de verdad vivimos con Dios.

 

Siempre queremos controlarlo todo y le pedimos al Señor que nos ayude. Decimos: “Hágase tu voluntad”, pero siempre poniendo la nuestra por delante. Corremos el riesgo de caer en la arrogancia espiritual. No quiero seguir utilizando a Jesús, quiero estar con Él, vivir en Él. No nos alejamos de nuestros seres queridos que se mueren, porque  cuando estamos en Cristo, estamos siempre con ellos, siempre estarán en nuestras vidas. Su recuerdo constante nos reconforta mucho. Como oración a Jesús, podemos aprender a decir: “Señor Jesús, ten piedad de mi, que soy un pecador”. San Pablo nos dijo que debemos estar siempre en oración y que todo es para nuestro bien, incluso la muerte de un hijo. Vivamos en la alegría de la Resurrección, contagiémosla. Con Jesús y la Virgen María podemos cambiar el mundo.”

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